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Por MARI ÁNGELES SOLÍS DEL RÍO / “El Cante jondo se acerca al trino del pájaro y a las músicas naturales del chopo y la ola; es simple a fuerza de vejez y de estilización.

Es, pues, un rarísimo ejemplar de canto primitivo, el más viejo de Europa, donde la ruina histórica, el fragmento lírico comido por la arena, aparecen vivos como en la primera mañana de su vida»

-FEDERICO GARCÍA LORCA-

Cuando la noche desplegaba su negra capa, los faroles de la calle Arco del Consuelo empezaban a parpadear. Su luz vacilante era, acaso, el preludio de una lucha que pretendía abrir los caminos del arte. Corrían los últimos años de la década de los sesenta por las tierras jiennenses, esta tierra preñada de olivos y de vida sacrificada mientras despuntaban soles y mediodías.

Las sombras nunca olvidan la luz que las creó. Así como la muerte nunca olvida los latidos que sucumbió. Los faroles tragaban más luz de la que ofrecían, eran como ciegos que se miraban al espejo intentando palparse el corazón a codazos. Pero eso es lo que tienen las sombras ocultas: una caricia muda en agradecimiento a la luz que jamás marchitó.

La calle Arco del Consuelo, “el callejón”, era testigo noche a noche de aquella procesión, profana en sus horarios, y santa en sus formas, de un grupo de intelectuales que, cuando oscurecía y acechaban las sombras, se deslizaba de taberna en taberna con el firme objetivo de hacer de la amistad un valor cargado de honestidad que abriese un camino cuyo final se encontraba en algo tan mundano y tan celestial a la vez, como un quejido, como un grito surgido de las entrañas del hombre.

Como guía de aquel cónclave, José Solís Rostaing, un hombre de grandes silencios y austero como una siguirilla. Liderando un viaje hacia lo jondo que lograría finalmente que su sueño se hiciese realidad, sueño que tras cincuenta años podemos afirmar que es uno de los hitos más importantes en la historia de la cultura en el Santo Reino.

Los pasos se camuflaban en cada encuentro y los escenarios, casi todos en Arco del Consuelo, nos traen a la memoria escenas inolvidables en El Gorrión, Monterrey, Casa Andrés o La Manchega, centinelas eternos del Callejón. Sus paredes, testigos del ir y venir de generaciones de hombres y mujeres con corazón de olivo y cuerpo de versos, escritos en la incertidumbre de un futuro turbio y un pasado de plenitud: romano, ibero, árabe y judío, alma jaenera por los cuatro costados. Los ecos de un “Viva El Abuelo» encumbrado por corazones que sucumbieron a la muerte porque un olivo les reventó las entrañas por tanto amor, aún resuenan por aquellas calles, aquel olor añejo, a calle vieja que siempre me acompañó en la niñez.

Años después, aquel hombre, José Solís, me relataba cada tarde cuando el sol se iba, cómo hilvanaron su hazaña todos aquellos que formaron parte necesaria de la cima de la jondura en Jaén. Sus comienzos, tal vez más humanos que celestiales, estaban divinizados por una amistad certera y profunda nacida entre un jovencísimo y aún desconocido José Menese, que caminaba guiado por la mano firme del gran poeta y pintor Francisco Moreno Galván, y José Solís, presentados ambos en la década de los sesenta por Fernando Montoro. El flamenco fluyó como un manantial puro llevando sus aguas hasta “el callejón” donde intelectuales jiennenses se reunían para tratar del arte y de su conocimiento. Fue a finales de esa década cuando el conocido abogado Ramón Porras, que por entonces dirigía el centro de estudios San Alberto Magno, trasladó los contenidos de su actividad educativa hasta la tertulia de intelectuales flamencos incluyendo recitales de poetas tales como Fernando Quiñones, José Manuel Caballero Bonald, Gloria Fuertes y Sofía Noel, convirtiéndose estos virtuosos de la escritura en unos jaeneros más que matan las noches a golpe de arte humano entre los muros de El Gorrión.

El grupo se iba haciendo, día a día, más consistente. Su heterogeneidad era una muestra más de su fortaleza y honradez. Las noches son el mejor escenario para que dialoguen las almas, para que los lazos se transformen en nudos en la garganta. Para que las manos, cual sombras chinescas transformadas en manchas descoloridas por la tenue luz de los faroles, se confundiesen entre las paredes encaladas de la calle oscura, lanzando un grito nacido de las entrañas. Aquellos hombres y mujeres caminaban con un pensamiento firme en sus mentes, acaso al principio era solo un anhelo pero el tiempo, siempre sabio, quiso darles la razón. Hace muchos años, José Solís, mi padre, me contaba todo esto mientras sus ojos brillaban. Tal vez podía vislumbrar un atisbo de melancolía… y yo le escuchaba sin parpadear, no es posible transcribir el orgullo de una niña ante su padre cuando, al recordar esto habiendo pasado tantos años, aún puedo acariciar el folio que él me enseñó en aquel momento. Ahora lo tengo entre mis manos y leo:

“Acta de Constitución

En la ciudad de Jaén, siendo las veintitrés horas del día tres de marzo de mil novecientos setenta y dos se reúnen en el domicilio de D Adriano Serrano Ramírez, sito en Consuelo n° 7 los señores citados al margen, con el propósito de constituir, previos los trámites legales en vigor, la denominada Peña Flamenca de Jaén.

También se acuerda elevar al Excmo. Sr. Gobernador Civil de la Provincia la presente Acta y Estatutos de la Peña, por triplicado, para su aprobación si procede.

En prueba de conformidad, firman todos y cada uno de los socios fundadores”

Absolutamente consciente del tesoro que tengo entre mis manos, nombro a “los señores citados al margen», como se recoge en el Acta, siguiendo el mismo orden que ellos guardaron. Y lo diré despacio, porque fueron ellos quienes hicieron realidad la Peña Flamenca de Jaén. Fueron ellos, y la historia ha de saberlo y recordarlo. Ellos son:

Ramón Porras González

Adriano Serrano Ramírez

José Delgado Aguilera

José Solís Rostaing

Ángel García Cruz

José Cruz García

Fausto Olivares Palacios

Francisco Olivares Palacios

Antonio Latorre Olmedo

Vicente Morales Gueto

José Olivares Palacios

Otro de los documentos de mi padre que he conservado, cincuenta años de historia entre mis manos, es el Original de los Estatutos de la Peña Flamenca. Unos Estatutos redactados con todo el amor que pone quien pretende acariciar el arte. En ellos, se recogen otros nombres. Nombres que también aportaron fuerza y conocimiento a esta maravillosa empresa, son los llamados (y así se recoge en los documentos) “socios fundadores». Entre ellos están: Sebastián Jiménez Arcos, Gerardo Fuentes Gutiérrez, Antonio Altés Sanchez-Rando, Manuel Moral Zafra, Juan Antonio Ibáñez Jiménez, Rafael Villanueva, Manuel García y Ángel Fernández Cos.

Desde el comienzo de sus reuniones a finales de los años sesenta, su objetivo era cuidar el flamenco, enriquecer el arte siempre respetando su pureza y darlo a conocer, devolver el arte del pueblo al pueblo mismo porque es al pueblo a quien pertenece. De esa inquietud nació la celebración de una reunión de cante flamenco en el Casino de Artesanos, cuyo presidente era Antonio Altés, mencionando anteriormente como socio fundador. Aquella reunión tuvo lugar el seis de febrero de mil novecientos setenta y dos, cuando la Peña Flamenca aún no se había constituido, sino que era simplemente un grupo de intelectuales que luchaban por el arte jondo. En ese acto, Caballero Bonald ofreció una conferencia sobre el cante grande. Le acompañaba José Menese que ilustraba con su voz y quejío las palabras del poeta. El salón de actos del Casino de Artesanos rebosaba de jiennenses ávidos por conocer sus raíces, el sentir del pueblo. No hay duda que, aquella velada supuso un pulso ganado al miedo porque había quedado claro que, una peña flamenca tendría mucho futuro en esta tierra de poetas y pintores, tierra de olivos. Había que seguir el camino…

Se celebraron otras reuniones. Es de destacar la presentación del libro “Mundo y Formas del Cante Flamenco», escrito por Antonio Mairena y Ricardo Molina. A la que asistió el propio Mairena con su hermano Curro. Y que también tuvo lugar en el Casino de Artesanos.

Los trabajos administrativos iban despacio, a pasos lentos, como se bebe un buen vino, a sorbos pequeños para inundarse de su esencia. El día uno de febrero de mil novecientos setenta y dos se reunían Antonio López Colmenero, en calidad de Presidente de la Sociedad Civil “Casino Primitivo” y José Solís Rostaing, en calidad de Presidente de la Peña Flamenca de Jaén. El objetivo era encontrar un lugar donde realizar la labor de difusión y conocimiento del flamenco. Y ese lugar tenía que ser un lugar con encanto, solera y muy de Jaén. La parte baja izquierda del Casino Primitivo, junto al patio principal, era el lugar adecuado. Lo que ahora conocemos como “Salón Mudéjar” guarda entre sus paredes todos los secretos de nuestra Peña Flamenca, añoranzas y los primeros quejidos de gargantas que se transformaban en soleá, martinete, bulerías o siguirilla. Como curiosidad, ahora que apenas recordamos qué cosa era la peseta, el contrato recoge que el precio que tenía que pagar la Peña por el arrendamiento de aquel hermoso lugar era de veinticuatro mil pesetas anuales. Documentos de más de cincuenta años que no nos dejan de sorprender.

La fecha marcada en el calendario, el tres de marzo de mil novecientos setenta y dos, empezó a dar sus frutos. El seis de abril de mil novecientos setenta y dos salía publicado en prensa local, en el Ideal, la composición de la Junta Directiva de la Peña Flamenca que había sido elegida entre los socios en una reunión celebrada días antes. El Presidente había sido elegido por unanimidad, siendo José Solís Rostaing quien ostentara el cargo. Por consenso de los asistentes, Manuel García Aguilar era designado Vicepresidente, así como José Agrela Castro, haría las funciones de Secretario y Francisco Muriel Ignesón de tesorero. Siguiendo un esquema muy bien estudiado, se establecerían una serie de vocalías que serían asumidas por José Cruz García como vocal de organización, Ramón Porras González como vocal de relaciones públicas y Juan Antonio Ibáñez Jiménez como vocal de prensa y propaganda.

Pero, sin lugar a dudas, el colofón del sueño tendría lugar el día veintinueve de abril de mil novecientos setenta y dos, día en que tuvo lugar la inauguración oficial de la Peña Flamenca y la bendición de los bajos del Casino Primitivo, donde se aposentaban los cimientos del sueño de aquellos intelectuales, los cimientos del quejío en el Santo Reino.

El acto de aquel veintinueve de abril dio comienzo a las ocho y media de la tarde. Las autoridades locales acudieron a los bajos del Casino Primitivo para presentar su gratitud a un flamante José Solís, presidente por excelencia, que veía cómo los salones de aquellas bellas dependencias se llenaban de jiennenses y de gente venida de fuera para festejar tan grandioso logro. Fue el reverendo don Manuel Caballero quien bendijo el icónico lugar, dirigiendo posteriormente unas palabras a los asistentes. Todo un acontecimiento en tierras del Santo Reino que contó con la presencia de un gran poeta como Sánchez del Real y un flamencólogo de envergadura como Fernando Quiñones. También presentes, Rafael Romero, el Gallina, a quién posteriormente se le rendiría homenaje en el teatro Asuán por ser el cantaor más relevante en tierras jiennenses, además de haber sido condecorado en mil novecientos setenta y uno con el olivo de oro, un iliturgitano con duende e historia. En el cartel de aquella noche también relucieron los cantaores José Menese, Diego Clavel, Juanele de Jerez y el Lebrijano, además de tocaores como Manolo Brenes, Pedro Peña y Antonio de Oyola. Todo un éxito. El flamenco llenó hasta la bandera el teatro Asuán y, posteriormente, los asistentes se trasladaron a los bajos del Casino Primitivo, el lugar de la Peña.

Podría escribir ríos de tinta acerca de la Fundación de la Peña Flamenca de Jaén, de los días anteriores y de los posteriores. Pero el germen de la historia ya está desgranado en lo anteriormente descrito y, como los buenos flamencos, opino que es mejor hablar poco y escuchar más. Como apunte significativo, no olvidar que el proyecto de José Solís fue rescatar el legado flamenco para traerlo a intramuros de sus raíces, y en esa labor estuvo muy bien acompañado. La definición que mi padre otorgaba al arte jondo era: “el flamenco es la expresión artística más estremecedora que pueblo alguno haya alumbrado».

Después de esto, nos queda el recuerdo. Noches y noches, después de las doce, la hora bruja, al compás de soleá con la magia y el estremecimiento al escuchar a Manuel Torre, Enrique Mellizo o Pastora Pavón, con el vacilar de la luz de los faroles. Y en los bajos del Casino Primitivo, cuyo cielo de estrellas era un artesonado mudéjar célebre en nuestro Jaén, recibiendo las visitas de Fernanda de Utrera, entrelazando con el quejío de nuestra siempre querida Chari López, o las entradas de Pepe Polluelas, las brillantes reflexiones teóricas de Fausto Olivares y la fidelidad de Fernando Canalejas… todo eso era la Peña, arte en verso y rasgueo de guitarra. En el ambiente, además del olor a tabaco que formaba una especie de cúpula de Catedral profana, el aroma a jazmín que provenía del patio.

Cincuenta años pasaron, cincuenta años que quedarán grabados en la historia jiennense recordando que el arte es del pueblo, pertenece al pueblo… pero si el arte está en peligro de extinción, solo podrá salvarlo el pueblo. Recordar, en este mi pequeño homenaje, a José Solís, mi padre, y a aquel grupo de hombres y mujeres que lucharon en tiempos difíciles para hacer florecer nuestra cultura.

Foto: José Solís Rostaing (segundo por la derecha), con Rafael Romero «El Gallina» y Diego Clavel, el día de la inauguración oficial de la Peña Flamenca de Jaén, de la que fue su primer presidente.

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