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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Al final no has pensado en mí, sino en la batalla. Ahora mismo, aquí, en la montaña, duermen todos los animales. El telón de la noche los protege y apenas unas sombras cruzan el bosque.

Y, tú, no has pensado en mí. Has mirado muy alto, desde la misma posición que el gavilán buscando la ruina de algún conejo de la pradera.

Siempre actúas de la misma forma: el poder y el ascenso, en un mundo que has inventado, son las armas con las que levantas tu tragedia. 

Y nace el caos. La soberbia y la tiranía mudan la piel de todos aquellos que te sirven. Y surge un nuevo orden en tu organización. La idolatría es la fuente de la que bebes, regada con la sangre que tus acólitos entregan con docilidad. 

Y, tú, no has pensado en mí, sino en la batalla que, tristemente, se convierte en una guerra que tú llamas santa. Y al Dios que admiras lo secuestras. Y comienzas a juzgar, y ya no quieres ser como Él. 

En la organización todos piden su recompensa. Ya no quieren estar cerca de ese hombre bueno por el que suspiraron. Tú has acabado con los sueños de cuando eran niños y vieron por primera vez al Dios bueno para querer ser como Él.

Y al final hay batalla. Entonces, sí piensas en mí.

Lanzas la jauría, con rabia, al campo abierto. Destrozan almas y corazones de todos mis seres queridos. Y sufren, y tienen miedo. Y piensan que, esta batalla a la que no quieren ir, la pueden perder. 

Cegado y ebrio de poder, te conviertes en el trovador de la tragedia. Tus poemas, antes blancos, se convierten en negros. El maltrato es tu verso más libre. Abandonas la belleza del soneto y pierdes la humanidad que todos creían que tenías.

Sin embargo, las élites, encerradas en las cavernas de su historia, te protegen. El sentimiento de poder te cubre. Crees que eres eterno, que tu palabra es sagrada como la de aquel Dios que ya has dejado de amar. Porque tú no lo amas. No te engañes. Tu ego es la cuerda que, si no lo remedias, se convertirá en soga.

Pues ese Dios que tienes atado es todopoderoso y llegará el momento en el que te va a desenmascarar.

La pena será tu túnica. Y por primera vez, sí pensarás de verdad en mí.

Y no habrá más batallas ni más guerras.

Porque al final Dios siempre elige a los más buenos.

Duermen los animales tranquilos en el bosque.

El gavilán ha sido vencido.

Nota: A todos aquellos que durante años habéis atentado contra mi honor y habéis inventado y calumniado, sin saber ni preguntar al interesado.

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