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En esta sistemática venta de humo y fuegos de artificio que nos regala cada día el gobierno, que en lugar de gestionar la cosa pública no hay semana que no haga un brindis al sol, uno de los primeros “triunfos” fue la celebración a bombo y platillo de la recuperación de la “sanidad universal” de que nos privó el pérfido de Mariano Rajoy. Con independencia de que volvemos a donde estábamos y los beneficiarios de esa universalidad son los inmigrantes y algunos colectivos anecdóticos, para ello no hacía falta tanta fanfarria. Yo que soy confiado de por sí, después de leer lo de la sanidad universal, este verano fui con mi tarjeta que contenía recetas y prescripciones del SAS a una farmacia de Badajoz con la pretensión de retirar unos medicamentos; intento fallido, el Servicio Extremeño de Salud (SES), primo hermano del SAS, no atiende las recetas de este.

Pensé por un momento que sería un pique entre vecinos y, como repito, me había convencido de lo universal, probé suerte de nuevo en una farmacia de Elvas; vana pretensión, Portugal no está en el universo de Sánchez y el universo andaluz se acaba al llegar a Granja de Torrehermosa, o al cruzar Despeñaperros, o al acercarse a Puerto Lumbreras o al pasar de Ayamonte; no digamos nada si lo que pasas es la verja de Gibraltar, aquello no es universal es una particularidad.

Lo grave es que a nadie se le cae la cara de vergüenza y si no somos capaces de lograr una sanidad igual para todos los españoles, que es lo menos que como ciudadanos podemos pedir pues constitucionalmente tenemos derecho a ello porque mientras no se demuestre lo contrario somos iguales, el universo, francamente, nos viene grande. Ya lo dice el viejo refrán: “Consejos vendo que para mí no tengo”.

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