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Detrás de la cortina de chapas de refrescos estaba siempre mi padre. El bar era entonces cosa de sabios: la biblioteca de los que no guardan silencio. Mi padre, cuando daba de mano en la obra, llevaba a la taberna esa su sonrisa de hombre feliz por haber comido (el año del hambre es el coronavirus del franquismo) o por ver comer a sus hijos o porque había ganado el Valencia con gol de Claramunt en los prolegómenos. O porque la dictadura se acababa.

En el bar se discutía entonces de fútbol porque no se podía discutir de política, lo mismo que ahora se discute de Franco porque no se puede discutir de política. Franco es el Madrid-Barça de todos los tiempos, esto es, un pretexto para la polémica que nos deja a los del Atleti el papel de tercera España. Sobre todo, si los de los del Atleti fuimos niños en los setenta y tuvimos un padre del Valencia que tenía más de Unamuno que de Stalin.

A mi padre le dolía España y por eso se hizo socialista. Por eso y porque pasó calamidades. Y creo que se hizo del Valencia por lo mismo: porque pasó calamidades. Pudiéndose hacer del Real uno no se hace del Valencia si la vida le va bien. No hay color entre Di Stéfano y Ansola. Eso lo sabía mi padre, que optó por un equipo perdedor porque era de su misma clase. De la que presumía. A mi padre nunca nadie lo llamó de don y eso tuvo que llenarlo de orgullo.

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