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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Ver amanecer en la montaña es un don que muchos no saben apreciar. No están pendientes, no quieren descubrir la belleza de un astro que siempre sale por el este.

La última vez que caminé por la montaña, no lo hice solo. Esquivé esta costumbre, y lo hice acompañado de unos amigos. No voy a citar sus nombres porque sé que son muy pudorosos. Y, además, son artistas. Lo que sí voy a trasmitiros son sus habilidades. Uno de ellos es pintor, otro es antropólogo, el más joven es fotógrafo y el último es un poeta: el mejor que conozco. Es tan puro que nunca ha escrito en ningún soporte físico. Su poesía no está contaminada. Nunca veremos ni sus versos ni su firma en un poemario, en un libro. Si tienes la suerte de conocerlo, serás un privilegiado.

Ellos son conocidos como los academicistas del buen gusto. Yo estoy pendiente de entrar en su selecto club, y créanme que es una tarea muy difícil.

Además, existe un requisito fundamental: la necesidad de ser un melómano consumado. Mis amigos son expertos en música clásica y contemporánea. Todos tienen en común su pasión por Bach, al que consideran el dios eterno de la música; todas sus reuniones tienen un hermoso protocolo que consiste en iniciarlas con ¨Las Variaciones de Goldberg, BWV 988¨, concretamente con la versión del maestro Glenn Gould.

Sin embargo, estos artistas de las buenas formas también tienen otros ídolos musicales, que los convierten en mejores personas:

El pintor es un consumado Wagneriano. Ir a su estudio, que está en mitad del campo, a los pies de la sierra en la que se apareció Jesús, es una invasión pacífica de los sentidos. La conjunción entre el cuadro que está pintando y la obertura de cualquier ópera wagneriana se convierte en un gran poema que muy pocos poetas de este mundo podían escribir.

El fotógrafo, que se incorporó hace poco tiempo a este cónclave, aunque lleva siendo amigo toda la vida, es, quizá por su juventud, el que más sorprendió respecto a gustos y conocimientos musicales. El ilustre joven es un profundo conocedor de la obra de Mahler. Es un experto mahleriano.

Con lo difícil que es la obra de este genio, y, además, hay que estar muy capacitado para comprender su música. Pues, queridos, al crío le sobran mimbres para tal fin. Y sus fotos traspasan las almas.

Decía antes que, en mi camino por la montaña, descubrir el sol y ver su nacimiento es el gran estímulo que nos impulsa para seguir viviendo en paz y armonía.

Esta serenidad es la que nos transmite el antropólogo. Su pasión por entender el comportamiento de los seres humanos es casi obsesiva. Él quiere conocer y entender el porqué de las tradiciones, la defensa a ultranza de las mismas puede llevar a conflictos. Su conocimiento y admiración por la filosofía clásica es la flor que da belleza a este grupo.

También, como todos es un melómano loco, siendo su compositor de cabecera el mítico Beethoven. Según él, el genio alemán reinventó la música, vistiéndola de modernidad.

 Duermen las cordilleras y todo ser viviente en el bosque cuando llega la noche, así lo dice Luis Alberto de Cuenca, en uno de sus poemas.

De regreso, la noche nos pilla, y tenemos que echar mano de la poesía para alumbrar el camino. Aunque estamos cerca de la ciudad, aún queda tiempo para que el poeta de este inmenso grupo nos explique el origen de la vida, de la amistad, del amor, de la empatía a través de la lírica. Sus textos orales detienen el tiempo. Y en la quietud del camino, viendo las luces de una ciudad que pudo ser pero que nunca lo será, encuentras el verdadero sentido de la vida. Nuestro poeta nos convence de que hay algo más allá de este mundo terrenal, y que nos veremos en la eternidad.

Él, como los demás, también tiene un músico de cabecera. Un músico anterior a Bach y a los grandes clásicos, pero por ello no deja de ser inmenso: Tomas Luis de Victoria. Su música es un claro ejemplo del espíritu humanista del Renacimiento.

La ruta ha terminado. En la plaza duermen los espíritus de los que todavía no han podido subir al cielo, o a donde corresponda. Yo, los veo desde la ventana. Quizá en la siguiente caminata ellos, por fin, hayan encontrado su lugar y yo, con un poco de suerte, sea admitido en esta excepcional academia.

MPLA

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