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Uno de los objetivos de la filosofía es proporcionar las herramientas que ayuden a encontrar el sentido de la vida, que permitan abordar de la mejor manera todas las circunstancias propias del ser humano. En general, las grandes escuelas de filosofía de la Antigüedad tenían este fin, a diferencia de buena parte de la filosofía actual, que ha derivado en especulaciones y reflexiones demasiado abstractas y alejadas de la realidad vital del ser humano. Una prueba de esta disociación entre los objetivos de la filosofía clásica y la actual es que las publicaciones que hoy en día tratan de propuestas prácticas para gestionar el día a día, son denominadas con cierto desdén como “libros de autoayuda” a diferencia de los sesudos textos filosóficos coetáneos, aunque aquellos contengan en numerosas ocasiones ideas de tipo filosófico.

La filosofía clásica indaga acerca de los principios esenciales del Universo y del ser humano, y a partir de ellos extrapola las líneas maestras de la acción cotidiana, dando lugar a una filosofía moral eminentemente práctica[1]. Teniendo en cuenta la complejidad de ambos, Universo y Ser Humano, hay diferentes perspectivas para abordarlos, dando lugar a distintas escuelas filosóficas.

Por tanto, los conjuntos de ejercicios y prácticas para la vida cotidiana debieron de ser habituales en las enseñanzas de los filósofos, como sostiene Pierre Hadot[2], uno de los más populares investigadores de la filosofía clásica. Desgraciadamente no conocemos la mayor parte de estas enseñanzas, bien porque se perdieron los textos que las contenían, bien porque la metodología pedagógica de los que enseñaban sus doctrinas se basaba en el uso de la palabra, mediante la retórica (discursos magistrales) o la dialéctica (conversaciones dinámicas entre maestro y discípulo).

Los estoicos no fueron ajenos a este fin de la filosofía y tuvieron como objetivo primordial llegar a la eudaimonia o felicidad entendida como el Bien último del ser humano. Este Bien no debe ser perecedero ni particular, sino atemporal y universal, y por tanto ellos lo sitúan, fieles a la tradición socrática de la que son herederos, en la práctica de la virtud, porque las posesiones materiales o la satisfacción de los apetitos o la huida del dolor son circunstancias temporales. Sólo la virtud permanece y proporciona la eudaimonia.

La virtud se alcanza cuando se vive según la propia naturaleza humana, es decir, según la razón y en función del bien común. Somos “animales racionales” y “animales políticos” en palabras de Aristóteles. Para los clásicos, virtud y razón tienen un sentido más amplio, referidos a la excelencia humana y el discernimiento, respectivamente.

Según esta idea, todo lo que favorece la práctica de la virtud es digno de ser realizado y todo lo que impide la práctica de la virtud debe contenerse. Las circunstancias agradables o dolorosas que son ajenas al desempeño de la virtud, son indiferentes. Por ejemplo, la templanza es una virtud para los estoicos y depende únicamente de una decisión individual. El estado de salud o de enfermedad, por citar dos circunstancias de la personalidad, sería indiferente para la adquisición de la templanza, sin embargo cómo las afrontemos incide directamente en dicha virtud. Por lo tanto, la salud o la enfermedad serían indiferentes preferidos o indiferentes dispreferidos respectivamente.

Las virtudes para los estoicos son la sabiduría (comprensión de la realidad y discernimiento), la justicia (hacer lo correcto), la fortaleza (valor necesario para enfrentar la vida) y la templanza (capacidad de autodominio). Para desarrollarlas estudiaban la naturaleza del Universo y del Ser Humano mediante la física, la naturaleza de los hechos a través de la ética y la naturaleza del pensamiento con la lógica.

La formación del ser humano que busca el Bien último (eudaimonia) pasa por la disciplina del deseo, la disciplina de la acción y la disciplina del pensamiento, para las cuales son necesarios los conocimientos de la física, ética y lógica, respectivamente, dando lugar a las virtudes de la fortaleza y la templanza (disciplina del deseo), la justicia (disciplina de la acción) y la sabiduría (disciplina del pensamiento).

Puesto que la filosofía estoica es eminentemente práctica, todas las disertaciones teóricas debían conducir a recomendaciones y ejercicios para la vida cotidiana, que tenían como objeto desarrollar la virtud, es decir, vivir una vida feliz.

Los ejercicios propuestos se han seleccionado de Pierre Hadot[3], Massimo Pigliucci[4] y Juan Manuel de Faramiñán[5], y corresponden principalmente a enseñanzas de Epicteto. No están todos, porque realmente cada recomendación o exhortación puede traducirse en un ejercicio cotidiano. Tampoco Epicteto es el único estoico del que podrían derivarse ejercicios, pues todas las enseñanzas de filósofos estoicos que han llegado a nuestros días son de aplicación concreta.

Epicteto fue una de las figuras más relevantes del estoicismo. Nació en Hierápolis (actual Pamukkale, Turquía) en el 55 d.C., seguramente de madre esclava. Su verdadero nombre no se conoce, porque Epicteto significa “adquirido”, delatando su condición de esclavo desde el inicio. Pronto pasó a Roma, a los servicios de un liberto llamado Epafrodito (al servicio de Nerón) el cual lo puso a estudiar filosofía bajo uno de los estoicos más renombrados del momento, Mussonio Rufo. Tras la muerte de Nerón, su amo liberó a Epicteto, que estableció su propia escuela de filosofía. Posteriormente, el emperador Domiciano decretó la expulsión de los filósofos y partió hacia Nicópolis, en Grecia, donde siguió enseñando filosofía con prestigio.

No hay constancia de que escribiera ninguna obra, y lo que se conoce de su filosofía es gracias a un discípulo suyo, Arriano[6], que tomó apuntes de sus clases (conocidos como Disertaciones) y posteriormente el propio Arriano los comentó para un amigo (conocidos como Enquiridion o Manual).

Los ejercicios propuestos son:

1. Reflexionar sobre lo que nos pasa y responderse: ¿está bajo mi control o no está bajo mi control? Por ejemplo, no puedo evitar que me contagie de gripe (no está bajo mi control, aunque sí podría adoptar determinadas medidas preventivas), pero cómo afronte la enfermedad sí depende de mí.
2. Recordar que las cosas y las personas son temporales, para poder aprovechar mejor el tiempo con las personas y para no encariñarse con las cosas.
3. Tener siempre presente que las cosas pueden salir mal o diferentes a como queríamos. Praemeditatio malorum, tener en cuenta la peor opción e imaginar cómo actuaríamos entonces. Crisipo ponía el siguiente ejemplo: un perro atado a un carro en marcha sufrirá si se empeña en ir en otra dirección diferente a la del carro, porque se verá arrastrado por este.
4- Vivir la vida como una prueba. Aprovechar cada situación para ser mejores, desarrollando las virtudes y valores correspondientes.
5. No responder impulsivamente a nuestras impresiones, aguardar para no perder el control.
6. Ser ecuánime entre las valoraciones que hacemos de lo que pasa a los demás y lo que nos pasa a nosotros.
7. Hablar poco y bien. Aprender a guardar silencio.
8. Buscar la compañía de personas interesadas en mejorarse a sí mismas y a la sociedad.
9. Desactivar los insultos respondiendo a ellos con humor.
10. Hablar sin juzgar. Observar y ponerse en el lugar de los demás, tratar de comprenderlos.
11. No opinar. Describir las cosas y los acontecimientos desapasionadamente, tal como son realmente y no como nos las representamos (las cosas no nos afectan por lo que son, sino por la opinión que nos hacemos de ellas).
12. Disponer de un conjunto sencillo de reglas a aplicar en caso de dificultad o duda.
13. Leer y reflexionar por escrito. Examen al final del día de lo ocurrido y de cómo se ha reaccionado. Recordar todos los días cuál es el bien para nosotros.
14. Ver el mal como un error de juicio.
15. No hablar demasiado de nosotros mismos, pensar en plural.
16. No culpar a los demás, buscar nuestra propia responsabilidad.
17. Matar la ambición de lo exterior, buscar solo la libertad interior (ataraxia).
18. No dejarse llevar por el miedo.
19. Desconfiar de los elogios.
20. Comprometernos y ser fieles a nuestra palabra.

Los estoicos están de moda. Abundan los libros y los sitios de internet que profundizan en diferentes aspectos de la filosofía estoica. La Universidad de Exeter, en el Reino Unido, organiza la Stoic Week[7] con la intención de promover la filosofía estoica y estudiar si su puesta en práctica influye positivamente en la percepción individual del bienestar. Pero no sólo hay un interés científico y terapéutico. Entre las ideas estoicas hay una concepción de la resonancia entre Universo y Ser Humano que inspira mucho a quienes están buscando nuevos relatos de la relación entre la humanidad y la naturaleza ante la crisis ambiental que vivimos.

Séneca, Marco Aurelio, Epicteto, Crisipo, Mussonio Rufo y tantos otros filósofos estoicos, ofrecen soluciones para la encrucijada en la que se encuentra el ser humano en la actualidad.

 

[1] Por ello Jorge Ángel Livraga describe la filosofía a la manera clásica como aquella de la que se deriva una práctica cotidiana coherente con la teoría aprendida.
[2] Pierre Hadot. Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Editorial Siruela. Madrid, 2006.
[3] Pierre Hadot. Manual para la vida feliz- Epicteto. Editorial Errata Naturae. Madrid, 2017.
[4] Massimo Pigliucci. Cómo ser un estoico. Editorial Ariel. Barcelona, 2019.
[5] Juan Manuel de Faramiñán Fernández-Fígares. La filosofía estoica, actual y práctica. Revista Esfinge, 2020. https://www.revistaesfinge.com/filosofia/item/1979-la-filosofia-estoica-actual-y-practica
[6] Arriano de Nicomedia, estadista, militar y filósofo romano, que fue discípulo de Epicteto.
[7] En la web https://modernstoicism.com se pueden encontrar contenidos de la Stoic Week y la revista The Stoic.

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