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Por EDUARDO LÓPEZ ARANDA / El pasado sábado, la Corporación municipal de Vilches tuvo a bien otorgar el titulo de Vilcheño Ilustre del año al Deán de la Catedral de Jaén, Francisco Juan Martínez y Rojas. Una distinción más a quien civilmente es Excelentísimo señor -por estar condecorado con la Medalla de Andalucía- y, además, Ilustrísimo Señor por ser Deán de las Catedrales de Jaén y Baeza y Caballero Eclesiástico Comendador de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jaén.

Más allá de estos títulos me consta, porque lo conozco bien; porque me honro con su amistad y ¿por qué no?, por considerarlo un hermano independientemente de la fraternidad que nos otorga nuestra pertenencia a la Orden del Santo Sepulcro, que lleva en su corazón a su amado pueblo, donde viera por primera vez la luz de este mundo y gastara sus primeros años de vida alimentado en cuerpo y espíritu, junto a su hermana Bienve, en un hogar modélico formado por Ángel y María, dos santos me atrevo a decir sin temor a equivocarme. Joya del Condado, Vilches es sustrato tan firme en el corazón de Fran como los duros granitos que afloran en el hechizo natural del Piélago y, por ello, sus gentes han querido reconocerlo en este año tan trascendental para la vida del ilustre vilcheño.

Un año trascendental, sí. Y es que desde su «sustitución» (Margarita Robles dixit) como Vicario General de la Diócesis han sido muchas las voces y las plumas que se han alzado, poniendo de manifiesto la condición ilustre de Fran. Ese dar luz, etimológicamente hablando, en su actuar como persona, científico y sacerdote. El derrotero vital de Fran discurre paralelamente entre su vocación sacerdotal, su desmesurada inteligencia y su ser como persona: leal, amante de la verdad, lo que le ha acarreado más de un sinsabor, pues poco gusta que se diga a la cara. No es hombre de medias tintas. Es amigo de sus amigos sin tasa y sin reservas aunque, tristemente, algunos piensen mundana e interesadamente y ya empiecen a darle de lado porque no tiene ese cargo que, en un momento dado, pudiera favorecerlos. Gentes que son capaces de -si no venderse- sí pegarse al mejor postor, al sol que más calienta, olvidando una amistad correspondida y que hace daño, mucho daño, al que la da sin pedir nada a cambio porque, entre otras cosas, no le hace falta.

Dentro de unos meses voy a cumplir cincuenta y siete años. Uno de mis defectos -más bien creo que virtud- es no haberme callado jamás, con los problemas que ello me ha conllevado y cuando lo he hecho, también me ha traído problemas y quizá mayores. Por eso, no estoy dispuesto a estas alturas a dejarme llevar por respetos humanos de ningún tipo. Y es que es doloroso ver actitudes -si no de desprecio- de desentendimiento hacia Fran cuando, y no me equivoco, ha pasado y pasa haciendo el bien. Pero ya se sabe la condición de algunos humanos, que son capaces de renunciar a lo que sea y de posponer valores inmutables en su esencia, por conseguir sus pobres objetivos terrenales.

Sé que a Fran le duele. Como nos duele a todos. Pero también sé que esa cruz que el Señor ha tenido a bien entregarle va a ser para él un bien mayor; un lábaro de victoria como lo fue en el Calvario, cuando, donde y como Dios quiera. Solo tendrá que esperar.

Entre tanto, sé fuerte -que lo eres-; clava tu hombro en la cruz; acepta esas misiones que el Señor te está pidiendo ahora mismo y, sobre todo, sigue siendo ilustre o, lo que es lo mismo, continúa dándonos luz intelectual y espiritual a los que la necesitamos y siempre estamos dispuestos a recibirla.

Mientras, aquí tienes a tu amigo; a tu hermano, que jamás te dejará solo. De pocas cosas estoy seguro en la vida. De esta, sí.

Deus lo vult.

Foto: Fran con su familia y amigos, tras ser nombrado ‘Vilcheño Ilustre del año’.

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