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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Arrabal de San Miguel Abajo, a las espaldas del antiguo Hospital San Juan de Dios, se encuentra el Teatro de Jaén. Ahí llegué, después de una ausencia larga, para ver la final del Premio Piano Ciudad de Jaén. El sol, salvando el cerro del Castillo, llenaba de oro toda el ágora. Había gran expectación por ver al trío de ases que se iban a disputar la corona pianística.

Yo iba con los auriculares puestos y mirando con curiosidad a la gente que tomaba un refrigerio antes de meterse en faena. A pesar, de todo lo que está cayendo, la cultura es el antídoto que cura la tristeza del espíritu; había alegría en los semblantes de los melómanos.

Nada más entrar, y subir a mi sitio, en la parte del anfiteatro, la bandera de Ucrania, situada en el centro del escenario, llamó mi atención. Admiro el esfuerzo, que está haciendo la sociedad, a través de sus representantes, en ayudar al pueblo ucraniano a mitigar su sufrimiento. Los nacionalismos excluyentes originan conflictos no deseados. Ahora bien, el acoso y derribo al que está siendo sometidos los artistas y el arte ruso en general no logro entenderlo. Esta rusofobia no ayuda en absoluto. ¿Acaso Dostoyevski, Tolstói, Gógol, Tchaikovsky, Fedótov… no han contribuido a la creación de una cultura europea común?

Digresiones político-culturales a parte la final del concurso fue excelente. Los tres aspirantes al cetro, cada uno con un estilo diferente, lograron llevar al éxtasis final al público asistente. Las obras elegidas fueron las siguientes: Concierto para piano y orquesta nº 1 en si bemol menor Op.23 de Piotr Ilich Tchaikovsky- un tipo ruso-, interpretada por el americano Angel Stanislav Wang y por el itaiano Alberto Ferro, y Concierto para piano y orquesta n.3 en do mayor Op. 26 de Sergei Prokofiev- ruso también-, interpretado por la surcoreana Yeon- Min Park.

Catalogar la mejor interpretación de los tres, es altamente difícil. El jurado tuvo una tarde muy complicada, pero a buen seguro disfrutó con la calidad de los tres maestros. Finalmente se impuso el joven americano, que con su pasional teatralización supo llevarse a su terreno al personal, ánimo que seguramente influiría en la decisión final de los expertos. El americano, desde el primer momento, impuso una intensidad que en muchas ocasiones parecía superar la armonía de la orquesta. No obstante, fue un justo vencedor. El futuro es suyo.

Sin embargo, me quedo con la actuación del italiano. Su modo atemperado y respetuoso con la orquesta y el piano tenía que haber tenido una mayor compensación. Ferro, nunca coincidió un espacio libre al silencio y supo entrar al tiempo en el que la orquesta dejaba de tocar. Por cierto, magníficamente dirigida por Salvador Vázquez.

La joven Park tuvo que lidiar con la interpretación más rocosa. La obra de Prokofiev es más dura y menos atractiva al oído del aficionado que la de Tchaikovsky. Y esto fue una carga sobrevenida para la surcoreana.

Como dijo, mi amigo Gonzalo Pérez Chamorro, uno de los mejores críticos musicales de este país y editor de la prestigiosa revista Ritmo, fue la final de las más altas pasiones.

El americano se llevó tres premios, deberían haberle dado también el piano.

Foto: Los tres finalistas del Premio Jaén de Piano de este año: Alberto Ferro (italiano, segundo premio), Yeon-Min, (coreana, tercer premio) y Ángel Wang (estadounidense, primer premio).

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