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Por Antonio de la Torre Olid /

Realismo mágico es la propuesta del ubetense David Uclés, en su libro “La península de las casas vacías”. Y pese a sus 34 años, al parecer ha estado un buen número de ellos preparándolo, aventurándose en la tradición del movimiento que tiene entre sus principales exponentes a García Márquez, que precisamente acaba de dejarnos la obra póstuma “En agosto nos vemos”, aunque en esta última ya con pocos ecos de esa forma de hacer ficción.

El atrevimiento de Uclés estriba en que, pese a su juventud, afronta una empresa nada fácil, pues no está nada mal tomar de la mano a unos anónimos olivareros, para entremezclarlos con personalidades y creadores de la primera mitad del siglo XX; y más valiente todavía, al ofrecer una vía imaginativa más, que pudiera ayudar a superar lo que aún es un trauma en nuestra historia colectiva, la Guerra Civil, mediante una ficción mágica y con puntos de humor y estrambote.

Y es que, parte de la salvaje dialéctica política de hoy, que se practica aún entre vecinos de pueblos, de ciudades, en el Congreso o en las redes, tiene también en esta herida su razón de ser, un lenguaje guerracivilista y de trinchera (como lo es el recurso a mentar otro trauma, el terrorismo etarra, sin ser sensibles a que para muchos esa herida está convaleciente). Insistimos en que se antoja compatible la propuesta de Uclés, con el respeto a la preservación de la memoria de las víctimas y el deseo de muchos de localizar a sus antepasados. Aunque a ello no contribuye la derogación de normas revisionistas que en esa dirección se están tramitando en varias comunidades autónomas, lo que ha propiciado el reproche reciente de un informe de Naciones Unidas.

Hemos arrancado con Uclés, si bien la pretensión de hoy era menos bizarra y más distendida, cual es el encanto de la narración y la personal forma de hacerla. Desde los años sesenta y coetáneo con el realismo mágico cobró fuerza el Nuevo Periodismo, que en particular desde Estados Unidos y con Tom Wolfe o Truman Capote, se explicó en facultades de Periodismo de todo el mundo. Se trataba de un vuelco a la pirámide invertida (la de las cinco preguntas canónicas para el cronista: quién, qué, cuándo, dónde y por qué), para dejarse llevar en una crónica o en una entrevista por las emociones y sensaciones que la experiencia deparaban al periodista, puro subjetivismo pues.

Gozar con la narración es escuchar a aquellos que nos hacen disfrutar con historias de lo más cotidiano, lo mundano que no tiene que ser incompatible con la creatividad y la vida de personas o de momentos que merecen la pena. Apenas escuchamos mentar a Carlos del Amor, se anuncia un reportaje de fina auscultación (bien es cierto que con buenos recursos audiovisuales, de producción y guion). Si llegamos a la página o al libro de Manuel Vicent, a buen seguro nos deslumbrará el sol del Mediterráneo que mira a través de sus ojos azules, como a un paisaje de Sorolla. Si arranca a hablar Manuel Jabois, escucharemos su agudeza sincera en una legítima mirada subjetiva y sin ambages ni prejuicios ante cualquier hecho reciente. O llegamos a Juan José Millás, el que un día nos exasperaba porque no terminabas de encontrarle sentido a las cosas tan prosaicas que explicaba, pero al fin sacas punta a su forma socarrona de contar y convertir en literario, pero accesible, lo que nos puede pasar a cualquiera, pongamos por caso, desde el cuarto de baño al parque, del enfado en un atasco a la emoción en la ópera.

Del ramillete apenas enunciado como ejemplos, que más cerca aún de nuestro mundo real u onírico también tienen maestros como Martín Lorenzo Paredes o Mari Ángeles Solís, podemos extraer dos o tres conclusiones. Sin duda, construyen relatos desde una subjetividad honesta, no farsante, no fake. Como consecuencia, a buen seguro, al detenerse en una u otra singularidad en la que no hubiéramos caído motu proprio, nos despiertan la curiosidad, que es una cosa muy buena para no envejecer y querer seguir aprendiendo. Pero más esperanzador aún es que nos hacen creer a las anónimas personitas, que de cualquiera de los insulsos lunes, puede deducirse una comedia de situación, un reality show o un melodrama de su vida real en una imaginativa experiencia con aspiraciones literarias, dramáticas o épicas y rescatadoras.

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