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Por JAVIER LÓPEZ / He corrido las maratones de Madrid, Sevilla, Barcelona, Valencia y San Sebastián. Adivinen en cuál de ellas la camiseta con la que se obsequiaba los maratonianos no llevaba impreso el año, a fin de que sirviera para la siguiente edición. Y adivinen en cuál de ellas, en pleno barrio Gótico, a un sediento corredor de Jaén, periodista como yo, la organización le negó una botella de agua. No por ser de Jaén, claro, sino porque ya le habían suministrado unas cuantas durante la carrera. 

Dos décadas antes, en los ochenta, cuando me buscaba la vida como jornalero, asistí en Lérida a una escena reveladora. Fue en un pueblo con bar una noche en la que nos dieron la una y la dos y las tres. Una chica de ojos de gata celebraba su cumpleaños en la terraza junto a una decena de amigos. Sobre la mesa una sola botella de cava y diez copas. Pasó otro par de camaradas: “Felicidades, Marta”. “Venid”, contestó. Ellos se sentaron y la joven pidió al camarero otras dos copas. Me da a mí que ninguno de los invitados tuvo resaca al día siguiente.

Que conste que este artículo no es consecuencia de que en TV3 se hayan burlado del acento andaluz y de la Virgen del Rocío. Como me gustan Gaudí, Pla, Saza y Peret no voy a decir que la sardana es la versión sosa de Paquito el Chocolatero ni que mientras que en Cádiz apodaban Mister Proper a Dertycia en can Barça llamaban el calvo a Iván de la Peña. ¿Quiere decir esto que los catalanes tienen la gracia en el culo?: no. Ya quisieran ellos tenerla en alguna parte.

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