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Por JAVIER LÓPEZ / La primera vez que vi a Antonio Oliver fue en una fotografía en blanco y negro en la que entrevistaba a Camilo Sesto para la SER. Por aquel entonces, la Transición, de la emisora que apuntillaba el parte hablado surgía Antonio, el bigote del nuevo régimen, la democracia, quien llevaba adherida una alegría de Jarcha, de primeras elecciones, de mitin de los setenta. 

La última vez que le vi, hace apenas un mes, en el bar de la sede de la asociación de vecinos de Santa Isabel, llevaba embutido de León para compartir con los parroquianos. Tengo que aclarar que la generosidad es un defecto catalán al lado de lo de este hombre, que es puro darse, y que por eso hace amigos como churros, pero de los que venden en San Ginés, de los buenos.

Antonio es humilde porque es grande y desconoce que es grande porque es humilde. No es que pida para él una estatua ecuestre, pero la sociedad jiennense debe unos cuantos homenajes al periodista. Aquí va el mío. Como Oliver es un bohemio que se ducha tal vez no se sienta cómodo con este artículo, pero tenía que escribirlo ahora que los dos estamos vivos y coleamos.

Foto: El periodista Antonio Oliver Molina.

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