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Por ANTONIO GARRIDO RUIZ / Xavi Hernández anunció este sábado en rueda de prensa, tras una nueva sonrojante derrota del Barça en casa por 3-5 ante el Villarreal, que el 30 de junio dejaría de ser entrenador del conjunto culé. El cansancio físico y mental, la no consecución de los objetivos marcados a principio de temporada y el famoso “cambio de dinámica” que tanto repitió durante el anuncio de su adiós fueron los motivos que el técnico de Terrassa puso sobre la mesa para argumentar el porqué de su despedida. Pero la realidad, sin quitar valor a esas razones de peso, es que Xavi ha sido la última víctima del Guardiolismo malentendido que lleva arraigado en el club catalán desde que el técnico de Sampedor abandonara la disciplina culé en 2012.

Xavi llegó hace dos años al Barça como un salvavidas. Un soplo de aire fresco tras los fracasos estrepitosos de Quique Setién y Ronald Koeman en el banquillo azulgrana. Y quién mejor que la extensión de Guardiola en el campo durante esas brillantes temporadas del mejor equipo de la historia, se preguntarían algunos en aquella época. Ahí vino el primer error. Xavi ha sido una leyenda del fútbol. Seguramente el mejor centrocampista que nuestros ojos vayan a ver porque, sobre todo, hacía que pareciera todo fácil, y eso es lo más difícil de conseguir en cualquier disciplina de la vida. Pero que fuera un magnífico jugador no significa que por ende vaya a ser un gran entrenador, que por cierto está por ver, pues su aventura en los banquillos acaba de empezar. El de Terrassa llegaba de entrenar en Catar y sin experiencia en un banquillo de élite, como ocurrió con Guardiola. De hecho, el propio Joan Laporta, el que se emocionaba este sábado por la marcha de Xavi, se mostró en su momento reticente por la llegada de la leyenda culé, y al que acabó dando un voto de confianza animado por sus compañeros de junta directiva pese a la mínima experiencia de Xavi en los banquillos.

Algunos veían en Xavi una historia paralela a la de Guardiola con el Barça. Sin embargo, ni Xavi es Guardiola, ni las plantillas tienen absolutamente nada que ver. Guardiola se topó con la mejor generación de futbolistas de la historia de España (Puyol, Piqué, Iniesta, Busquets y el propio Xavi) y con los primeros coletazos de un tal Leo Messi. Había que hacerlos jugar, eso sí, y aunque los éxitos que obtuvieron fueron brillantes, la calidad de los jugadores daba para ello.

Las comparaciones son odiosas, pero Xavi se ha topado de lleno con un Barça post-Messi a la deriva y con una plantilla con falta alarmante de calidad en todas las líneas. La marcha del argentino hace ya tres años ha dejado una especie de trauma a un club que estaba mal acostumbrado a que el ‘10’ le solucionara la papeleta. Xavi ha contado con buenos jugadores, porque Lewandowski, Pedri, Araujo, De Jong…, son buenos jugadores, pero salvo la Liga pasada que lograron a base de una defensa férrea, casi milagrosa y con un juego opuesto al que se suele ver en la ciudad condal, estos jugadores no han demostrado ser determinantes. En Europa, por ejemplo, se ha comprobado que al equipo no le da. Y no con el Manchester City. Tampoco le dio contra el Eintracht de Frankfurt, el Manchester United o hace unos meses con el modestísimo Royal de Amberes.

Y al final, Xavi ha sido esclavo de las expectativas. Seguramente no impuestas por él, pero el contexto de salvador con el que llegó se ha ido derrumbando hasta hoy, cuando su periplo en el Barça ya tiene fecha de caducidad. Xavi se irá, pero deja a un club con una inestabilidad supina en todas las áreas y que necesitará, de una vez por todas, que se arme un proyecto de arriba abajo con un entrenador que entienda lo que la plantilla del Barça y el fútbol actual -más físico y técnico- piden. Todo para que la sombra del Guardiolismo no se cobre una nueva víctima en Can Barça.

Foto: Xavi Hernández, abatido tras la sonrojante derrota ante el Villarreal. (EFE).

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