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Crónica fervorosa de vivencias y sentimientos en un viaje iniciático para profundizar la fe.

Por José Calabrús Lara /

Subida a Jerusalén, la ciudad Santa, casi dos días rondándola en el autobús, demorando la entrada como una purificación interior. Brota de todos el Salmo 122: Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor, ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén.

IV. JERUSALÉN.

Betfagé.  

Bordeando la ciudad antigua, en la colina oriental, más allá del Monte de los Olivos se encuentra Betfagé, entonces una aldea hoy absorbida por la gran urbe, con una preciosa Iglesia, parroquia franciscana de la Custodia, donde se sitúa el punto inicial de la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un pollino, el Domingo de Ramos, comienza el reaprendizaje de la Semana Santa, una verdadera caminata, el monte de la Ascensión, el recinto e Iglesia del Pater Noster.  

Monte de los Olivos.

Iniciando el descenso, la Iglesia de Dominus Flevit, donde Jesús lloró al contemplar Jerusalén; impresionantes vistas de la Ciudad Santa desde el poniente, tras la muralla, tan bella de día como de noche. El Monte de los Olivos es aún hoy un “pulmón verde” de la ciudad, salpicado de tumbas, templos y recuerdos y los olivos -nuestros olivos- que nos acercan a estos lugares santos bajando hasta el valle del torrente Cedrón.

Getsemaní.

En un reducido recinto, cerrado, se encuentra el Huerto de Getsemaní o de los Olivos, con los monumentos naturales de los árboles milenarios, perfectamente cuidados y conservados que nos sitúan en el lugar al que, acabada la Cena, Jesús y sus discípulos bajan a orar. Él lo hace, ellos duermen.

Basílica de la Agonía.

Foto: Huerto de los Olivos y Basílica de la Agonía.

Sin solución de continuidad con el Huerto está la Basílica que encierra en su presbiterio, la roca donde Jesús hombre pide al Padre pasar del cáliz de la pasión, con absoluta disponibilidad a la voluntad de éste. La enorme piedra produce una atracción sobrenatural que te hace postrarte en oración. En un bello mosaico en el frontal de la cúpula aparece Jesús en oración y los tres apóstoles dormidos.

En ese entorno la Eucaristía en la mañana, rodeando la roca, sobrecoge, las lecturas caían como un bálsamo; aquí contemplo la perfecta humanidad de Dios hijo, y “aquí” con la mirada de hito en hito -de la piedra al pan y vino consagrados-, siento la grandeza de la oración.

Por la noche -preciosas vistas de nuevo- regreso al templo de la Agonía para una Hora Santa y el Sacramento de la Reconciliación que me sumerge en un lago de misericordia. ¡Qué fácil es aquí pedir perdón por estar muchas veces dormido, o -lo que es peor- como figurante en el tumulto de los que vinieron a apresarlo! Una Hora Santa muy corta.

V. CIUDAD ANTIGUA.

Muro de las lamentaciones.

Por fin dentro de los muros, la vieja ciudad que parecía esquiva se deja acceder por la Puerta de las Basuras. El Muro de los lamentos, solo un contrafuerte del templo destruido por Tito, acoge el sumun de la ortodoxia judaica actual; absoluta separación entre hombres y mujeres y severas medidas de seguridad; accedo al amplio espacio, me sorprenden las diversas formas de vestir, los gestos, actitudes y modos de orar de los judíos.

Foto: Muro de las Lamentaciones.

Cubierto con la preceptiva kipa ritual, con respeto y silencio, aunque no sea de mi religión, percibo que “aquí me encuentro en un lugar sagrado, me aproximo al Muro, no llevo ni quiero dejar papel alguno, aunque no puedo dejar de rezar al Dios Padre común de judíos y cristianos y en silencio mascullo la Shemá (Deut. 6, 4), Escucha Israel el Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria y se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado, que es la lectura de Completas del sábado en la Liturgia de las horas, que traspone (Marcos 12, 29) y pienso que a los cristianos muchas veces se nos olvida que tenemos el mismo Dios que esos otros hermanos nuestros.

 Cenáculo. Tumba de David.

Por un dédalo de calles y placitas, por la Puerta de Sion se llega al Cenáculo, la amplia sala rectangular que describe Lucas (22, 13). No solo es importante por la Última Cena y el alto contenido doctrinal que aquí recoge el evangelio y la institución de la Eucaristía y el Orden sacerdotal, sino por convertirse después en el lugar de reunión de los apóstoles con María, las apariciones y la venida del Espíritu Santo; es la primera Iglesia.

Foto: Cenáculo.

Me llama la atención un capitel con el Pelícano y su prefiguración eucarística. En un plano inferior del edificio se encuentra la tumba de David, por tal la tienen los judíos ¿casualidad? es lugar muy concurrido. Al lado la Iglesia de la Dormición de María, recién restaurada por los germanos.

La Eucaristía del día se celebra en el “Coenaculino” una capilla pequeña, limítrofe al Cenáculo en el Convento de San Francisco Ad Coenaculum, primer lugar de asentamiento de los frailes menores en 1333 al crearse la Custodia. De nuevo las palabras, el “aquí”, en la Plegaria Eucarística, renueva la viva memoria real de cuanto se celebra y cómo en el mismo sitio se actualiza el mandato (Lucas 22, 19 y Corintios 1. 1, 23), vivimos con unción una tarde de Jueves santo y así se siente casi físicamente.

San Pedro In Galli Cantu.

Muy cerca, en la ladera oriental del Monte Sion, a las paredes de la ciudad vieja, descendiendo y dando frente al Cedrón y a Getemaní está la Iglesia de San Pedro in Gallicantu junto al lugar donde estaba la casa de Caifas y recuerda las negaciones de Pedro y donde tiene lugar la primera parte del proceso de Jesús ante las autoridades judías (Mateo 26, 54). Además del dolor de Pedro por la traición, que recuerda nuestras propias traiciones, se aprecia la calzada de piedra por la que bajó Jesús a Getsemaní con los discípulos después de la cena para orar, por la que más tarde subiría prendido, así aparece en dos bajorrelieves de la antigua calzada. El mismo lugar y las mismas piedras de los relatos de la Pasión.

Vía Crucis.

En la tarde tras entrar por la Puerta de los Leones frente al Monte de los Olivos, visita a la Piscina Probática o estanque de Bethesda donde Jesús curó a un paralítico, en el barrio musulmán, junto a la Iglesia de Santa Ana.

De ahí a la Iglesia de la Flagelación, donde estuvo la Torre Antonia y puede verse el pavimento, “el enlosado”, el “lithostrotos” a que alude Juan (19, 23) lugar de los azotes y la coronación de espinas y donde se desarrolla el proceso de Jesús ante Pilato y donde fue condenado. El recuerdo, pese a ser media tarde calurosa de Agosto y el abigarrado tráfago de gentes, es constante a la madrugada del Viernes Santo; el “puzle” de lo que se ve, lo que se piensa y lo que se conoce unido al proceso mental de desaprender, de ajustar lo conocido a la experiencia vivida es constante y diría que fatigoso. Transitamos hasta el Gólgota la Vía Dolorosa, hoy populosas calles de un abigarrado mercado árabe que atravesamos rezando.

Foto: Estaciones del Vía Crucis urbano.

El Vía Crucis se vive diferente, el propio discurrir por esos lugares, lecturas, reflexiones y oración en cada estación: las dos primeras en el Monasterio de la Flagelación, las siete siguientes en plena calle, es difícil lograr el recogimiento -ese esfuerzo produce más hondura- se van desgranando los pasajes que acercan a la Basílica del Santo Sepulcro, donde se rezan las cinco últimas estaciones. Confieso el cansancio y aturdimiento de tantas emociones arracimadas. El “aquí” de nuevo golpea, “desaprendemos” un camino en el campo hacia el monte, por un itinerario urbano en cuesta. Igual da.

Santo Sepulcro.

La caminata, el calor, el ruido y el esfuerzo de pensar hacen que, sin darme cuenta, me encuentre ante el Edículo del Santo Sepulcro.

Foto: Edículo del Santo Sepulcro.

Una cola para entrar disciplinada por un mónaco ortodoxo –mi eterna duda ¿por qué los heterodoxos son llamados ortodoxos?- y me doy de bruces con el Santo Sepulcro, la primera estancia -del Ángel-con restos de la piedra de cierre y dentro, el sepulcro vacío.

Foto: Losa del Santo Sepulcro.

¡Dios, nunca me pareció más llena una sepultura!  De nuevo el “aquí” martillea las sienes: aquí depositaron yerto al Redentor nunca tan adentro tuvo el sol la tierra -himno latino de la liturgia de las horas- y dejo correr la mente; al amanecer del tercer día la tumba estaba vacía. ¡Resucitó! Magdalena, noli me tángere, ¿Porqué buscáis aquí al que vive? Confieso que no vi nada más de la Basílica, aunque me lo explicaron todo, por suerte volveré mañana. Y una duda me martillea ¿Por qué este templo -piedra de contradicción de armenios, ortodoxos y cristianos- no se llama del Santo Sepulcro y la Resurrección? En el Credo ¡coincidimos!.

Eucaristía en el Gólgota. Noveno y último día (30/08).

Mereció la pena madrugar para estar puntuales a las siete de la mañana, tras atravesar la Ciudad Vieja, en la Basílica del Santo Sepulcro, para celebrar la Eucaristía en la propia roca del Calvario, en el altar de la Crucifixión del Gólgota al que se accede por unas escaleras. 

Foto: Calvario Lugar de la Crucifixión y Eucaristía.

Pude con tranquilidad -y mucha fe- adorar el lugar donde estuvo inserta la cruz, con un sentimiento inexplicable de atracción y paz. Una vez más, los textos sagrados desgranados con unción, el “aquí” es un bálsamo tonificador para concienciar lo celebrado y tantas veces repetido, pero vivido con otros ojos. Sentí la misma sensación de los discípulos en el Tabor: qué bien se está aquí. Los veinticinco minutos tasados nos supieron a Gloria. Nunca una Misa me pareció tan corta.

Desandar la vía dolorosa tras el sacrificio incruento y con la certeza del sepulcro vacío, fue una experiencia distinta y profunda; despedidas de cada esquina hasta decir adiós a los muros de Jerusalén por la puerta de Damasco. “Por mis hermanos y compañeros voy a decir “la paz contigo” por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien” (vuelve y acaba el Salmo 121).

Cuando anoche Fray Agustín me pidió una sola palabra para compendiar lo vivido, hubiera dicho “aquí” pero no dudé, dije: “hondura” porque esa ha sido la tarea, a veces agotadora, caminar para ahondar, ahondar en la tierra, en la experiencia, en lo que se ve, querer ahondar cada vez más en la fe.

Y un detalle entrañable para coronar esa jornada: Alfonso, el párroco, entonando en el piano de los salones del hotel el himno de la Virgen de Consolación: “Porqué nuestro pueblo te quiso ensalzar…

Despedida de Fray Agustín en su parroquia, visita a Jaffa, regreso con vuelo demorado, cansados, felices, contentos, nos separábamos apuntando el alba tosiriana del último día de Agosto.

Acaba la peregrinación; empieza el resto de nuestra vida por el tiempo que Dios disponga; este peregrinar nos ha marcado para siempre, estoy seguro que a todos.

AGRADECIMIENTOS

Esta crónica sentimental de vivencias e impresiones de catecúmeno que cuenta la senda del viaje iniciático propuesto para profundizar la propia fe. No puede considerarse un diario de la Peregrinación, ni lo he pretendido; constituye solo el testimonio de lo que he vivido. Por ello tampoco sirve como memoria ni describe lugares, ambientes, monumentos ni restos arqueológicos. Hemos tenido en Fray Agustín un guía no solo turístico y en nuestros sacerdotes el testimonio de una profunda fe y un riguroso conocimiento de los textos evangélicos que nos han iluminado en cada momento; también el propio grupo, cristianos reciamente formados nos han proporcionado el ejemplo de cómo asumir las importantes lecciones y experiencias vividas. Las fotos -la ingente cantidad de fotografías que hemos compartido hasta el punto de desdibujarse la autoría y pertenencia- constituyen un acervo común que permanecerá como punto de unión entre nosotros.

Por todo ello nuestro más sincero agradecimiento – de Blanca y mío- a cada uno de vosotros.

Que Dios os lo pague.

Torredonjimeno, 8 de Septiembre de 2023

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