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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /

A José Melero 

Siempre toma su vermú sin contaminación ninguna.

Quizá, la única pega que le podemos poner es que lo toma a deshoras, pero tampoco. El vermú concede a los artistas el privilegio de poder tomarlo cuando lo deseen.

En este caso, el fotógrafo apura la segunda copa, una tercera puede resultar inapropiado.

La lluvia roza, levemente, el cristal de la ventana de su estudio. Por fin, está lloviendo. Sin embargo, hace falta más. Al fondo, suena la obertura de la ópera Guillermo Tell: Rossini debería ser descubierto por todo el mundo, no sólo por los melómanos.

El artista descarga en su portátil todas las fotos que esta mañana ha disparado desde su cámara.

Él es un creativo, muy exigente con su trabajo. Al final, seguramente, va a desechar muchas. Es la magia del genio. Se va a quedar con aquellas que, cuando las tiró, pensaba que eran malas.

A la vez que el vermú disminuye y desaparece, la lluvia recupera ese brío que hace muchos años dejó de verse en la ciudad.

Sigue con la monotonía de la descarga, hasta que la visión de una foto- que coincide con el final de la obertura de Tell- hace que su corazón responda.

El fotógrafo mira la foto y sonríe. La ha hecho esta mañana, a quemarropa, sin avisar. Como los maestros, los que saben, dicen que hay que hacer las cosas. Lo difícil viene después: pulir el trabajo, darle brillo, conseguir que emocione a alguien.

Y esto es lo que hace el artista, mientras la lluvia se ha convertido ya en una tormenta. La luz de los rayos se ve por las sierras y la ópera está en su mitad.

Sin embargo, ya no tiene vermú. Se levanta en busca de la botella, pero antes de cogerla, vuelve a sentarse. Su disciplina es espartana. Ni la belleza de la tormenta y de la música van a conseguir quebrarlo.

Mientras que edita la foto, hace un repaso mental de la misma. Esos personajes que transitan por ella, que son sus amigos, parece que caminan en procesión, arrastrados por la conversación que han tenido antes, cada uno pensando en su intervención, en la que no ha habido consenso. Una conversación pura, en la que se respetan los conceptos de emisor y receptor. Charlas en las que se busca un consenso, y si no se obtiene, el debate se aplaza para otro desayuno en el que, seguramente, habrá acuerdo.

Tristemente, esto no pasa ahora. El ejemplo más claro son los debates estériles a los que estamos asistiendo en el parlamento nacional. En la sede del poder legislativo solo reina la imposición. Cuidado con la ley de Amnistía. Es necesaria la armonía, ¿pero a un precio tan alto?

Melero acaba de terminar de editar la foto. Está muy orgulloso de su trabajo, algo muy complicado en los artistas.

La ópera hace rato que terminó, sin embargo, aún sigue lloviendo. La música del cielo es eterna.

Amanece y el sol descubre la botella de vermú, delicadamente colocada al lado de la foto.

MLPA

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