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Por Antonio de la Torre Olid /

            Que las barrabasadas de algunos gobernantes ganan enteros a favor de su impunidad, a la vez que los ciudadanos del mundo asistimos a ellas cada vez más sumidos en una sensación de incredulidad e impotencia, parece evidente a raíz de nuevas vueltas de tuerca que venimos presenciando en este tiempo presente. Asesinar, envenenar, hacer desaparecer, expulsar, exterminar, eliminar o desacreditar al opositor son prácticas que están haciendo tambalear la utilidad de organismos de mediación o autoridad internacional.

            Son ellos los que están haciendo buena la frase lapidaria de Hobbes, cuando habló de nuestra peor versión, por la que el hombre es un lobo para el hombre. Y por culpa de eso, los demás, inermes, estamos normalizando la violencia política a base de la repetición en el telediario, hasta hacernos insensibles, mientras no dejamos de comer, al visionar otra matanza más de niños, la de hace unos días en una escuela de la ONU en Gaza a manos de Israel. Otras veces es la incapacidad para llegar al conocimiento de la realidad de países subdesarrollados y de dictaduras, por la falta de calado de las noticias de las agencias internacionales, que diesen cuenta de masacres que nos quedan muy lejos. Y en otros casos el horror sencillamente se desconoce, ya que se impone la censura informativa en las fronteras interiores o se atiende a relatos nacionalistas.

            En mayo de 2019, un tribunal nacido del consenso internacional, la Corte Penal Internacional (CPI), sí que elevó las penas de 40 años de prisión a cadena perpetua, respecto a la condena que en 2016 había recibido el exlíder serbiobosnio Radovan Karadzic por genocidio. Su correligionario, Slobodan Milosevic, murió en la cárcel antes de que se dictara una sentencia, que sí condenó a varios de sus mandos militares.

            Sin embargo, tiempo después, no albergamos la misma expectativa en la eficacia de la orden de detención, de marzo de hace un año, de la misma Corte Penal Internacional, contra el presidente ruso Vladimir Putin, por deportación y traslado ilegal de niños de la Ucrania ocupada.

            Encarcelar a una periodista crítica en Rusia o eliminar a anteriores opositores y finalmente envenenar, encarcelar y que encontrara la muerte el pasado febrero Aléksei Navalni, son muestras del autoritarismo del régimen de Putin, que se ceba sin sonrojo y despechado ante la comunidad internacional antes de una pantomima de elecciones presidenciales.

            Hace menos de un mes, el fiscal de la misma Corte Penal Internacional, solicitó órdenes de arresto contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanjahu y varios de sus ministros e igualmente contra otros líderes de Hamás, por presuntos crímenes de guerra y de lesa humanidad. En el caso de Netanjahu se le acusa de usar el hambre de civiles como método de guerra, entre otros. A Hamás se le imputa la toma de rehenes, violencia sexual y otros actos. De nuevo, para tener alguna sentencia al respecto, deberán pasar años, y no porfiamos.

            De otro lado, España acaba de sumarse a la denuncia, en este caso ante el Tribunal Internacional (TIJ), que interpuso Sudáfrica contra Israel en el mes de diciembre, por acusación de genocidio. En este punto, el Tribunal ordenó medidas cautelares para el cese inmediato de la ofensiva contra Rafah. Para el sionismo ha sido como el que oye llover, ni tampoco esperamos humo blanco.

            Al final, y aunque la dificultad para que se haga justicia y se detenga la muerte continuaría, pero todo parece reducirse a qué haga con el pulgar Estados Unidos, cual emperador romano expresando si hay condena para el gladiador, en esta caso sacando bandera verde, para sumarse a la exigencia de armisticios, no enviando armas, imponiendo sanciones… Todo esto no hace sino redundar en nuestra desangelada percepción de incapacidad, por lo que podamos hacer todos los demás, tanto otros países como los que protestan en las plazas o los jóvenes acampados en las universidades.

            Rebasar las fronteras del Derecho Internacional es entrar en la embajada o el consulado de otro país, como ocurrió en la de México en Ecuador, para capturar a un exvicepresidente refugiado; o utilizar la de Arabia Saudí en Turquía, para asesinar a un periodista por agentes de un régimen que, como otros vecinos, a la vez se hace lavados de cara ante todo el mundo con grandes eventos o fichajes de deportistas.

            En este último año anterior a las recientes elecciones en México han sido atacados 28 candidatos y 16 han muerto. El primer ministro de Eslovaquia ha sufrido un intento de asesinato y hace unas horas ha sido atacada la primera ministra danesa. De cómo se dio la vuelta Ortega como un calcetín en Nicaragua, para acabar desterrando religiosos y otros disidentes; y de otras dictaduras africanas y asiáticas, ni hablamos, porque como decimos, cuesta recibir información.

            Pero el riesgo para el Estado de Derecho también nace en microviolencias más cercanas. Ocurre cuando se toca la cara de un diputado cuando está bajando del escaño; o se le tira a otro una botella de agua de un manotazo. Se violenta repitiendo mensajes amenazadores; o deseando lo peor al adversario en redes sociales. Se atemoriza provocando un incendio junto a la puerta de la casa de un alcalde. Se intimida con escraches ante las casas de un/a vicepresident@; o cuando se rodea el Congreso; o se pretende asaltar un parlamento autonómico. Porque las cosas se sabe cómo empiezan, pero pueden acabar como en el Capitolio o en Brasil.

            Por cierto que, no siendo la razón de ser de este artículo, viene al caso referir que, del resultado que deparen las elecciones europeas, podría embargarnos en unos días el vértigo de otro ejemplo de implosión de unas instituciones, que costó mucho esfuerzo construir y consensuar, y que podrían dinamitarse o devaluarse desde dentro, según quiénes sean sus nuevos responsables; capitidisminuyendo sus órganos ejecutivos, legislativos, judiciales, de cooperación, acogida y ayuda exterior, sus políticas de seguridad, monetarias o de apoyo al sector agroalimentario -y bien sabe la provincia de Jaén lo que representa la PAC o los incentivos a países que han venido siendo perceptores netos en la convergencia-.

            La incertidumbre se cierne sobre órganos supranacionales garantistas como los tribunales mencionados, a la vez que se cuestiona la imparcialidad de operadores de Naciones Unidas que trabajan sobre el terreno, como achaque a la vez para justificar su rechazo a sus apelaciones de treguas. En el sesenta aniversario de la Mafalda de Quino, no es cuestión de pedir que paren el mundo para bajarse. Aunque no deseemos la muerte para los asesinos, al menos que haya cárcel y no haya paz para los malvados. Y habrá que albergar alguna veta de optimismo, pues al cabo del tiempo se ha aclarado que Malfalda no fue la autora de aquella frase, ella era más optimista y esperanzada.

Foto: Decenas de muertos en un ataque de Israel a una escuela de la ONU en Gaza. (CNN).

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