Por ANTONIO DE LA TORRE OLID / El spot en el que para anunciar pavo frío es preciso que aparezca Carlos Alcaraz dibujando un corazón con un +, pero en el que además debe rugir pidiendo más, es toda una metáfora del posible origen del bajón deportivo y se ve que emocional que refleja tras los esfuerzos de este verano.
Todo deporte tiene su épica, sacrificio y abnegación, pero para ser reconocido como una consecución sana, requiere que no alberguemos dudas de si le está mereciendo la pena al protagonista, de si no estará siendo exprimido; o por el contrario, sigue siendo un sobresaliente, que genera admiración, que merece todos los apoyos, al ponerse de manifiesto su origen como uno más y las cotas a las que ha llegado, que nos tiene pendientes, nos sacan de la rutina diaria y despiertan sentimiento de identificación y de pertenencia, como sí ocurre por ejemplo con el fenómeno del equipo de fútbol sala del Jaén Paraíso Interior.
El tenista español, que hecho un chaval pasó en 2019 por la provincia de Jaén, al participar en los Internacionales de Tenis ATP Futures de Martos; fue el más joven,con 19 años, en alcanzar el número uno mundial; el más joven en ganar un Grand Slam, de los que ya tiene cuatro; y el más joven en las últimas décadas, con 21 años, en auparse a una final de los Juegos Olímpicos.
Y pese a ello, en lugar de que se valorara la medalla de plata que obtuvo en estas Olimpiadas nada menos que contra Djokovic, ni él ni el público en general terminó de interpretarlo como una gesta. Un desánimo que ha tenido su culmen en la eliminación en las primeras rondas del US Open. En medio, en Cincinnati, lleno de rabia, destrozó una raqueta contra el suelo antes de que lo mandaran a casa.
¿Y qué pasa si un día rompes una raqueta enfadado? Cierto que no es lo propio, pero ejemplos de ello, de mal humor y de desplantes, los hemos visto en otros grandes como John McEnnroe, en Medvedev, en Zverev o en Kyrgios. Ninguna de esas actuaciones son ejemplares, pero el contexto es el de relativizar las cosas.
Toni Nadal, tío y coach durante años del mejor deportista de todos los tiempos en España y de los mejores del mundo, repetía algo con lo que no tendría por qué sentarse cátedra: que su sobrino, al que siempre llamó como a un adulto, Rafael, tenía una enorme disciplina. Pues magnífico, si no es algo impuesto y ha sido algo innato a él, como lo ha sido siempre su humildad o el que nunca se le haya visto romper una raqueta.
Precisamente Alcaraz ha venido soportando durante los tres últimos años la presión de la comparación con Nadal; el hecho de que, ante la pronta retirada del manacorí, como que nos fuera la vida en que necesitamos otro number one; el de Murcia ha compartido una imagen icónica para el tenis español, como jugar en las Olimpiadas el dobles junto a Nadal, si bien ello también le ha generado presión, entre otras cosas porque mezclaba en pocas horas muchas partidos; y con poco descanso, ya retomó la temporada.
Como se ve, nos pasa mucho que cualquiera nos ponemos a opinar de cualquier cosa. Por ello, igual que para interpretar el ajedrez y a sus estrategas hay que leer a Leontxo García; para conocer la dimensión de la gesta de un ciclista hay que buscar a Carlos Arribas; para saber cómo se baten el cobre en la NBA hay que ver a Antoni Daimiel; para interpretar a Alcaraz, merecía la pena conocer la opinión de Miguel Ángel Zubiarraín. Aunque no se ha pronunciado respecto a esta crisis, antes de que ganara Wimblendon, le proponía que crea en sí mismo más que todos nosotros, porque si no, está perdido. Con ello, desvela lo que hoy día supone la presión mediática en todos los órdenes, y en particular para un joven. Lo dijo bien Corretja: “Alcaraz es un tío especial. Lo que él gestiona con 20 años no es normal. No es propio de un niño de 20 años”.
Por todo ello, estaría bien que le dejemos interpretar bien el consejo de su abuelo, para que le eche a sus partidos “cabeza, corazón y huevos”, pero para disfrutarlos y que a los demás nos maraville. Y Alcaraz se le nota cuando sonríe.
Ojalá que sus vidas trasciendan por el deporte, no porque al filo del final de su carrera, estemos más pendientes de las inversiones de Nadal, que a algo tendrá que dedicar todo lo que ha ganado, en lugar de no dejar de reconocer todo lo que ha logrado.
Hay que ser cuidadoso con las historias que nos cuentan en los anuncios; y como siempre con las expectativas y con la gestión de una carrera deportiva o personal. De lo contrario, acabamos viendo a padres sentados en las gradas de un campito de pueblo, que se pelean con su vecino, que es padre de un amigo de su hijo. Adultos que se desahogan el domingo de su frustraciones semanales insultando, no solo a un árbitro, sino a su propio niño, aunque el pobre no dé más de sí y a lo mejor tiene que dedicarse a otra cosa. Un chiquillo a su vez frustrado, por no cumplir las expectativas de su papá ni parecerse con lo que ve en la tele que hace Lamine Yamal.
Foto: Alcaraz pasó en 2019, un chaval aún, por el torneo de Martos, en la imagen.