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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Hoy he vuelto a ser un enigma en la nada. El sueño ha aparecido en la noche y ha trastocado el plano de una realidad ya admitida de antemano.

Ha sido sin esperanza, alguien me increpaba desde una peña o de una roca encumbrada no por nubes sino por mensajes, o quizá, por lenguas vivas de luz.

Y una de esas lenguas me maldecía por mi cobardía. Me obligaba a tirarme a un río sin agua, sin vida, solo con su alineación de barro y algas.

Mucho tiempo, he mirado el reloj de la vida, ocultándome en la siniestra de la ventana, en la penumbra de la tarde, maldiciendo al ocaso; que siempre en mala hora llegaba.

Esperando siempre encontrar ese libro que moldeara mi deseo de saber porqué el mes de marzo, es el tiempo de las pesadillas que no te dejan escapar.

La belleza cruel de marzo nunca es solidaria con el más débil y la flor surge tenue, sin atreverse a mirar al cielo, con miedo a invocar a la lluvia. Y así, volver a fenecer.

Pero existe otra belleza, fiel, que se desliza por la ciudad sin comprender a quién guarda su fidelidad.

No me obligo, a mirar el sol más de lo necesario, ni a comprobar la altura del árbol que crea las sombras; y sus hojas se desclavan para cubrir de verde o amarillo, la plaza.

Y la tarde claudica con temblor ante el milagro de la noche, cuando la luna asoma por una montaña que ya no es la nuestra.

Y el cielo convive con estrellas que ya no conoce.

Y la palabra se entierra, al mismo tiempo, que el alba resucita.

Qué difícil es buscar el equilibrio entre la poesía y el poeta. Este escribe para sentir y la poesía vive para ser escuchada, para herir, para amar…

Pero, creemos, que es necesaria una mayor profundidad, y así, el verso se convierta en filosofía. Y dejen de llamar vago al poeta.

Y ordene con una capacidad celestial, la armonía perfecta del poema. Creando poesía, a través de un sueño, que cree que imaginó.

Incapaz de someterse a lo real, a lo cotidiano, el poeta se deslumbra con lo onírico e inventa un lenguaje propio en el que amortajarse de un mundo que siempre lo ignora.

Busca un camino, en el que establecer su morada y así evitar que su alma sea rechazada

Nunca lo reconocerá, pero él, se avergüenza de compartir su vida con los seres humanos que carecen de amor por el prójimo, o sea el diferente.

Su dialogo eterno con Jesús, es la flor que lo salva.

La Corte de los Milagros está más viva que nunca.

Duermen los desheredados, abajo, en la plaza, al raso de un cielo que pronto los reclamará.

Foto: Imagen de la Plaza de los Rosales. (ER Arquitectos)

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