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El oficio de leer no está todo lo reconocido que merece. No me refiero al noble ejercicio de la crítica literaria, tan fundamental en estos tiempos de muchas publicaciones, sino al mero hecho de coger un libro. Leer, parece ser, que no está bien visto en esta sociedad que prefiere otros hábitos de consumo, más rápidos y poco complejos.

Sin embargo, Yo, voy a reivindicar la lectura como algo inherente a la salud mental del ser humano.

Cada persona crea sus propias condiciones para que su lectura sea plena y enriquecedora, incluso algunos eligen acompañarla con un poco de música, generalmente clásica. Esta, te permite nadar entre las palabras, sin perder la concentración. Las melodías son unos hermosos remos que te llevan a la orilla de la playa, al final del libro, que ya amarás siempre.

A mí, me gusta leer cuando declina la tarde, justo en el instante en que sol y la luna se intercambian sus posiciones en un camino de naranja cielo. La suerte de poder contemplar esta transformación celestial desde mi ventana, es una dádiva quizá inmerecida.

El último libro leído se llama Césped Seco. Su autor es Joaquín Fabrellas. Tengo la inmensa suerte de conocerlo. Es además de un gran poeta (consagrado en los niveles más altos de nuestra poesía patria), un excepcional filólogo.  Hace poco tiempo, recién comenzado el año nuevo, tuve la suerte de asistir a un recital de poesía en el que él participaba. Su voz de catedrático amigo, su maravillosa dicción, convirtieron los versos recitados en una sinfonía muy especial. La musicalidad de sus versos fueron un alivio en estos tiempos de pandemia.

Pero vamos a centrarnos en su último libro. Ciertamente no soy crítico literario, ni pretendo serlo. Carezco de los conocimientos técnicos propios del oficio. Sin embargo, me van a permitir hablar de la obra, utilizando como hilo conductor mis emociones.

Es el libro, un conjunto de relatos, donde lo cotidiano y lo mágico se funde de manera magistral. El autor consigue captar nuestra atención no solo con las historias que propone, sino también con la construcción de las frases. Leer a Joaquín es mirar un cuadro de Fortuny. La belleza de su escritura emociona tanto o más que lo cuenta. Estamos pues, ante un pintor de letras. Su literatura es tan alta como el sol.

He leído Césped Seco, dos veces. Lo consideró ya un libro de aprendizaje, con el que quiero ir avanzando en este oficio de escribir. Es una obra que pronto estará en los programas de enseñanza.

El sol se va perdiendo por las montañas cercanas. El camino naranja del cielo alerta del comienzo. Suena Claro de Luna. La luz de la sonata nos descubre la próxima lectura.

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