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Por MARI ÁNGELES SOLÍS / Aquel viernes, anochecía de un modo distinto. Parecía querer sacar de dentro de nosotros algo que nos estremecía, algo que llevamos marcado a fuego: nuestra fe, nuestra devoción por Él. Y daba igual que fuese el tan jaenero Cristo de Las Misericordias, el tan nuestro Expirante de San Bartolomé o el Señor de todos los jaeneses. Porque en estos días de Cuaresma, siempre buscamos un motivo para encontrarnos sostenidos en cualquiera de sus plantas.

La noche nos ganaba el paso. En la plaza de San Bartolomé, las luces murmuraban la música del recuerdo. En cada poro de las piedras, nuestro pasado se reflejaba en forma de felicidad y añoranza, a la vez. Con alas libres y manos blancas que muestran el camino.

El Vía Crucis estaba a punto de comenzar. Los rostros quietos y los músculos tensos, a la espera de sentirse romper por la emoción. Recuerdos de portar la imagen a hombros, de acompañar su paso vestido de nazareno… porque todos tenemos algo que contar, ya que todos formamos parte de esta historia, vivida muchas veces y jamás olvidada porque deja huella en lo más profundo.

A través del agua de la fuente, pasaba aquel Crucificado nacido de la excelsa mano de José de Medina. Y el sonido del agua era como el tic – tac de cada latido, agarrado en la aorta. Como un reloj de arena que se va vaciando y, al cerrar los ojos, nos vemos de niños correteando entre aquellos naranjos.

Yo siempre lo cuento, no puede ser de otra forma. Mi padre me enseñó a venerar a este Cristo Expirante y a mirar al cielo intentando calmar el dolor de tantas gentes. Es como cargar a cuestas todo el sufrimiento humano, así como hace Jesús, nuestro Señor de Jaén. Todos los Jueves Santos he permanecido a la espera de su salida en San Bartolomé. Siempre con mi padre. Por eso, al faltarme él, seguí haciendo lo mismo para que su ausencia duela un poquito menos. Pero no. En esos momentos, su ausencia se me clava en el alma y me rompe en mil pedazos. Luego, cuando la Expiración continúa su recorrido por la calle Los Coches, el recuerdo da un paso más y se pierde en aquellos Viernes Santos en que, temprano, en brazos, me llevaba a ver a Jesús por la Calle El Rastro.

Inconscientemente, mi memoria une las dos procesiones como si fuesen una sola. Como si fuese un recuerdo entrelazado y tejido con las manos del amor, el amor de mi padre. Han pasado los años, pero lo que mi mente infantil de entonces imaginaba, fue real. Pues ambos, mis dos devociones, procesionaron juntos. Como ejemplo, después de investigar en varios libros encontré un dato curioso. En el año 1921, se presentó una propuesta en el seno de la Cofradía del Cristo de la Expiración de la mano de don Enrique Cañada, de que ese año la procesión del Cristo Expirante de San Bartolomé se uniese a la de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Saliendo a las 4 de la madrugada y dirigiéndose a la Merced para juntarse allí las dos procesiones y llenando las calles de esplendor. Es preciso subrayar que, por aquel entonces, la procesión del Cristo de Medina tenía su salida el Viernes Santo a la una de la tarde, en consecuencia al relato histórico que nos traslada que Jesús a las tres de la tarde, expiró.

Y la unión de mi recuerdo infantil con la secuencia  histórica  que os he contado, dio lugar a esta serie de poemas que tuve el honor de declamar esta misma Cuaresma en el recital poético de Semana Santa celebrado en la Sala 13, Academia de Arte Carrillo. Y aquí os los transcribo, para que los sintáis al igual que yo lo hice al escribirlos. Y, los cuales, tienen el mismo título del artículo que aquí suscribo: “La Procesión del Recuerdo”

“Con tu pena en las aceras

por aquella madrugada,

floreció la primavera”

Descalzo en tu aliento, va tu paso

descalzo. Por la calle queda luz.

Por los cantones, sombra de tu Cruz.

Se estremece en mis manos el ocaso.

Te llama tu pueblo, Jesús, tu gente.

Palpitan infancias que se olvidaron.

Las espinas en tu frente clavaron,

una corona de dolor, vilmente.

Esta madrugada de primavera

te mece un tronco de olivo en la mano,

esta noche que yo no quisiera

que, a las claras, llegara tan temprano

aquel olor en las calles a cera,

adormecido en un temblor lejano.

* * * * * * * * * * * * * * * * *

El viento en la calle, tus latidos

provocan el grito de una saeta.

Por la Ropa Vieja va tu silueta.

Y el pueblo, ante ti, cae vencido.

* * * * * * * * * * * * * * * * *

Otra escena más, rompe en un quejido:

Tu rostro sangrando es como la aurora.

Una voz que se quiebra: ya es tu hora,

camino del Calvario, sin sentido.

Cielo negro que se rompe en tu llanto.

Llamando al Padre, sangra tu costado.

Las siete palabras has susurrado

por este sufrimiento de amar tanto.

Miras al cielo. Nudo en mi garganta.

Expirando está ya tu último aliento

bajo un cielo abierto que mi alma espanta.

No puede el dolor de este cruel tormento,

escuchar al menos siete palabras.

Silueta de la Cruz, azota el viento.

“Con tu mirada en el cielo

expira el jaenés

la procesión del recuerdo”

Mari Ángeles Solís

FOTOS: JOSÉ LUIS GUERRERO FERNÁNDEZ

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