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Por JUAN ALFONSO GUZMÁN VIEDMA / Leyendo a Plauto uno se percata de que la galbana viene de antiguo. El excelso dramaturgo, como acostumbraban los romanos, pone de manifiesto la picardía y la desidia de algunos humanos a través del personaje del servus. Por supuesto, este arcaico prototipo de antihéroe no es sino un tópico satirizado, pero bien sirve de ejemplo de más de un vago vividor que nos acecha desde la umbra de las actuales cloacas.

Estos sujetos, a los que podríamos llamar enchufados o lameculos, se especializan —y hacen pomposa gala de ello— en gorronear de taberna en taberna y vagar por el curro sin sudar ni gota, en aparentar esfuerzo y fingir trabajar. Siendo claros, en cobrar sin hacer ni el huevo.

Y ni siquiera les viene de casta o de cuna: nos encontramos ante medradores autodidactas que, por falta de interés y denuedo, han resuelto vivir del cuento. Eso es lo que han aprendido, y a predicar su «libertadora» pseudofilosofía, cual fatua copia de Prometeo, criticando y dando palos a quienes osen contradecirlos. No obstante y obviamente, luego se ofenden al escuchar la réplica, horrorizados por la verdad de su nimiedad, y se agarran a un clavo ardiendo con tal de proseguir con su medrar.

Mas bien sabe Fortuna que estos negligentes y embaucadores gandules no acaban nunca donde esperan, pues, con tanto clavo y tanto palo, alguna vez se despistan, golpean mal y se terminan clavando una astilla, cuya pupa deben pasar toda la noche curando. Pero hay heridas que no sanan y la infligida por la justicia no lo hace jamás.

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