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Por JAVIER LÓPEZ / A puro pobre, las ratas, a mi lado, cotizan en el IBEX. Previsiblemente, el legado que les dejaré a mis hijos será una mirada optimista, un apartamento minúsculo y una cuenta a cero. Por ese orden. Admito que ahora que tengo nómina la responsabilidad de mi situación socioeconómica es mía porque no me gusta vivir por encima de mis posibilidades ni por debajo de mis gustos. 

No siempre he vivido a ras de mis gustos. En mi primera juventud dormía de un tirón cada vez que encontraba una cama, como el Sabina de los trenes que iban hacia el norte. Otras veces lo hacía en las calles, donde los cartones ofician de sábanas bajeras, o en las estaciones, donde es difícil mantener el sueño. En la de Tudela nos despertó la Policía Nacional para cotejar nuestra identidad con su base de datos, por si alguno de nosotros fuera El Vaquilla. 

Ninguno lo éramos, claro. Entre los jornaleros de entonces, los ochenta, más que quinquis, había estudiantes, jipis y niños de papá. Cuando encontrábamos tajo dormíamos en barracones. Jamás se nos ocurrió ocupar una vivienda. Ahora el invasor de inmuebles lo tiene fácil con una Ley hecha a su medida. Para desahuciarlo el propietario deberá probar que el okupa cuenta con techos de sobra. Viene a ser como que te roben el coche y, si quieres recuperarlo, tengas que demostrar que el delincuente dispone de más vehículos para realizar los alunizajes.

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