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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / La foto de Jesús de los Descalzos es de los años 40 del siglo pasado. Está dentro de un hermoso marco. En el cristal se refleja la mirada del guardia civil, que siempre la llevaba consigo, cuando lo cambiaban de destino, en la difícil época de la posguerra.

La imagen de Jesús me ayuda a apaciguar mi espíritu, ante este tiempo, en el que ahora nos encontramos: la Cuaresma. Fue un regalo de mi amigo Gregorio. Nunca encontraré la forma de agradecérselo.

El hombre todavía sigue por la ciudad. Hay algo en ella que le impide abandonarla. Quizá sea su orografía, semejante a una montaña, en las que las cuestas de piedra le recuerdan al lugar del que viene.

Los plenipotenciarios ya han empezado sus reuniones y actos. Las organizaciones disfrutan de un color muy saludable. El sol gobierna todos sus actos. Se preparan para conmemorar el sacrificio del ser más bueno de todos los tiempos. Otro año más, intentarán ser como él, pero tampoco lo conseguirán. En el fondo de su alma, saben que no quieren hacerlo. Tal cuestión supondría abandonar su cuota de poder. Y eso es algo que no se pueden permitir.

El incienso blanquea todas sus reuniones y convierten los salones en lugares de misticismo. En esta primavera, los corazones de los plenipotenciarios se abren como los pétalos de la flor.

El hombre vestía con una ropa un poco descuidada, ajena al simbolismo protocolario que se precisa en tales menesteres. Hace poco asistió a una asamblea. Quería conocer sobre el terreno los contenidos que se platican e identificar a estos nobles señores. Después de esperar con paciencia las intervenciones, manifestó su deseo de hablar. Con calma y humildad pidió que mostraran un mayor acercamiento.

Nuestro ingenuo hombre abrió la caja de Pandora sin saberlo y los vientos lo condenaron otra vez al ostracismo. Desafiar a los plenipotenciarios es una temeridad que se paga con el destierro y el olvido. Pero lo que no supieron estos es que a él tales contrariedades acrecientan su fortaleza. A pesar de todos los falsos testimonios, que el aparato puso en marcha, no conseguirán amedrentarlo.

Es Miércoles de Ceniza. Se dirige a la Catedral. Suena el Stabat Mater de Pergolesi. Se acuerda de su amigo, cuando dos mil años atrás lo condenaron a una muerte que no merecía. Su único pecado fue proclamar el amor entre los hombres y que el poderoso dejara de servir a sus intereses. El buen ladrón se arrodilla ante la capilla del Cristo de la Buena Muerte. Otra vez, Jesús nos va a otorgar la vida eterna que no merecemos.

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