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Hace unos meses, en uno de mis comentarios en esta misma tribuna sobre las permanentes desavenencias comerciales entre EEUU y China,   especificaba que la pugna que ambos países estaban librando por comandar el liderazgo económico mundial, no solo se centraba en el aspecto comercial, sino que abarcaba, de alguna forma, una profunda disputa por liderar la revolución tecnológica que está experimentando el mundo. Las implicaciones de esas desavenencias, cuya persistencia es más que evidente, se extienden, por otro lado, al aspecto político, lo que agrava, aún más si cabe, la controversia dada la disparidad de sus dispares  sistemas políticos. Es verdad que en el mundo existen otros núcleos muy poderosos y trascendentes, como la UE, JAPÓN, RUSIA, GB…, sin embargo,  el consenso general centra la lucha por la hegemonía mundial en aquellas dos potencias.   

La crisis sanitaria, que estamos tratando de superar, está incidiendo de forma brutal en la actividad económica de todos los países y, de alguna manera, está desnudando la realidad de las fortalezas y debilidades  de su salud financiera, evidenciando el grado de preponderancia de cada estado o bloques establecidos. Las medidas, tanto sanitarias como económicas,   implementadas por cada uno de ellos, pretenden, no sólo coadyuvar a la recuperación de sus economías, sino también, en los países más poderosos  o las alianzas delimitadas, reafirmar su autonomía e independencia como  prueba de su total autosuficiencia dentro del escenario del poder económico y político actual.   

En las últimas semanas, con ocasión de esta infausta crisis, me he referido a la situación de la Unión Europea en su obligación, como una de las coaliciones más importantes del ámbito socioeconómico del mundo, de dar una respuesta conjunta a las devastadoras secuelas que ha generado el Covid-19. La última propuesta, adoptada en el seno de esa Institución, de poner a disposición de los países miembros 750.000 millones de euros para contribuir a la recuperación de las economías de sus estados asociados, ha venido a completar, como no podía ser de otra forma, las medidas tomadas por el BCE, cuyo primordial objetivo es dotar de la necesaria liquidez los canales de financiación de los países miembros y de sus entidades financieras  o, incluso directamente, de algunas grandes empresas. Sin embargo, aquella proposición, respaldada por algunos países, no está totalmente consensuada debido a la persistencia de las reticencias mostradas por otros estados sobre la condicionalidad que deberán observar los beneficiarios para optar a esas convenientes líneas del plan de recuperación diseñado. En cualquier caso, aun admitiendo que deben establecerse unos criterios pautados para recurrir a esa posibilidad de financiación, mantener ese desacuerdo irracional sería mostrar, una vez más, que este ”bloque de poder” tiene su Talón de Aquiles en la solidaridad entre sus miembros y que, por tanto, su capacidad para mantener su actual hegemonía dentro del tablero mundial quedaría aún más debilitada.     

No solo se trata, por tanto, de la oportunidad de favorecer la recuperación económica de los países que integran la UE, sino que, como segundo objetivo, y no menos importante de cara a un futuro incierto, lo que está en juego es la consistencia de la influencia real que a este grupo se le reconoce en el contexto de poder global y, en ese aspecto, si no variamos la partitura, estaremos dando señales ciertas de su fragilidad y falta de solidez.

 

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