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Para muchos, y especialmente para mí, el desahogo arranca las cadenas que reprimen la mala conciencia.

Después de hacer un ejercicio de lectura y siendo lo más benévolo posible, respecto a las opiniones en las redes antisociales, mi sangre hierve como la de mis ancestros.

La aurora siempre me tranquiliza en la comodidad de mi apartamento, atalaya desde la que diviso los famosos cerros de Úbeda, animándome los mismos a buscarlos de una puñetera vez, a tirarme por ellos sin contemplaciones y quizá con un poco de suerte aterrice en la hermosura olivarera del valle del Guadalquivir.

Y como uno es tonto de capirote, acepta el reto, sabiendo de antemano las consecuencias y siendo obvio también que las voy a digerir igual de bien que las patatas Casa Paco, suculento manjar que a Dios gracias es tan jaenero como la Cruz del Castillo, el soneto de Almendros Aguilar y el que suscribe este pensamiento añejo y casposo, olor a cantón y a ropa vieja.

Nacido Yo en la tierna piedra de la ciudad del Reino Santo y acomodado en el antiguo y rico barrio de San Juan, a los ojos de la Dolorosa más señera de este trozo de sierra que siempre está a punto de fenecer; pero para suerte de todos resucita el pedrusco de sus cansadas cenizas. Y el viento impotente nunca consigue olvidarlas.

La Semana Santa jaenera ha perdido el norte en favor de un sublime oeste, luz mística y crepuscular que nos invita a la farándula y al movimiento percusionista de los tronos o carros, perdón, mejor pasos, vocablo más acorde al genuino vocabulario cofrade.

Caídos en el océano de la vulgaridad, en el abismo de la teatralización mal entendida, de la que yo mismo formo parte activa de esta compañía ambulante del sentimiento trágico unamuniano de la pérdida de nuestra tradición que algunos tan doctos en la materia se atreven a predicar por las calles de este Jaén cristiano, diciendo que aquí en este calvario jaenés, no la tenemos.

Señor, perdónalos porque no saben lo que dicen y lo que hacen, pero sí lo que inventan.

Invoquemos pues, a modo de cura, para redimir nuestros pequeños pecados, esta antigua tradición, la nuestra, así como la identidad jaenita, para honrar y ser justos con los que nos precedieron. Y puedan descansar en el Gólgota azul del cielo.

Generales cofrades de nuestra Semana Mayor. Llamen al orden, aprendan a rescatarla y sepan trasmitirla a nosotros, los iniciados en este mundo tan tenebroso.

Jaén es la morada del Rostro Santo de Cristo. La belleza delicada de la Catedral así lo atestigua.
Somos reos de otra Semana Santa, al igual que esta es rea de nuestros aires pueblerinos, de nuestra ansia de pensar que lo mejor está fuera y no aquí en nuestro terruño.

Parece pues, que el fenómeno de la globalización, en su versión cofrade, ha venido para quedarse. Aunque confío en que mis paisanos sepan distraerse de este negro agujero.

Y esta hermosa y forastera costumbre no se convierta en norma.

Pues si nos atenemos al orden de prelación de las fuentes del derecho, la canalla conversión de la costumbre foránea en norma local podría consumarse. Y el “estamos apañaos”, ya no tendría remedio.

Mi pena es tan honda, tan negra, que ni los versos alegres de Neruda, ni los campos castellanos de Machado, ni el genial tambor de Damiani la despiertan.

San Juan, varón y Santo, evangelista, discípulo amado. En este currículum de la pasión eres el tercero en importancia en esta tragedia inmemorial y sangrante, donde tu amor por Dios y su Santa Madre, nos ayudan a ser mejores personas. Te han dejado en cocheras, como diría el Felipe, mi abuelo.

Jaén, ciudad Jesusera y San Juanista. Más de una cofradía de esta polis de cantones te rezaba a ese paso tuyo por esta veredas de olivares, de suelos de piedra y de adoquín viejo. Y ahora, aparcado, suspiras en el museo de nuestra memoria.

¡Ay, San Juan de mis amores! Tu dedo ya no mostrará la amargura de Jesús a su madre. Quizá no te veamos más cruzar el dintel del Camarín.

En soldado raso te han convertido, degradando tu estatus, arrancándote del pecho esa insignia jaenera que tan a gala llevabas. Guardián perenne del Santuario, esclavo de una globalización mal entendida.

San Juan Evangelista, siempre dispuesto al pie de la Cruz, tus brazos son flores en las que duerme nuestro Señor, tu dedo es luz que brilla en la oscuridad de nuestras obtusas mentes.

Ruega por nosotros, devotos perdidos en un pueblo de piedras cuadradas

 

Foto: Imagen de San Juan, de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. (Pasión en Jaén)

 

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