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Por MARI ÁNGELES SOLÍS DEL RÍO / La tarde comenzaba con un deseo inherente en el alma. Es lo que tiene la música que embriaga los sentidos. No hay música más universal que el cante flamenco. Por algo fue declarado hace años Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Pero el valor del flamenco reside en su pureza no en las mezclas que llevan años haciéndose y que no hacen más que prostituir el arte. Yo, ante esas mezclas, siempre pido que se aclare que no se está haciendo flamenco, sino que con aquella innovación se pretende buscar la belleza cogiendo de prestado algunas de las características del flamenco pero que no utilicen en vano su nombre. La pureza del flamenco es algo que va más allá. La esencia del flamenco es el universo de lo jondo, es el dolor del pueblo en la voz desgarrada de un alma que se transforma en pasión.

Es por ello que la tarde de ayer se intuía verdadera. Escrutando las callejas del jaenero barrio de La Merced, una vez atravesado el Arco de San Lorenzo, nos embriagada del olor a primavera en una conjunción maquiavélica de pasión contenida. En la plaza, frente a la Fuente Nueva, cerrando los ojos se podía sentir el calor de aquellas madrugadas en que Él salía a reunirse con su pueblo. Porque aquel templo fue antaño la casa de Jesús durante algunos años, y los gritos de “Viva El Abuelo» no se los lleva el viento, jamás.

Dentro de la iglesia, el frío recorría el cuerpo ante la solemnidad del pasado, de la historia. A través de unos pasillos cargados de arte, desembocamos en un hermoso claustro casi desconocido por gran parte de los jiennenses. Una hermosa fuente de piedra, un típico pozo y flores, muchas flores que nos recordaban que estamos en plena primavera jaenera.

Pronto, empezarían los sones en la guitarra de Samuel Colmenero previos al recital. Se hizo el silencio. La voz de Carmen Gersol con cantes de siega, donde nuestros olivos marcaban el límite entre lo humano y lo divino, fue el inicio de un viaje al más allá.

La guitarra de Samuel, con una interpretación magistral, deslizaba sus acordes por aquel claustro que se convirtió en el epicentro de lo jondo. La voz de Carmen interpretó lo más profundo del flamenco. El duende salió de su escondite y se rindió ante tal entrega. Con total sentimiento, se vislumbraba el gran trabajo que había detrás para que cada palo del flamenco estuviese representado con total pulcritud. Y ello, con toda la entrega de una voz y unas manos poseídas por la pureza.

Como mayor tributo a la belleza, Carmen llevó a su repertorio letras del poeta Miguel Ángel Cañada. Letras dedicadas a nuestro Jaén, cargadas de sensibilidad y sentimiento. La maestría de un corazón tan grande que se rinde a su tierra, así es Miguel Ángel.

Yo, como purista que soy, escuché y sentí todo el recital mientras mis manos temblaban y las lágrimas querían escapar de mis ojos. Y tuve el mejor de los sentimientos: la sensación de que mi padre estaba sentado a mi lado, diciéndome: “esto sí es flamenco de verdad”. No sé si Carmen sintió en la boca sabor a sangre mientras la siguiriya se metía en sus entrañas, como le ocurría a Tía Anica La Piriñaca. Yo quiero creer que sí, porque yo lo sentí…

En momentos así, solo cabe dar las gracias, tanto a Carmen como a Samuel, por haber devuelto al Flamenco su pureza, por regresar lo jondo a nuestra tierra, tan necesitada de reconocimiento a la belleza de su arte.

Somos Jaén, una voz, una guitarra, el claustro de la Merced y los versos de nuestra tierra en las letras del gran poeta jaenés Miguel Ángel Cañada.

Gracias a los tres…

Esta es la crónica de un recital de flamenco en su esencia, en su proyección más verdadera y purista. Un recital que Jaén se merece, y se merece que se vuelva a repetir, que podamos sentir pronto la grandeza de nuestra tierra y podamos adentrarnos en nuestra alma mientras el corazón de olivo que llevamos dentro recite por soleá.

Foto: Samuel Colmenero, Carmen Gersol y Miguel Ángel Cañada, en una noche jonda en el claustro de la Merced.

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