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Desde hace algún tiempo me pregunto, y lo he conversado con otras personas, ¿en qué medida el siglo XXI debería tener su propia identidad estética que lo diferencie de los siglos pasados y, en particular, del siglo XX?

No me refiero al caos en el que parece sumirse la sociedad de nuestro tiempo que ya de por sí podría considerarse como una de sus lamentables características, lo que no quita que los tiempos pasados no hayan mostrado también su cara perversa, sino a nuevos modelos de carácter estilístico.

Quiero pensar que del mismo modo que cada momento histórico ha tenido su marca de identidad en la moda, en la decoración o en la arquitectura, nuestro siglo, relativamente flamante, necesita alcanzar y encontrar sus señas de identidad.

Sin duda, y no creo por ello equivocarme, las tendencias en los estilos reflejan un modo de pensar y de vivir. Por tanto, podríamos columbrar que en absoluto resulta paradójico admitir que los valores, ya sean morales, sociales o filosóficos, que de modo singular se reflejan fielmente en las costumbres, pudiesen “vestirse” con símbolos apropiados para cada época y momento histórico.

En este sentido, tengo la sensación de que el siglo XXI vive todavía “de prestado” con las modas y comportamientos del pasado siglo XX. Entiendo que podría ser éste un buen momento para  que modistas, decoradores y arquitectos nos brinden la inspiración de un nuevo tiempo logrando captar cuáles son y serán las tendencias que deberán marcar la impronta estética de nuestra época. No obstante, entiendo que, para evitar frivolidades, este cambio no debería hacerse sin la influencia de los filósofos y los juristas con el fin de que sean ellos quienes marquen pautas éticas de comportamiento.

Los primeros, a través del pensamiento y la reflexión con el fin de buscar salidas más profundas y coherentes frente a las  que, por el momento, nos están brindando el caos y la crisis de valores. Los segundos, legislando y regulando normas y leyes que combatan eficazmente la corrupción y el desorden.

De lo contrario el reflejo en la moda, en la decoración o en la arquitectura será el resultado de la incertidumbre y el desconcierto.

Se trata de un círculo vicioso, de un bucle, ya que cuando mayor es la desorientación y la pérdida del sentido de la vida, ésta se refleja en los quehaceres cotidianos que, a su vez, influyen en la moda, la decoración y las estructuras urbanas. Estos tres elementos se adhieren a la vida cotidiana reflejando la perplejidad y como tal generan alteraciones en el comportamiento de los seres humanos. Hasta tal punto estas tendencias son importantes.

Por ello, insistía al comienzo de estas reflexiones que al realizarlas no estoy llevando a cabo un ejercicio de esnobismo, sino que intento visualizar las necesidades de la sociedad de nuestro tiempo, dado que dentro de las actuales tendencias observo, tal como apuntaba, que el siglo XXI sigue todavía utilizando modelos y comportamientos estéticos del siglo pasado.

Frente a ello caben dos formulaciones. Por un lado, analizar profundamente las causas de la crisis económica, social y de valores que azota este comienzo de siglo e intentar encausar modelos de comportamiento que intenten oponerse a las desigualdades sociales, a la falta de equidad económica y al deterioro y olvido de los valores permanentes que han inspirado a la dignidad humana. Y, por otro lado, que este análisis produzca una reacción que se refleje en la vida cotidiana y de este modo mejore la estructura arquitectónica de nuestras ciudades, ordene la decoración en nuestros ámbitos de intimidad, con un toque feng-shui, y que la indumentaria sea lo suficientemente funcional y elegante como para que la moda sirva para identificarnos como los seres humanos de este nuevo siglo.

Cabe, entonces, preguntarse ¿qué tipo de siglo queremos para nosotros y para nuestros descendientes?

Apuntaría que la respuesta podría encontrarse en un pensamiento filosófico profundo pero a la vez cotidiano que nos permita vivir valores trascendentes de un modo natural  y que ese pensamiento vital se refleje en nuestras normas de convivencia.

Al final, lo veremos en la forma en que nos vistamos, pues cada siglo tuvo la suya, en la armoniosa decoración de nuestros hábitats y en la habitable estructura de nuestras ciudades. En cambio, si esto no es así, va a llevar razón Zygmunt Bauman cuando nos recuerda que las ciudades de nuestro tiempo se han convertido en “las metrópolis del miedo”.

Hagamos el esfuerzo. Llamemos a rebato a los pensadores, a los filósofos, a los legisladores, a los arquitectos, a los decoradores, a los modistas para alcanzar y encontrar, con imaginación y buen gusto, las nuevas tendencias del siglo XXI.

Insisto, no se trata de un acto de frivolidad, sino, por el contrario, de un acto y esfuerzo de supervivencia.

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