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Por JANA SUÁRES RUS /  Adornaba con su pin ácrata de costumbre y su pañuelo rojo y negro al cuello. Ya podía salir, tenía su kid completo. ¡A la calle, que ya es hora!, le gustaba recordar al poeta Gabriel Calaya. –listo para dar el “callo”. La plaza y los compañeros, estarían allí como venía siendo costumbre desde hacía varios años.

Son jubilados de avanzada edad y muchos de ellos con salud precaria. La mayoría, conocidos desde tiempo atrás. Ese encuentro con los compañeros, le reportaba buenas sensaciones, casi siempre le traían recuerdos de experiencias compartidas con muchos de ellos.

Dos horas duraba esa concentración-protesta. Desplegaban su pancarta: GOBIERNE QUIEN GOBIERNE, LAS PENSIONES SE DEFIENDEN.

Esas dos horas eran bastante animadas, se comentaban anécdotas de otras épocas, en algún momento u otro, alguno o alguna de los asistentes cogían el megáfono, para gritar las consignas que el resto acompañaba: ¡¡“Lo público no se vende, lo público, se defiende”!! ¡¡“Gobierne quien gobierne, las pensiones se defienden”!!  La presencia femenina era menos numerosa, pero más ruidosa. En general, son peor tratadas en sus pensiones, ellas son Agustinas de Aragón sin cañones, con energía suficiente para contagiar a los presentes. Se reparten a los viandantes el escrito donde se explican las razones que motivan esa protesta.

Ese rato de compañerismo se aprovecha en amenas charlas, se pregunta por mengano o zutano si no se le veía entre los asistentes. En ocasiones, había noticias de algún compañero afectado por una u otra cepa de la covid-19 u otro problema de salud, otras, las referencias de alguno que no se había visto los últimos lunes, eran más dolorosas. Teníamos bajas que ya no veríamos entre nosotros. En otras ocasiones, las charlas son más animadas, se cuentan anécdotas varias y se mira por el espejo retrovisor los tiempos pasados. La policía uniformada, una y otras, aparecen a veces, piden DNI a algunos e intentan interrumpir o distraer: que si papeles de legalización, que si multas que pueden caernos y cantinelas varias.

A estas alturas, gente tan mayor que vivió la dictadura y la represión, no es fácil de intimidar.  Algún caso como el de Jacinto, venían de vuelta después de vivir la clandestinidad y alguna “visita” por comisaría. Las luchas del metal, donde se había forjado, le hicieron perder el miedo. Había vivido varias reconversiones en los astilleros, donde tuvo jornadas de resistencia y lucha.

Su última trinchera era la que le hace disponer los lunes, de la defensa a ultranza del sistema público de pensiones. Él tiene su vida bien organizada. No es hombre de visita diaria al bar, a sabiendas que siempre puede encontrar algún amigo o partida de dominó en la que matar el tiempo; tampoco le atrae esa costumbre repetida de observador de obras. Las mañanas algo de ejercicio, la “bici” como compañera para sentirse libre y en forma, caminatas de dos horas o más. Según fechas, algún que otro día, desplazamientos a la sierra, preferiblemente en otoño, su estación preferida, el contraste de colores como belleza añadida al paisaje, ratos que nutren su espíritu y salud. Coger cabrillas, setas o su manojito de espárragos. En alguna ocasión visitar antiguos camaradas fuera de la provincia que estuviera achacoso o a la costa con el mismo motivo y el placer de ver la mar; o sencillamente gozar de la cocina basada en el pescado. Tardes de lectura y mantener esos contactos por algún chat que hacen de la amistad algo insustituible. La música, entre ellas el flamenco, otra de sus aficiones, alguna reunión nocturna, cada vez más espaciada con amigos. Tomar esos vinos que animan charlas y proyectos en el aire.

En lo personal, tenía su cruzada contra los tartufos, personajes tan frecuentes como indeseables. Ahí mostraba su personalidad “quijotesca” y arremetía con fuerza al ver actuar de tal manera. Una vida sosegada que se alteró uno de esos lunes a la vuelta de la “manifa-concentración”. Un encuentro inesperado: apareció cerca de su portal un gatito, pequeño, famélico y asustado.  Jacinto es más de gatos que de perros, suele decir que no conoce ningún gato policía. Tuvo alguno hacía tiempo y admiraba su sentido de libertad, curiosidad y ese misterio que los humanos queremos desentrañar, probablemente por aprender en su manejo y domesticación. Harto difícil, todos sabemos cuánto estiman su independencia y libertad…

A cada uno de vosotros Jacinto, Pepe, Aurora, Carlos, Teresa y tantos otros que lunes a lunes, defendéis lo que es de todos… ¡GRACIAS!

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