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Hoy nos ha dejado para siempre Vicente Oya Rodríguez, el periodista, el cronista, el personaje vinculado intensamente a la vida cultural de la ciudad y la provincia, la persona entrañable y generosa entregada a instituciones sociales, el jienense más distinguido y en el que se agotan todos los calificativos, porque hay personas entrañables e irrepetibles, sin duda, y luego está Vicente Oya Rodríguez, un nombre que siempre se debería escribir con mayúscula y a ser posible con letras de oro, para compensar de esta manera solemne una trayectoria de humildad vivida con la grandeza de la sencillez y el ejemplo permanente.

A primera hora de esta mañana me ha sobresaltado un mensaje con la triste noticia de la muerte de Vicente, cuando, como cada verano, pasaba unos días de descanso en la casa familiar de Beas de Segura. En el Ideal de hoy aparece su último artículo, ha estado activo hasta el último día, hasta que la muerte, siempre traicionera, ha salido a su encuentro. Ha sido el suyo un adiós rápido, por fortuna sin sufrimiento y sin dolor. Él que era especialmente sensible para la adversidad y que contaba a sus amigos con frecuencia el parte de lo que podría llamarse una mala salud de hierro, ha encontrado la muerte apacible que merecía.

Nos ha dejado con 77 años, mientras seguía haciendo planes de futuro, por ejemplo culminar su doctorado en la Universidad de Jaén, y poner así el epílogo a una trayectoria de trabajo y estudio admirables. Recientemente, uno de los últimos homenajes de que ha sido objeto ha sido su nombramiento como cronista oficial de la provincia, hace pocos meses, distinción que lamentablemente no podrá ya ejercer, pero quedará para la historia que se hizo con él un acto de estricta justicia en correspondencia con sus méritos.

Cuando esta mañana, muy temprano, he transmitido en las redes sociales la triste noticia de su muerte, con rapidez han ido llegando los mensajes de condolencia con infinidad de calificativos que demuestran el cariño y reconocimiento a Vicente Oya Rodríguez. DON, grande de Jaén, ilustre, humano, humilde, sabio, accesible, ejemplo, bondadoso, amigo, bueno, íntegro, irreemplazable, irrepetible, amable, especial, entrañable, altruista, excepcional, maestro de periodistas y de cronistas, sencillo, intelectual, referente cultural, excelentísimo, eminencia, prudente, cristiano…todo esto y mucho más es lo que sugiere esta pérdida, porque Jaén y la provincia se encuentran de luto porque no se ha ido un jienense cualquiera, se marcha un ser excepcional, de esos que dejan una huella muy profunda y un espacio muy difícil de sustituir.

Personalmente siento que me ha dejado un hermano mayor. Le conozco desde hace más de cuarenta años y creo, sin jactancia alguna, que soy una de las personas que mejor le han conocido, respetado y querido. Empecé mi trayectoria profesional viajando con él a los pueblos de la provincia acompañando a los gobernadores civiles, cada uno en nuestros respectivos medios. Tuve el privilegio de comunicarle la noticia de que le habían nombrado cronista oficial de Jaén, estando yo cubriendo el pleno del Ayuntamiento que tuvo ese acierto. Me ha acompañado en los momentos más felices de mi vida, personales y profesionales, como el nombramiento de hijo predilecto de mi pueblo o la presentación de mi libro reciente. Me ha presentado en numerosas ocasiones, como yo he hecho con él. Juntos pronunciamos al alimón una conferencia inolvidable como todo lo que hice con él, en el Ayuntamiento de Baeza, cuando nos otorgó a ambos el escudo de oro de dicha ciudad. Además me sucedió como secretario del Consejo Social de la Universidad de Jaén y tuve el acierto, permítanme que lo diga así, de llevarle a Ideal como colaborador diario cuando yo era responsable del medio, y su trayectoria ha sido muy fértil y ha llegado hasta el mismo día de hoy. Entenderán de este modo que éramos uña y carne y que su muerte me produzca una enorme conmoción.

El medio siglo último y quizá más de la vida de nuestro Jaén no sería lo mismo sin Vicente Oya, que lo ha dado todo por esta tierra y ha sido un archivo viviente, sobre todo de los secretos de lo jienense. A él hemos acudido todos en algún momento, de modo que parecía una persona expropiada por el interés general de las causas más nobles.

Este ilustre cambileño, hijo predilecto y cronista oficial de su querido pueblo, ha sido, sobre todo, periodista completísimo, ha abordado todas las facetas de la profesión, y ha estado al pie del cañón como columnista para contar las dichas y las desdichas de nuestro Jaén. Impecable su labor profesional con una abundantísima producción, la más grande que se puede conocer de un periodista contemporáneo, sin ninguna duda. Todo Jaén está en su archivo y desde ahora en las hemerotecas.

Como cronista, como presidente que ha sido de los cronistas, como miembro de honor de los cronistas españoles, siempre ha destacado la minuciosidad de su trabajo, la constancia en el estudio y la investigación, el sentido del deber y la responsabilidad con que ha asumido cada uno de los compromisos, y desde luego ha “vendido” a Jaén como nadie en el exterior en publicaciones, congresos, e iniciativas muy diversas. Es más, se licenció en Historia precisamente para entender mejor su papel como guardián de la crónica local.

He comparado algunas veces su labor, con todas las singularidades que correspondan, a la del igualmente emblemático cronista Alfredo Cazabán Laguna, tan fundamental para el Jaén de su tiempo como lo ha sido Vicente Oya en el Jaén más moderno. Tan prolífico, tan presente, tan imprescindible, tan defensor de lo genuinamente jienense, que se ha notado el ferviente amor a Jaén.

Un día en el homenaje a su hermano del alma, Felipe, otro gran hombre en el recuerdo de cuantos le conocimos, y que nos dejó hace ya quince años, tuve el honor de decir que era un Oya. Un Oya era Felipe con el que ahora se reencuentra, un Oya es Vicente, una familia a la que considero especialmente cercana.

Antes de conocerle ya era familiar su voz por los partes de Radio Nacional de España y su presencia activa en la tertulia literaria del Lagarto Bachiller, con Juan Eslava, Manuel López Pérez, y compañía. Funcionario público de excepción, lo recuerdo como mano derecha de los gobernadores civiles de esta provincia. Y a través de los años le he visto siempre laborando, arrimando el hombro en muchos proyectos siempre a favor de esta tierra, ya en el Instituto de Estudios Jienenses, la Real Sociedad Económica de Amigos del País, la Santa Capilla de San Andrés, los Amigos de San Antón…una lista numerosa que es reflejo de su implicación en la vida de esta ciudad.

No quiero dejar de lado su labor al frente de colectivos sociales como la Asociación Protectora de Minusválidos Psíquicos, Aprompsi, donde ha volcado su enorme generosidad y entusiasmo en una etapa floreciente para los fines asociativos y con realidades de las que la gran familia de Aprompsi le está muy reconocida.

Distinguido por la Junta de Andalucía, la Diputación y el Ayuntamiento de Jaén, profeta en su tierra y premiado en vida como hay que hacer cuando las personas como él se lo merecen, creo que únicamente le ha faltado que el Ayuntamiento de la ciudad le correspondiera nombrándole como se merecía, hijo adoptivo, que ya lo era desde luego en la consideración popular.

En este momento de tanta tristeza y dolor por esta gran pérdida, envío mi más sentido pésame a toda la familia, especialmente a su viuda Isabel, su admirable compañera, y a sus hijos Vicente e Isabel. Y como un gran creyente que era, estoy seguro de que ya disfruta de la promesa de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y todo aquél que vive y cree en mí no morirá para siempre”. Querido Vicente, más de una vez me has dicho, de broma, con esa peculiar socarronería tuya y ese talante tan dicharachero y alegre en la intimidad, con el gracejo de tu proverbial sencillez, cuando hablábamos de los obituarios que siempre se nos han dado muy bien a los dos, que me portara bien al escribir de tu muerte, y lo que son las cosas, yo he tenido más suerte y hoy he hecho el tuyo, apenas sin fuerzas para afrontarlo, pero no podía defraudarte ni defraudarme a mí mismo. Amigo, compañero y maestro, descansa en paz. Hasta siempre en mi corazón y en mi recuerdo.

 

 

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