Skip to main content

Este año 2018 se cumplen setenta años de la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el seno de la Organización de las Naciones Unidas y la celebración tiene un tono agridulce. Me refiero al hecho de que si bien debemos reconocer que se han realizado importantes avances en materia de defensa y garantía de los derechos fundamentales de la persona humana, sin embargo, en numerosas zonas del planeta se siguen conculcando los más elementales derechos de la vida y el respeto por la dignidad humana.

Me refiero a que pasados estos setenta años nos encontramos ante la disyuntiva de preguntarnos si la humanidad ha logrado alcanzar el respeto que se merece cada ser humano “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”, tal como se indica en su artículo segundo.

Fue Giovanni Pico de la Mirándola quien en el siglo XV en su “Discurso sobre la Dignidad del Hombre”, ya preludiaba la necesidad de proteger ese “milagro” que era el ser humano, pues lo decía así, “grande miraculum”, en un intento de recabar la atención sobre la importancia de que los seres humanos nos respetásemos los unos a los otros y así, todos en conjunto, dignificásemos la vida y el acto de existir.

Recordemos que en un mundo que aún no se había recuperado de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la Declaración fue la primera afirmación universal de lo que ahora damos por descontado: “la inherente dignidad e igualdad de todos los seres humanos”.

La extraordinaria visión y determinación de sus autores produjo un documento en el que se enunciaban los derechos humanos universales de todos los pueblos en un contexto internacional.

Otro paso importante, adoptado en el seno de las Naciones Unidas para profundizar en el proceso iniciado en orden a la internacionalización de los derechos humanos, fue la aprobación en 1966 de los Pactos Internacionales de Derechos Humanos. La aprobación de estos dos Pactos (Pacto internacional de derechos civiles y políticos y Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales) resultó ser el complemento imprescindible para alcanzar efectividad de los derechos catalogados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Asimismo, es interesante destacar que la protección de los derechos humanos también se ha desarrollado en el marco de Organizaciones Internacionales de carácter regional. Dadas las enormes diferencias culturales, ideológicas, religiosas y de otros tipos existentes entre los diferentes Estados a nivel universal, pronto se coligió que iba a ser mucho más sencillo el cooperar en ámbitos más reducidos y con un mayor grado de homogeneidad. Así, desde el Consejo de Europa, la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización para la Unidad Africana (OUA) se han creado sendos sistemas de protección de los derechos humanos. En este sentido, en 1950 se adoptó la Convención Europea de Derechos Humanos, en 1969 la Convención Americana de Derechos Humanos y en 1981 la Carta Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos.

Por lo tanto, en la actualidad contamos en la esfera internacional con la Declaración Universal, los dos Pactos Internacionales de derechos humanos, las Convenciones de carácter regional y todo un abanico de Convenciones internacionales que han venido a tratar de proteger determinados sectores específicos de derechos humanos (derechos de los niños, derechos de la mujer, prohibición internacional contra la tortura, etc.).

Desde su aprobación en 1948, la Declaración ha sido y sigue siendo una fuente de inspiración de los esfuerzos nacionales e internacionales para promover y proteger los derechos humanos y las libertades fundamentales.

La Declaración es el documento que más se ha traducido (en casi cuatrocientos idiomas y dialectos), lo que corrobora su carácter y su alcance universal. Ha sido, también, fuente de inspiración de la Carta fundamental de muchos Estados de reciente independencia y de muchas nuevas democracias, y es hoy un rasero por el que medimos el respeto de lo que entendemos, o deberíamos entender, como el bien o el mal.

La Declaración sigue siendo hoy tan pertinente como lo era el día en que fue aprobada, pero insisto en que las libertades fundamentales consagradas en ella, lamentablemente, aún no se han hecho efectivas para todos. Los Gobiernos a menudo carecen de voluntad política para aplicar las normas internacionales que han aceptado libremente.

Este setenta aniversario es una ocasión propicia para fortalecer esa voluntad. Es el momento de asegurar que esos derechos se transformen en una realidad que conozcan comprendan y disfruten todos los seres humanos en todo el mundo. Suele ocurrir que quienes más necesitan que se protejan sus derechos humanos, sean, quienes más necesiten conocer que la Declaración existe, y que les ampara.

En este sentido, deberíamos conseguir que la Declaración Universal de los Derechos Humanos forme parte integrante de la vida de todos los seres humanos sin excepción.

Tengamos en cuenta las indicaciones realizadas por René Cassin, uno de los inspiradores del Documento, cuando en diciembre de 1948 insistió en que aquella primera Declaración Universal de Derechos Humanos se adjetivara como universal y no como internacional, pues de ese modo reflejaba su verdadero sentido ecuménico.

En definitiva, la lucha por la visualización de los derechos humanos es un continuo que no puede ni debe, en modo alguno, descansar, dado que su defensa y protección exigen una alerta permanente.

Como con acierto ha señalado Federico Mayor Zaragoza, antiguo Secretario General de la UNESCO, en su obra “Delito de Silencio”, “ha llegado, por fin, el momento de los pueblos, de las mujeres y hombres del mundo entero que toman en sus manos las riendas de su destino. Ha llegado el momento de no admitir lo inadmisible. De alzarse. De elevar la voz y tender la mano. (…) De súbditos a ciudadanos. De la fuerza a la palabra. (…) Ha llegado el momento. Es tiempo de acción. De no ser espectador impasible. El tiempo del silencio ha concluido”.

En efecto, elevemos nuestra voz reclamando un mundo mejor y más humano.

Dejar un comentario