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Acogía nuestra ciudad hace unos meses el Festival de Flamenco “Ciudad de Jaén”. La idea, me gusta. A Jaén le hacen falta grandes convocatorias de todo tipo, que sean capaces de atraer a foráneos y hacer que los de aquí se echen a la calle a disfrutar por unas horas de un espectáculo que otros organizan, desde luego, con muchísimo esfuerzo.

Un festival así se hacía necesario en nuestra ciudad. Por las dimensiones del mismo y por poner en valor algo que está declarado Patrimonio de la Humanidad y que a nosotros nos resulta cercano y cotidiano. Desde mi experiencia, sé la labor que ha venido desarrollando la Peña Flamenca de Jaén desde hace décadas.

A mí, que me encanta pasear por la calle Maestra frecuentemente, cada vez que llego a la sede de la Peña Flamenca mi memoria se traslada a mi primer año de carrera en la Universidad de Jaén. En aquel año y durante varios cursos, al llegar otoño, la Universidad en colaboración con la Peña Flamenca celebraban su tradicional Seminario de Iniciación al Flamenco, que era precisamente una de las iniciativas culturales de la Universidad con mayor solera por su larga trayectoria.

Fue un extraordinario acercamiento a un mundo tan cercano en mi día a día como desconocido. Allí encontré amabilidad, generosidad y mucho respeto. Aprendí escuchando hablar a críticos y expertos, y disfruté con las actuaciones que al término se ofrecían y servían como complemento a las conferencias. A veces, me volvía a casa con algún ejemplar de la revista “Candil” que alguien muy generosamente – lo vuelvo a repetir- hacía llegar a mis manos.

Ahora, pasados esos años, puedo recordar que gracias a ese Seminario puedo saber quién fue Silverio Franconetti, quien en palabras del recordado Diego Rojano en uno de sus libros venía a decir que era algo así como Luis Mazzantini al toreo por lo extraño de sus apellidos.

Pero también, pasados esos años, lamento que aquella gran iniciativa fuera cortada de raíz de un año a otro, como así sucedió. Ignoro los motivos, pero sí sé que fue un error.

Precisamente esta semana la UJA ha rendido un merecido homenaje a Rafael Valera, recientemente desaparecido. Recordar aquellos años en que cada semana subía a la calle Maestra al Seminario de Flamenco supone inevitablemente recordarlo. Era él quien cada semana recibía a todos los presentes, introduciéndonos a la conferencia y la actuación que luego se ofrecería. Nos enseñaba el flamenco, en definitiva.

Aquel Seminario se hacía necesario, porque en el flamenco al igual que sucede en el toreo uno puede acercarse a conocerlo por puro sentimiento, pero puede ser difícil de entender y comprender si no hay quien mínimamente nos introduzca y nos abra los caminos para poder engancharnos a un mundo tan apasionante.

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