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Por JOSÉ CALABRÚS LARA / Se nos llena la boca de invocaciones a la necesidad de reducir el tráfico privado en las ciudades, sacar los vehículos particulares del cauce circulatorio cotidiano que es la primera fuente de contaminación y que al precio actual de los combustibles constituye una sangría impagable. Para conseguir ese objetivo deseable se requiere disponer de un sistema público de transportes adecuado, y en eso se esfuerzan todas las Administraciones municipales, no siempre con acierto; no hay más que recordar la situación de Madrid y el vaivén de las limitaciones en la almendra central que lleva camino de constituirse en la historia interminable.

En Jaén, nuestra ciudad, el problema reviste características peculiares porque, como en todo, hemos empezado la casa por el tejado. Se impuso precipitadamente una peatonalización radical sin prever, primero, los sistemas de aparcamiento y alternativos de movilidad: el parking del hípico, como tantas otras cosas, quedó a medio camino, la del tranvía es el cuento de nunca acabar y los autobuses urbanos no han cumplido, ni cumplen, los objetivos deseables; este último problema se ha tratado de obviar demonizando a la anterior empresa concesionaria.

Dejo, por tanto, a un lado el déficit de aparcamientos y el tranvía porque no se puede luchar contra los espectros y su materialización; no está ni se le espera, y antes de pasar a hablar de los autobuses, le dedicaré un párrafo al sufrido gremio del taxi. Y digo sufrido porque con la capacidad económica de los jiennenses, las dificultades del tráfico, la peatonalización y la propia división interna -hasta dos números de llamada- ya tienen bastante.

El taxi en Jaén es otra víctima del bajo nivel de renta de la ciudad, los pocos negocios e industrias, de la crisis económica que aquí es endémica y -por si fuera poco- de las alteraciones morfológicas de la ciudad derivadas del tranvía y la peatonalización. Perdieron sus tradicionales paradas del Paseo de la Estación, del Parque y la Plaza de la Constitución y salvo que emigren a la estación de ferrocarril, en las horas que llega un escaso tren, si llega puntual, están resguardados en las puertas del Corte Inglés, donde casi tienen instalado un campamento, o en la Plaza de San Francisco, en la zona sur; unos pocos circulan como alma en pena, buscando clientes, sin apenas ocupación cotidiana. Han perdido visibilidad.

Centrémonos ahora en los autobuses, donde pareciera que la anterior empresa concesionaria era la causa y origen de todos los males y que con el exorcismo practicado se iba a poner fin al marasmo endémico desde -al menos- la fecha que se retrotrajo la nulidad de la concesión. Por desgracia, nada más lejos de la realidad; ahora tenemos más de lo mismo.

No seré yo quien defienda ahora, ni ataque, a la empresa Castillo; ya tiene defensores en la ciudadanía y en su equipo jurídico y atacantes y descontentos. El hecho es que, desde 1961 hasta antes de ayer, en dictadura y en democracia, con unos y otros gobiernos municipales, el servicio público, quizá no con la calidad debida, se ha mantenido con la anuencia de los que mandan, que han sido tan renuentes en exigirle mejoras como en retribuirle los encargos, y solo los trabajadores saben el calvario que han venido sufriendo para que se les paguen los salarios, sin saber si culpar a la empresa o al Ayuntamiento. Bien está lo que bien acaba y pienso honestamente que Castillo puede darse con un canto en los dientes cuando, de un acto nulo que no produce ningún efecto, ha conseguido salir razonablemente bien del laberinto, endosar la plantilla y sus viejos cacharros y recibir una indemnización a primera vista (habla el opinador no el jurista) improcedente.

La otra parte, el Ayuntamiento, ha hecho “un pan como unas tortas” pues, aunque se ha librado del concesionario anterior, que era lo que -al parecer- buscaba, le ha costado un pastizal. Puede comprenderse el adanismo del último gobierno municipal, espoleado -entonces- por los concejales de Ciudadanos, y su decisión de acabar con la concesión, abriendo un frente imprevisto. El Consejo Consultivo que, por cierto, en cuanto toca a Jaén no siempre alumbra adecuadamente con sus dictámenes, le abrió el camino declarando la nulidad de pleno derecho, alentando la revisión de oficio del Ayuntamiento jiennense, declarando nula la ampliación del plazo de la concesión desde el 25 de Julio de 2005, más de lo pretendido. El Ayuntamiento aconsejado debió leer bien el dictamen que ya le advertía de eventuales obligaciones indemnizatorias con las citas legales pertinentes.

El hecho cierto es que, aplicada la nulidad radical declarada, no se había acabado el problema y se abrían otros cauces de resarcimiento del concesionario despojado. Por ello, terminaron el diferendo por donde debieron empezar, transigiendo, con una solución extintiva razonable mediante indemnización, mientras la oposición prorrumpía en fuegos de artificio.

El cambio en modo alguno ha enmendado el funcionamiento; los primeros días fueron de gloria, de exhibir tres o cuatro autobuses morados nuevos, impecables y sin publicidad, se veían más por las calles, se anunciaban progresos, líneas nuevas… Todo fue un espejismo; después vinieron los vehículos más antiguos; hasta ha reaparecido un “gusano XXL” que fue una de las decisiones que más censuraron al anterior.

El propio servicio no ha mejorado; las paradas están obsoletas, las marquesinas sucias y la información atrasada muchos años; saber las líneas de los autobuses, sus horarios, itinerarios y frecuencias es tarea de iniciados, al parecer, todo lo va a resolver una App en el móvil no demasiado extendida entre los usuarios y totalmente desconocida para los de fuera o clientes esporádicos.

Para hacer justicia debo consignar que, escrito el párrafo anterior, el 5 de Abril han aparecido en algunas paradas unos planos multicolores de las líneas y se ha actualizado la información escrita sobre papel, según los antiguos usos, los modernos paneles electrónicos digitales de información brillan por su ausencia.

Pero no toda la culpa la tiene la flamante multinacional luarqueña Alsa, con un contrato provisional y en expectativa de destino más estable -aunque otro fuera el discurso inicial- que se ha limitado a seguir haciendo lo que hacían antes, con similares medios y las mismas personas.

Como apuntaba al principio, sin ser un experto, se aprecian problemas estructurales; se debió adaptar la ciudad y las líneas con carácter previo a la peatonalización, racionalizar el transporte público y adaptar a ello las vías de circulación y, por supuesto, que los vehículos puedan pasar por los itinerarios, que los usuarios tengan donde resguardarse y sepan qué línea deben tomar para llegar a su destino, cuánto van a tardar y el tiempo que deben esperar.

Por si no fuera suficiente, para ir de norte a sur hay casi que hacer dos veces de oeste a este, por quinientos metros peatonales, se duplica el itinerario. A todo ello debe unirse la incertidumbre -incluso aunque solo sea temporal- del tranvía que planea sobre el diseño de la movilidad urbana.

Soy usuario ocasional de los autobuses urbanos y de los taxis; estos son eficientes y homologables con los de cualquier ciudad del entorno, lo que les falta es clientela; respecto a los autobuses, posiblemente los habituales encuentren algunas ventajas y más inconvenientes; ni antes ni ahora encuentro la información, la calidad, la limpieza y la eficacia habitual en ciudades más grandes y, desde luego, nada se ha renovado con el cambio. Sí, antes al montarte siempre te decían “Buenos días” o contestaban a tu saludo, ahora, casi nunca.

El panorama del trasporte público en la capital es deplorable y -mucho me temo- que no tiene visos de mejorar.

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