Skip to main content

Que la pandemia nos está produciendo un descalabro sanitario y económico de una tremenda magnitud es una realidad tan contundente que no necesita más argumentos para aceptarla. La evolución de las variables económicas más destacadas es la prueba más evidente de que la actividad ha sufrido una paralización muy traumática, lastrada por la reducción del consumo y la inversión y, lo que es peor, nos embarga una mayor  incertidumbre por desconocer dónde está el suelo de esta nefasta caída.

Sin embargo dos aspectos están ejerciendo como faros referenciales de otra realidad que alimenta la esperanza de la anhelada recuperación. Me refiero a la aplicación de la vacuna anti-covid y a la apelación a los recursos europeos cifrados en 140.000 millones de euros.

No es mi deseo restar optimismo a las perspectivas que dibujan estas dos  positivas previsiones, pero, en mi criterio, se puede estar confiando excesivamente en que ambas posibilidades sean suficientes para conseguir una recuperación en el plazo que algunos pronostican. La normalización de la actividad económica necesita ahuyentar totalmente los temores que  todavía gravitan sobre la sociedad por la persistencia del virus, sus mutaciones, y las dudas sobre la efectividad real de la vacuna. No cabe duda de que mientras persista ese temor no se recobrará el ritmo general que requiere nuestra economía, para remontar desde el fondo del precipicio donde se ha despeñado.

Y, por otro lado, y, quizás lo más importante, una vez eliminada esa inquietud, habrá que realizar un exhaustivo análisis para determinar los desperfectos reales causados por esta crisis. No podemos olvidar que actualmente hay 750.000 personas en situación de ERTEs, que muchas empresas, de diverso grado, han visto mermada su actividad, y que el desenlace final puede desembocar en su cierre  definitivo con el consiguiente aumento del paro real, como consecuencia de que esos ERTEs se conviertan en EREs definitivos. Y no olvidemos que el reto es más amplio pues nuestro endeudamiento nos exige recuperar e incrementar la productividad, hasta los niveles necesarios para contrarrestar el deterioro sufrido y para generar valor añadido suficiente para pagar esa inmensa  deuda generada y reducir el déficit fiscal a niveles ajustados a los exigencias del Plan de Estabilidad.

Algunos pronostican que el ahorro acumulado de las familias está  dispuesto para ser utilizado de inmediato en la compra de todo tipo de bienes y servicios. Es verdad que, en general, el consumo se ha retraído por las cautelas que generan estas coyunturas y por las limitaciones que están afectando a la movilidad pero, de acuerdo con los expertos, los  frenos de este tipo, no se extinguen con la rapidez deseada hasta que se recobre la total confianza y, por tanto, la capacidad deseada de la fuerza  del consumo. 

Bienvenida sea la vacuna y las masivas ayudas que esperamos, pero es preciso hacer el recuento previo para evaluar los desperfectos concretos producidos por esta crisis. Ver el estado en que ha quedado el sistema productivo de nuestra economía, contabilizar finalmente las bajas en el nivel de empleo, esperar que el comportamiento del consumo y la inversión recobren su fuerza motriz, y aplicar con rigor y acierto los fondos europeos, serán pautas imprescindibles para poder determinar con cierta aproximación el final del inmenso revés que estamos sufriendo y poder fijar los plazos más concretos de la recuperación.

Foto: elEconomista.es

Dejar un comentario