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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Lleva la pena acurrucada en su rostro. Su vida nunca ha sido fácil. Pero el amor de sus hijos y del marido es la flor que mira todos los días para poder levantarse. Vive en la parte alta de la ciudad, adonde los ojos del buen Dios, a veces no llegan.

Desde pequeña, siempre ha coincidido con las amanecidas. Las tareas del campo la esperaban. En la recogida de la aceituna, con solo diez años, se hizo mujer. A partir de ahí, sus manos pintaron las labores más hermosas.

Acaba de dejar a los niños en el colegio. La alegría de verlos crecer sanos le ayuda a seguir, a remontar la cuesta que el destino puso en su camino. Muchos días, piensa en arrojar su esperanza por la cuneta de la vida y dejarse llevar. La lucha se convierte en un enemigo al que no puede derrotar.

Se acuerda de la carta que le llego hace varios días. La invitan a abandonar la vivienda que ha ocupado. No tuvo más remedio que cometer la ilegalidad. Pero su conciencia está tranquila. Por sus hijos, tuvo que hacerlo.

Antes de la misiva, el primer día que se instaló en el inmueble, propiedad de un banco, habló con el director: sus intenciones, siempre honestas, eran quedarse con la vivienda a través de un alquiler o de un precio justo de compra. Le dieron esperanzas, crearon unas expectativas que finalmente no se cumplieron.

El banco, uno de tantos que se rescató con dinero público, vendió el inmueble a un fondo buitre.

Triste, se pregunta, si realmente el derecho a la vivienda, recogido en la Constitución existe; o es solo una dádiva exclusiva de las clases más adineradas. Entiende, que el derecho a la propiedad es algo intocable y que hay que respetar. Ella, así lo hace, solo quiere ser propietaria, pagando un precio justo. Nunca se le ocurriría violentar la vivienda de un particular.

En el barrio, se están produciendo otro tipo de ocupaciones, las denominadas violentas: familias sin escrúpulos que utilizan las casas ocupadas para delinquir, al mismo tiempo que rompen la convivencia del lugar. La pasividad de las autoridades y la mala práctica de los bancos y de los fondos buitres originan todo esto.

Si todo sigue de este modo, la parte vieja de la ciudad se convertirá en un gueto, dominado por unos pocos. La gente no quiere irse de su hogar, solo piden, igual que ella, facilidades para acceder a una vivienda. Y, sobre todo, dignidad y formación para sus hijos

¿Dónde está la Universidad? ¿Dónde están las instituciones? Desconoce las respuestas, mientras el texto de la carta, se reproduce con lentitud en su memoria.

Dentro de un mes se celebrará un juico por desahucio. Su vida y la de los suyos, podría sufrir un terrible cambio.

La Iglesia de la Magdalena, en contra de lo acostumbrado, está abierta. Entra, se acerca a Jesús de la Caída: ¨ Señor dame fuerzas para levantarme las mismas veces que Tú lo hiciste¨

Los vencejos pronto llegaran a los tejados del Jaén antiguo, que muchos no quieren.

2 Comments

  • Juan Antonio Buitrago Perez dice:

    Muy buena, prosa como siempre sueles hacer, es injusto que rescaten a bancos con dinero público y que luego estas entidades, no ayuden a personas desvalidas y les dejen las viviendas en régimen de alquiler social, cuando precisamente algunas entidades van de abanderadas de que participan o destinan, ciertos beneficios a obra social, que mejor obra social que no dejen a una familia sin techo.

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