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Hace más de treinta años me sentaba en las aulas de la Academia General Militar en Zaragoza. La estatua ecuestre de Franco presidía la entrada del majestuoso conjunto arquitectónico del mejor neomudéjar. La AGM es la plasmación del deseo que la monarquía de Alfonso XIII dejó como sede de la mejor Escuela Militar de Europa.

En los pasillos de las aulas figuraban los artículos del Decálogo del Cadete, y en un lugar preferente la indefinición de disciplina que Franco siendo director de la AGM pronunció en 1934 en el cierre de la Academia General Militar: “Disciplina, virtud nunca bien definida ni compendida que alcanza su verdadero valor cuando la conciencia te dicta lo contrario de lo que se te ordena” . Más o menos venía a decir así, aunque no fui capaz de memorizarlo nunca.

Durante la Transición y en la fase preconstitucional la Academia General Militar invitó a prestigiosas autoridades en materia constitucional para darnos alocuciones sobre la materia: qué iba a decir la Constitución y cómo iban a quedar bien fijados criterios como el Derecho a la Vida, y la  Unidad de España, sin posibilidad de enmascarar un proceso secesionista con una salida federalista.

Siendo cadete expuse mis dudas a los “padres de la patria” que nos enviaron para explicarnos el proyecto de Constitución. Dediqué una lectura escrupulosa de los textos que se nos dieron antes del referéndum, como en conciencia mejor estimé emití por correo mi voto. Tras la aceptación mayoritaria de la misma, esa Constitución pasó a ser la mía, de la que parte toda actividad legítima que profesionalmente, y como ciudadano abordo.

Con el trascurso del tiempo he sido testigo de cómo las cuestiones que se nos dieron como cerradas quedaban abiertas a la interpretación. Una de ellas, el derecho a la vida, pues el constitucionalista decía que quedaba bien claro en el texto: todos tienen derecho a la vida, y cuando dice todos, es que así lo dice. Bien, pues hemos podido comprobar que ese todos, es relativo: todos menos quienes por ser vulnerables sean indeseados por ser tarados, producto de una violación, o su propia madre exprese su deseo de no darlo a luz. Y así el Tribunal Constitucional con una sentencia contradictoria reconocía que la vida humana es siempre protegible, menos cuando se dan esas circunstancias.

Si en algo tan sagrado, como es la vida humana desde su origen entramos en relativismos, qué sucedería con la Unidad de España. Pues algo por el estilo: todo es relativo una vez que la vida humana, fuente de todo derecho, lo es.

Las autonomías se han ido dando compentencias, tantas como pequeños estados, y la Democracia española ha tomado una singladura centrífuga, donde las propias  sentencias de la Justicia no se acatan, ni se ejecutan por autoridades que son representantes del propio Estado.

En ese estado de cosas, un general llamado Mena, en el transcurso del discurso institucional del día de la Pascua Militar en Sevilla alude ante las autoridades políticas a un artículo de la Constitución, el octavo, que articula las funciones de las Fuerzas Armadas como garantes de la unidad nacional. La sorpresa que se dieron todos los militares es que ante una obviedad el Ministro de Defensa cesara al general, y además le impusiera un correctivo.

Desde ese momento, todos los militares tienen en duda si ese artículo de la Constitución existe, puede ser invocado, o debe ser ignorado. Por otro lado la sanción a un militar por invocar una cuestión que le afecta dejó callados para siempre al colectivo, y especialmente a sus cuadros dirigentes: los generales.

Yo por tanto me pongo ahora en la piel de un muchacho o muchacha, por su edad, y por su condición caballero cadete, y preguntaría a mi profesor de Deontología Militar, Derecho Militar, Táctica….mi capitán, en relación a un supuesto secesionista de una parte de España ¿cuál sería nuestro papel?

Espero que la respuesta que dé  nuestra Academia a esa cuestión, no sea darle una fotocopia al cadete con la definición de disciplina de Franco.

 

Definición de disciplina: 

¡Disciplina!, nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina!, que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!, que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos. Esta es la disciplina que practicamos.

 

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