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Por JAVIER LÓPEZ LÓPEZ / Mi padre, tras cualquier atentado, decía que sabía cómo acabar con ETA en un par de horas. Le creo. Porque era un hombre de palabra y porque era lector de Marcial Lafuente Estefanía, en cuyas novelas el protagonista, aunque medía seis pies y medio y reía de buena gana, era siempre el Quijote. Qué bueno llevar sus genes ahora que el pensamiento Heidi sitúa a Occidente a medio camino entre Copo de nieve y el abuelo, entre el pacifismo y la OTAN.

Putin sabe que el miedo es el coraje del cobarde, que la huida es la bravuconada del timorato (ven si te atreves) y que los neutrales no entienden la advertencia de Virgilio respecto al desinterés del lobo por el número de ovejas que encuentre en el aprisco, ya que ninguna le hará frente. Y sabe que muchos le han comprado el relato de que Ucrania está llena de neonazis y cuando invada Suecia le comprarán el de que es un país lleno de gente guapa.

Al dictador ruso, ese Hitler que se afeita, le viene muy bien la hegemonía cultural impuesta en la Europa libre por quienes, nostálgicos de la Unión Soviética, han convertido el lenguaje en un kalashnikov. Si el no a la guerra se impone ya al no a Putin es porque quienes manejan el relato han hecho creer que en los años de plomo de Kubati las nucas provocaban a las balas y que en los desasosegantes tiempos de Vladimir defenderse es de fachas.

Foto: En el mundo circulan muchos mensajes como este: Detener a Putin. (El Confidencial)

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