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Prosigo la reflexión iniciada hace quince días en torno al ser y naturaleza de esta región de España que llamamos Andalucía, constituida en Comunidad Autónoma. Tras el excurso histórico, cuya relectura recomiendo antes de enfrentar el texto que sigue, procede que me enfrente a la realidad actual de nuestra región y busquemos acomodo a las Andalucías dentro de ella; se puede hacer, a base de esfuerzo y buena voluntad por parte de todos.

Cuarenta años de autonomía, hasta muy recientemente bajo el gobierno de un solo partido político, no han logrado la uniformidad, ni el armónico desarrollo de todo el territorio, no sé si pretendido siquiera; por el contrario, se han mantenido y reverdecido discrepancias por el diferente trato recibido, el contraste entre medios geográficos y el dispar grado de desarrollo alcanzado, muchas veces dentro de las propias provincias.

Podemos decir que hay dos ejes que se constituyen en centros de poder, lo que no significa nada a efectos identitarios más allá del chauvinismo que algunos fomentan:

El poder político e institucional, establecido en Sevilla, con su centralismo peculiar, sus propias “cortes” y una pujante clase media de funcionarios que han ido creciendo al superponer una nueva y extensa administración a las estructuras administrativas preexistentes, perfectamente instalados unos y otros.

El poder económico, instalado en Málaga, con una mayor industrialización y potenciado por la pujanza del turismo cosmopolita de la costa y el creciente desarrollo cultural de la capital, que se erige en alternativa social a la Sevilla administrativa.

En el diseño inicial estatutario se apuntaba otro centro de relativo poder, hoy fallido, que se asentaría en Granada, sede de las instituciones jurídicas: Tribunal Superior de Justicia, Consejo Consultivo, Consejo Escolar y otras instituciones, que han sido vaciados de contenido por la dispersión de sus órganos y la colonización encubierta de las otras dos capitales. Hoy la ciudad se mantiene del turismo y de su historia, además de su potente universidad; los beneficios de todo ello solo llegan a la conurbación metropolitana, no al resto de la provincia, salvo la costa, turística y con agricultura de invernaderos, se está vaciando exhausta por su escaso desarrollo y su economía agrícola de subsistencia, subsidiada y emigrante, una extensa zona rural que ocupa tres cuartas partes de la provincia.

Lo que queda de las Andalucías se configura en provincias “sufragáneas”, planetas que giran en torno a un polo; Cádiz y Huelva en torno a Sevilla, de la que dependen en tantas cosas y que arrastran su problemática de frontera exterior mal resuelta, lo que se suma al enorme desempleo endémico.

Córdoba, con vida propia por su turismo y riqueza agrícola, se potencia al convertirse en el centro de comunicaciones de la región, por abandono de las comunicaciones de las demás; intenta abrir su propio camino e intenta alejarse de la metrópolis.  

Almería, con su pujante agricultura de última generación, huerta de Europa en la medida que gana enteros en progreso y desarrollo, se distancia más del territorio de la Comunidad a la que pertenece, al menos para pagar impuestos, e interpreta su propio andalucismo mediterráneo y aislado; solo le dejaron la salida al Levante por autovía y el ferrocarril, cuando lo tenga, seguirá el mismo camino.

Las zonas rurales de la provincia de Jaén corren idéntico riesgo de despoblación y vaciado que se comentaba para el altiplano granadino. El viejo Santo Reino, por ser dócil, se ha quedado estancado y siempre en expectativa de destino. El desmantelamiento industrial de Linares y la comarca de la Nacional IV; el monocultivo del olivar, sin industria de transformación alguna ni valor añadido, y los problemas endémicos apuntados más arriba, desempleo estructural, subsidiado y emigración, presentan un panorama desolador, con la excepción de las escasas industrias de Martos y el turismo de las ciudades patrimoniales de Úbeda y Baeza y los parques naturales.

La propia imagen del ferrocarril de alta velocidad andaluz, que traza un enigmático interrogante que circunda a Jaén sin tocarlo, dejando abierto el círculo junto a la parte más pobre de Granada y Almería en el noreste, es muy ilustrativa.

¿Quo vadis Andalucía? De este excurso y reflexión apasionados de uno de tus hijos se concluye que no ha habido, nunca, ni en la historia ni menos en el presente, un concepto unitario de Andalucía; hay que hablar en propiedad de Andalucías; de tantas Andalucías como formas de verla y sentirla, tan diversas y diferentes acunadas por distintos paisajes, cultura, arte y gastronomía y, lo que es peor, distintos grados de desarrollo y bienestar.

Ahora ha hecho un año del cambio en la Administración andaluza en virtud del gobierno surgido en las últimas elecciones autonómicas, que produjo un vuelco político, el primero desde el nacimiento de la Comunidad como ente público, después de casi cuarenta años de gobierno del partido ahora sustituido.

En ese periodo el desarrollo de la región y el progreso han sido indudables; Andalucía ha mejorado con respecto al momento inicial de su constitución como Comunidad Autónoma; pero esta mejora y progreso ni lo ha sido todo lo que debiera ni puede decirse, a los efectos de esta reflexión, que haya sido igualitaria y armónica en todos los territorios y provincias. El hecho indudable es el apuntado más arriba, la prosperidad de los centros de poder sevillano y malagueño y el estancamiento, pese a los intentos de despegue, de todas las demás provincias.

La nueva Administración, fruto de un pacto entre dos partidos con el apoyo de un tercero, es, desde luego, menos “dogmática” y distinta en su concepción, a la de los gobernantes anteriores; la mejor virtualidad del pacto es precisamente la supresión de las imposiciones partidarias y la cooperación entre todos para crear una nueva política.

¿Serán capaces de restañar las heridas, superar las diferencias y generar un clima más favorable a la unidad territorial y a la implantación de un sentimiento andaluz único por encima de las diferencias territoriales? Es pronto para responder a esta pregunta, pero en el año transcurrido no se percibe que se haya siquiera iniciado el tránsito por este camino, que resulta imprescindible para lograr, si se quiere, la identidad única andaluza y el sentimiento de comunidad cohesionada.

Para lograr ese objetivo, no hay otro camino que un proceso de convergencia que permita hablar en propiedad de Andalucía frente a las actuales Andalucías. Es necesario, precisamente, potenciar y apoyar las peculiaridades locales y territoriales fomentando esa diversidad social, cultural, incluso etnográfica, que pueda servir de base desde el orgullo particular para que todos, por igual, se conviertan en aportantes al patrimonio común de la región de sus enriquecedoras particularidades; que pueblos y ciudades pequeñas, medianas y grandes de las cuatro esquinas de Andalucía consideren que su aportación es valiosa, necesaria y percibida en la estimación del conjunto.

Son necesarias, por supuesto, políticas de desarrollo para fomentar la equiparación de todos los andaluces, residan donde residan, en la recepción de los servicios necesarios y que se superen las desigualdades territoriales, lo que hasta ahora no se ha hecho.

La administración de la cultura, los medios de comunicación públicos y privados y las gestiones municipales en dichos ámbitos deben superar los arquetipos de lo andaluz, según la “doctrina oficial”, y hacer un gran esfuerzo para mostrar la diversidad intrínseca de tantas manifestaciones socioculturales, artísticas, gastronómicas o de religiosidad popular, como pueblos tenemos y superar de una vez la colonización que padecen unas provincias con respecto a otras.

A título de ejemplo, es de todo punto inadmisible, el consumo ofrecido por la televisión pública de la Comunidad, a tiempo y destiempo de carnaval gaditano a primeros de año; que se abra un poco la mano en Cuaresma y Semana Santa y nos presenten algo más que media docena de ciudades con desfiles procesionales; que hay más ferias que las de Sevilla, Jerez y Málaga; y que no todos los andaluces son rocieros y se preguntan qué será de lo suyo. Pudiera parecer anecdótico, pero no lo es.

Las políticas de desarrollo apuntadas deben tender a lograr que cualquier andaluz sea igual a otro andaluz en la percepción de la eficiencia y eficacia de los servicios públicos, con hospitales completos y dotados y no sucedáneos; oficinas bancarias en todos los pueblos; presencia constante de las fuerzas de seguridad y, por supuesto, vías de comunicación adecuadas cuando está venciendo la segunda década del siglo XXI.

Si existiera voluntad política de constituir un territorio estructurado, es preciso crear elementos comunes que aúnen la diversidad, como diferentes versiones y formas de ser andaluces; es preciso que el poder sevillano prescinda de sus chovinismos localistas y se plantee una política integral para toda la geografía, redistribuyendo riquezas y oportunidades, con las especialidades que exija el entorno. Es necesaria una planificación para optimizar recursos especializando industrias, polígonos, universidades y campus. Previamente hay que igualar en comunicaciones, medios de transporte, especialmente el ferroviario, e infraestructuras para evitar la actual discriminación y los desplazamientos de poblaciones hacia zonas más favorables. 

De no ser así, Sevilla y Málaga seguirán creciendo y vivirán de las rentas, parasitando a las demás; Córdoba podrá vivir de su posición central; Cádiz y Huelva serán el sur del sur, Almería huirá a Levante. Granada y Jaén lo tienen más difícil; seguirán siendo las hermanas pobres, despoblándose, vaciándose, y se quedarán, porque no tienen dónde ir.

 

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