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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Estoy sentada en un banco de la plaza. El Sol, aunque está en lo más alto, no quema. El mediodía de noviembre no incomoda, es una delicia dejarse acariciar por los rayos.

Qué bien se está sin mascarilla en un parque de una ciudad cualquiera, apenas hay gente. Estoy sola con mis recuerdos. Los pájaros revolotean a mi alrededor: su canto es mi felicidad.

Mi nombre no importa. Lo que sí cuenta es que mi historia llegue a todas las madres del mundo. No soy ninguna heroína, aunque todo el mundo me identifica con este calificativo. Simplemente quiero ayudar. Soy madre.

Nací en un pueblo de la campiña jaenera. Tuve una infancia feliz y tuve la suerte de estudiar, aunque no todo lo que hubiera querido. Pronto me quedé embarazada. Tengo tres hijas que ya son mayores.

Conocí a mi exmarido cuando estudiaba en Jaén. Él estaba trabajando en la ciudad y fue a visitar a un amigo suyo al Instituto San Juan Bosco. Estudié auxiliar de enfermería.

Él vino a España apoyado por una beca de la Universidad de Comillas de Madrid. Era iraní y, al empezar la guerra entre Irán e Irak, su familia le aconsejó que no regresara.

Los actos de la juventud casi siempre condicionan tu vida. A mí me pasó. Pero no me arrepiento, las flores de mi vida son mis hijas y mis nietos.

Quería romper esa especie de noviazgo que tenía con él. No pude lograrlo. Me quedé embarazada. Tenía dieciocho años.

Aunque él era de religión musulmana, la boda se celebró por el rito católico. Mi familia no sabía que estaba embarazada. La vida comenzó pronto a darme tremendos sobresaltos.

El machismo es, a veces, tan sutil que no lo notamos. Muchas mujeres lo confunden con los celos de su pareja. Realmente no es así. Yo no lo notaba al principio de nuestro matrimonio. Después iba abriendo los ojos. Siempre he sido una mujer presumida, con gusto por arreglarme. Todo esto me lo prohibió. No podía, por ejemplo, ponerme una camiseta de tirantes. Según él, no era adecuado para una mujer casada. ¡Dios mío, era muy joven! Y él nueve años mayor.

Había que trabajar y ganarnos la vida. La ilusión de seguir estudiando se quebró, pero no mis ganas de formarme y de aprender. Soy una fan de la lectura y de la música. La ópera es mi principal pasión. Al escuchar el bel canto desconecto de la realidad cuando me atosiga. Además, mi padre no veía con buenos ojos que anduviera por la ciudad, a las diez, de noche, después de salir del instituto. Una mujer, una hija suya, no podía ni debía de llegar tan tarde a casa.

Mi padre nos financió, con un préstamo, la apertura de un establecimiento hostelero, en el Paseo de la Estación de Jaén. El negocio que decidimos abrir fue una cafetería, que se llamaba Venus.

En casa vivíamos los tres, hasta que empezaron a llegar las visitas. En una primera etapa, vivieron mi suegro y una cuñada. La estancia fue de seis meses, mientras yo atendía la cafetería y la casa. No tuve ayuda, ni antes, ni después.

Al poco tiempo nació mi segunda hija y recibí nuevos visitantes. La casa se llenó, abuelos y demás familia. Mi agotamiento es físico y mental. No colaboraban en la organización de la casa y en lo económico tampoco aportaban nada.

La cafetería estuvo funcionando desde el año 84 al 89 del siglo pasado.

Que nadie duerma, que adivinen mi nombre. Los versos de la ópera Turandot, del gran Puccini son de una gran belleza y musicalidad. Fue su obra más exótica. Mientras sueño con estos versos, aún sigo en el banco, ensimismada con mis pensamientos.

La situación siguió igual, a pesar del ultimátum que le di a mi marido, en el que le pedía intimidad. Pero mis súplicas no fueron escuchadas y decidí comenzar con los trámites de separación. Llevábamos tres años casados. Quise refugiarme en casa de mis padres, pedir consejo y comprensión. Era muy joven y necesitaba ser feliz. La respuesta que recibí fue fría como un témpano de hielo. Ante su negativa a ayudarme, no tuve más remedio que reanudar la convivencia con mi marido.

No sé con certeza cómo ocurrió, pero lo que sí recuerdo es que decidimos dar una nueva perspectiva a nuestras vidas mudándonos a la ciudad de Andújar. Fue una época, en principio, muy buena. Al césar lo que es del césar… Mi marido era una persona trabajadora, nunca recibí maltrato físico, aunque sí psicológico. Muchas veces no nos damos cuenta de la violencia que ejerce el hombre sobre la mujer.

El negocio que abrimos fue una pizzería. Iba muy bien, tuvimos fortuna y ampliamos el restaurante con el local de al lado. La prosperidad económica estaba en su punto más alto: la personal se iba desvaneciendo. El trabajo y mis hijas me absorbían el tiempo del que disponía. En cambio, mi marido sí podía darse momentos de relajación. Entre sus aficiones destacaba la de ir a un gimnasio.

La vida escolar de mis hijos marchaba bien, excepto la de mi hija. Observaba que, a pesar de ir pasando de curso, la formación y el aprendizaje no resultaban satisfactorios. No veía progreso alguno. La tutora no hizo caso a mi demanda. Eché mano de otra maestra del colegio, el ángel de la guarda de mi hija.

En este tiempo, nació Sara, mi tercera hija.

La esperanza consiste en creer que las cosas van a mejorar. No hay que pensar que todo va a ser malo, que nuestra suerte no va a cambiar. La negatividad es un pájaro de mal agüero y hay que prescindir de ella. La vida nos iba bien, con las circunstancias negativas, que siempre aparecen en las familias. Íbamos tirando como todo el mundo. No sabía que mi calvario y el de mi familia estaban a punto de llegar.

Tenía sospechas del comportamiento, de los actos, de mi hija Susana. Era consciente de que algo le sucedía, pero no imaginaba hasta qué punto. Mis niñas siempre disfrutaron de la libertad propia de su edad y de mi confianza. Mi conciencia está tranquila como el cielo en un día sin nubes.

La noche en la que Susana no apareció en casa fue el inicio del sufrimiento de toda la familia. Los temores se habían confirmado: Susana consumía sustancias estupefacientes. Una analítica que le hicieron en Jaén me lo confirmó. Desde este instante intenté estar con ella el mayor tiempo posible. La acompañaba hasta la puerta del colegio, con la advertencia al profesorado de que me avisasen de que había asistido a las clases. Susana nunca entraba; salía por otra puerta distinta, se iba a otros menesteres.

Durante mucho tiempo, mi complejo de culpabilidad no me dejaba vivir. Pensaba muchas veces que no había estado pendiente lo suficiente de mi hija. Los reproches de mi exmarido, por concederle, según él, mucha libertad, minaron mi conciencia. Ahora sé que no es así. He luchado y he trabajado lo máximo por mis hijas, especialmente por Susana. El tiempo de duelo ya ha pasado. Estoy por fin tranquila. Soy feliz, mi hija ya está limpia.

Atrás quedan ya los días en los que Susana me robaba las joyas y cualquier oro que sus ojos vieran, los delincuentes que frecuentaban mi casa, las veces que entré en barrios peligrosos para rescatarla… Todo esto ya ha pasado, felizmente.

La desesperación de no saber cómo ayudar a tu hija es una cruz que solo la conoce la que la lleva. El padre nunca quiso saber nada de su hija.

Decidí enviar a Susana a Madrid, a casa de mi hermana. A la vez que solicité el divorcio a mi marido.

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Como dice el gran escritor Julio Llamazares, el cielo de Madrid es diferente. La capital de España es la plenitud para cualquier escritor, poeta, pintor… Quien conquista el espacio cultural de Madrid, conquista el mundo. Las opciones que te da Madrid son inmensas, aunque también tiene sus desventajas; la polución y las largas distancias son dos grandes losas. A pesar de todo, siempre amaré su cielo.

En la capital mi hija estuvo dos años y en ese tiempo no consumió. La relación con su tía fue excelente. Entre ellas se ayudaban. Cada una pasaba por momentos difíciles y supieron complementarse. Yo pude descansar un poco y prepararme para futuras recaídas de Susana. Sabría que podrían venir.

El sueño de Madrid está a punto de finalizar. Yo ya no vivo en Andújar. Al obtener el divorcio con la disolución de los bienes gananciales, con el dinero que consigo recaudar, compré una casa en Torredonjimeno. Mi madre me pidió estar cerca de ella.

Así que esperé en este bonito pueblo de la Campiña de Jaén el regreso de mi hija.

El sufrimiento se vuelve a activar y mi hija cayó en los mismos errores. Las juntas no eran las adecuadas y de nuevo consumía. El dolor en la familia es inmenso. Otra vez la luz se pierde en el túnel y no ve la salida. Son tiempos duros.

Su adicción va en aumento, hay que buscar soluciones rápidas. Sé que ella puede enderezar su vida, aunque el trayecto es lento. Ingresa en un centro desintoxicación en Alhaurín el Grande. El acuerdo era el de estar seis meses en un programa de desintoxicación; solo estuvo tres meses. Mi hija abandonó voluntariamente la terapia.

Otra vez las nubes se vuelven negras, el cielo que veo no es el azul de Madrid. Este es negro y el horizonte está muy lejos.

Vuelven los comportamientos anteriores, su adicción se acentúa. Ante tal panorama, decidí comprarle una casa, necesitaba respirar. Ella me llama. Yo aguanto. Una madre debe a veces ser dura. Me voy a Madrid.

Estudié auxiliar de enfermería en el Instituto San Juan Bosco de Jaén. El título fue mi bote salvavidas.

Iba a Madrid a cubrir una plaza de auxiliar administrativo en una floristería para tres meses; pero pasé nueve años en la ciudad. Trabajé de forma constante gracias a mis estudios.

La feliz noticia estaba al llegar: Susana se queda embarazada. Mi hermana, que vivía en el pueblo, se quedó al cuidado de mi hija. Estaba tranquila, ya que mi hija y mi futuro nieto estaban en buenas manos.

Quiero denunciar la poca humanidad existente en el sistema sanitario. La trabajadora social, desde el momento en el que nació mi nieto, sabía que se lo iban a llevar. No entiendo por qué nos lo ocultó. Cuando se llevaron al crío, consideraron en no darnos ningún tipo de explicaciones. Qué injusticia. Mi nieto dio positivo en cannabis. Pero no tenía el síndrome de abstinencia, estaba en perfectas condiciones. Yo me quería quedar con él, cuidarlo, quererlo. Nos trataron como si fuéramos unos delincuentes.

El niño nació el día de Reyes y la tutela la solicito a la Junta de Andalucía un 8 de enero. Se lo llevaron el 17 de enero. Solo podía verlo una vez al mes y solo una hora, escoltada por unos siniestros funcionarios, en un punto de encuentro establecido.

Al no recibir ningún tipo de información, tuve que contratar los servicios de un abogado. La Junta de Andalucía, las asociaciones de acogimiento utilizan a los niños como si fueran un negocio, privando a las madres, a las abuelas… de su presencia, de su amor. La Junta de Andalucía nos robó los primeros seis meses de su vida.

A mi nieto no lo cuidaron con la diligencia debida de un buen padre de familia. En una de las visitas lo vi muy apagado, como si estuviera enfermo. Al cambiarlo de ropa, descubrí que tenía una hernia umbilical. Nunca nos informaban sobre su estado de salud. La hernia se la produjo después de su salida del hospital, estando con la familia de acogida.

En la visita del mes siguiente pude ver como la hernia había crecido. Mi nieto no reaccionaba, no se expresaba corporalmente. Llamé a la Policía denunciando el estado de abandono en el que se encontraba, sin embargo, los agentes en vez de dar fe de la situación en la que estaba mi nieto, de su estado de salud, me denunciaron porque, según ellos, no había registrado al niño; sí lo hice.

El menosprecio que sufrí del asesor jurídico de la Junta nunca se me olvidará.

Toda la información tenía que conseguirla a través de mi abogado.

Recogí a mi nieto a los seis meses de su nacimiento. La historia médica no nos la dieron.

Nos advirtieron de que tenemos que fortalecer su remo derecho, pues al nacer tuvieron que reanimarlo. Esta información nos la ocultaron en el momento en que mi hija dio a luz.

En Madrid, un pediatra examinó a mi nieto, derivándolo a atención temprana. Lo importante era él, así que dejé el trabajo. Me dediqué en cuerpo y en alma a mi niño.

Actualmente es un niño muy sano, tiene cuatro añitos.

Mi hija entró en prisión por un delito anterior que yo desconocía. Tiene que desplazarse de Madrid a Jaén, al juzgado. Es condenada.

Su entrada en prisión supuso un alivio, pues habría finalmente una solución a todo lo malo que había pasado la familia. Solo faltaba saber si el enigma sería resuelto de forma positiva o negativa.

Actualmente, estamos los tres en Torredonjimeno. Nos mudamos de Madrid por razones económicas. Yo estoy de baja y mi hija tiene una medicación muy fuerte. Es necesario que el médico se la vaya reduciendo, para que vaya cogiendo autonomía.

Aquí la vida es más lenta, creo que nos va a venir muy bien.

Siempre me gustó ver el sol en lo más alto.

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