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(Dedicado a Úbeda en su feria de San Miguel) 

La UNESCO tuvo el acierto, hace ya unos cuantos años de declarar Patrimonio de la Humanidad a las ciudades jienenses de Úbeda y Baeza. Este acontecimiento ha marcado una nueva etapa para dos pueblos que son ejemplares en el tratamiento que dan a su riquísimo patrimonio, tan variado y excelente que merece ser conocido en efecto por todo el mundo.

A Úbeda como a su próxima Baeza hay que viajar expresamente para el que llega de otra provincia. Una vez en ella, cuando se ha saboreado el encanto de la ciudad, lo difícil es no repetir la visita, no regresar para extasiarse de la belleza de su conjunto y para conocer, uno a uno, los monumentos que atesora y que el tiempo, por fortuna, ha conservado durante siglos.

A esta ciudad se la conoce como de las torres y de los cerros. De las torres, por la gran cantidad de ellas que se divisan desde cualquier atalaya y que son para el que accede por cualquier carretera como una especie de tarjeta de presentación, un aperitivo para lo que después encontrarán. Todas sus torres son bellísimas pero, si hubiera que quedarse con una, ahí está la del Palacio del Conde de Guadiana, justamente considerada como de las más hermosas de Europa. Y se le llama ciudad de los cerros posiblemente por la leyenda de Alvar Fáñez, el guerrero de Alfonso VIII, cuando en un deseo de variar el rumbo de la conversación con su rey, para ocultar los escarceos amorosos, debió inventar haber estado «por esos cerros», expresión que se sigue repitiendo con harta frecuencia cuando se quiere responder incongruentemente, dado que en Úbeda los cerros brillan por su ausencia.

Volviendo a lo que es Úbeda en sí, no es que a ella no le llegara en su día como a otros tantos municipios el llamado mal de la piedra, pero la piqueta destructora y el expolio, la barbarie y hasta la incultura, supieron frenarse a tiempo por preservadores del arte que como Rafael Vañó en sus tiempos de delegado de Bellas Artes, trabajando hasta nadar contra corriente con tal de salvar lo que casi venía a constituir un milagro. Hoy esa labor conservadora está acentuada, la ciudad cumple y hasta mima todas las normas para la defensa del patrimonio y en cada monumento que encontramos a nuestro paso, en cualquier edificio de interés, se percibe el cuidado, la rehabilitación, la funcionalidad.

Se ha dicho de Úbeda que es una ciudad para el espíritu, para el recreo del alma. En efecto, está como hecha «ad hoc» para recorrerla sin prisas —sin esas prisas que nos deshumanizan y nos hacen hasta perder a veces la sensibilidad—, para descubrir el secreto de cada edificio, ahondar en su historia, en los personajes que a lo largo del tiempo le dieron vida e incluso en los que la escogieron para morir, como el poeta descalzo Juan de Yepes, San Juan de la Cruz.

Úbeda, que acoge a docenas de palacios, conventos, iglesias y casas con la consideración de monumento nacional, se presenta así como una de las más hermosas ciudades andaluzas, la Salamanca de Andalucía según D’Ors cuando, aun reconociendo el mérito de la ciudad castellana, su gloria y su sobriedad, puntualiza poniendo especial énfasis en los atractivos de la ciudad jienense, con la que establece una comparación: «No, no. Aquí se trata de arte, y de arte de lo mejor, del Renacimiento”. Estaría pensando en la majestuosidad de lugares como el Hospital de Santiago —también llamado el Escorial andaluz—, en el Palacio de las Cadenas, la Casa de las Torres, la Sacra Capilla del Salvador, y en tantos otros muchos edificios y templos.

La historia ha dejado aquí unas huellas que permanecen, desde sus remotos orígenes hasta este final del siglo XX en el que la ciudad, sin renunciar al reto de la modernidad, es más, haciéndole frente, creciendo, desarrollándose y planteando importantes perspectivas desde su capitalidad de La Loma, aparece en cambio tal cual es, legítimamente orgullosa de su pasado. El casco histórico, con centro en la soberbia Plaza de Vázquez de Molina, es con toda seguridad una de las que más impresiona a la vista del contemplador, que fácilmente puede creerse transportado a otros lugares del mundo, puede que de mayor fama pero en muchos casos no de más valía monumental. Aquí el siglo XVI parió lo mejor. Hasta tal punto, de que la mayoría de las personas que la visitan no conciben y hasta se extrañan de la existencia de una visión semejante en una provincia como Jaén, que aunque bien situada geográficamente resulta muy desconocida y no ha dejado de ser tradicionalmente tierra de paso. De ahí que al descubrir entrando al mismo corazón de Jaén a Úbeda y Baeza los enamorados de lo bello empiecen a formularse preguntas tras quedar embelesados por la ciudad baezana y completamente impresionados en la ubetense.

Esta ciudad de las torres y de los cerros, constituye en definitiva una armonía y un modelo monumental y artístico que para sí quisieran muchas poblaciones. Porque aquí, donde el Renacimiento marcó su impronta de una manera definitiva, existe como una mezcla de arte y de sabiduría popular, donde sobresale la recuperación de lo que, llamando a cada cosa por su nombre, constituye una de las ciudades que mayores méritos encierran para haber sido ya desde hace años Patrimonio de la Humanidad. No es ningún accidente contar con un conjunto de más de medio centenar de monumentos de sólida presencia, ni lo es la armonía hecha realidad entre un pasado y un presente que obliga a los propios ubetenses, sabedores de que el patrimonio y su legado a la posteridad ha de trabajarse a diario dejando que la modernidad no colisione con la protección de algo que pasará a las manos de todos los ciudadanos, como el mejor testamento heredado de los siglos y de las personas que nos precedieron.

Úbeda, en fin, esta ciudad en la que el maestro Vandelvira lució sus recursos hasta colmar nuestra admiración, debe ser conocida mucho más que por lo que es, por lo que todavía no se sabe de ella. Junto con Baeza constituyen inequívocos signos de identidad del Renacimiento y se han convertido en orgullo para todo el mundo.

 

Foto:

Plaza de Vázquez de Molina.-(populo.es)

 

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