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Por ANTONIO DE LA TORRE OLID / Ildefonso es un joven de Jaén que recién cumplidos los 18 años, se asomó a las urnas por primera vez este pasado mes de julio. El momento de madurez vital en el que se encuentra, más allá de las referencias que le habían dado en sus estudios sobre la organización de nuestro Estado, le había hecho caer de forma más interiorizada en que, de lo que ocurre en cada elección, se deducen muchas cosas para su vida diaria. De ahí que al día siguiente, la nueva experiencia de su elección, le había provocado una sana inquietud indagatoria, lo que le llevó a realizar algunas comprobaciones, que a la vista de lo que acontece en estos primeros días de noviembre, sigue practicando.

Los post que empezó a leer y en las noticias que iba viendo en televisión, le animaron a realizar motu proprio otras búsquedas. De ahí obtuvo algunos baños de realidad, que no asumía de forma perpleja, sino que le llevaban sencillamente a la evidencia de que, en estas elecciones como en otras, cuando no se produce una mayoría absoluta, el partido que acabe gobernando, no siempre podrá aplicar su programa electoral en exclusiva, sino que tendrá que asumir medidas que no tenía previstas, propuestas por otros partidos que van a darle apoyo.

En días sucesivos buscó el resultado de otros procesos electorales desde los tiempos en los que Felipe González o José María Aznar necesitaron negociar cesiones a partidos nacionalistas catalanes y vascos. A día de hoy, le choca que pese a los años en que eso viene ocurriendo y a pesar de que la evidencia parece que no deja otras opciones (salvo una repetición electoral de resultado quizás similar), la formación del nuevo gobierno en España se vive en medio de una enorme tensión política, de descalificaciones o algo así como despojar de legitimidad al otro; como no terminaba de entender el que en la campaña electoral del verano, algunos portavoces volvían a referirse al terrorismo, pese a que recuerda que desde que era pequeño, se quedó con el recuerdo de aquellos días en los que no paraba de celebrarse que había acabado.

Otros vídeos que recogían concentraciones de ciudadanos y no sólo jóvenes, permitieron a Ildefonso adentrarse en otra reflexión, al recrear momentos a los que no prestó atención entonces porque también era pequeño. Además de la impronta nacionalista, percibió que en España se había producido un punto de inflexión sintetizado en el 15 de mayo de 2011. Eso sedimentaría más adelante en la creación del partido político Podemos, rompiendo a la izquierda el bipartidismo que durante décadas existía en España, como en el ala liberal, eclosionaba Ciudadanos.

Interesado en ver qué ocurre en otros países, buscó otras entradas en las que observó que en lugares como Alemania o Italia, parece que no sólo hay más familiaridad con una cultura de la negociación, sino de pactismo, porque tras ver que en España hay por primera vez un gobierno de dos partidos, comprobó que en esos países se vienen conformando así desde hace tiempo, tanto a izquierdas como a derechas.

La pedagogía provocada por la experiencia del voto de Ildefonso le despertó alguna pregunta más: en otros países de sistema electoral presidencialistas, a Sánchez o a Feijóo se les elegirían en las urnas, pero en el caso del parlamentarismo español, su selección es indirecta y a posteriori en el Congreso de los Diputados, según las mayorías que se obtengan.

Y en fin, le asaltaron un par de dudas más, porque en sus lecturas, varios comentaristas se referían a que un cambio de la ley electoral podrían simplificar las cosas, pero otros señalaban que eso sería relativo en la medida en que el voto a una fuerza nacionalista en su circunscripción provincial seguiría produciéndose; y que incluso a día de hoy, los obtienen, a pesar de que su esfuerzo por el coste en votos de un escaño es mucho mayor que en una provincia más despoblada como Jaén. En este estado de cosas y charlando con un amigo igual de interesado que él en este asunto, hacían sarcasmos alumbrando la hipótesis u otorgando entonces el encargo a que se curraran más el peso de un territorio a fuerzas como partidos andalucistas -que han visto que apenas alcanzaron algún escaño y hace años- o provincialistas como los que han se han presentado en Jaén o en Teruel, o a los mismos partidos mayoritarios que concurren en todas las provincias. Ildefonso, que capta que es un momento de tensión en España, pero empieza a darle más sentido a lo que le habían explicado en el instituto respecto a la singularidad del estado autonómico en España y su diversidad histórica, concluye un poco como que esto es lo que hay, y lo acepta con la inocencia y la sensación de tarea acabada por haber constatado una realidad.

Más allá de esta experiencia personal, el contexto postelectoral en el que nos encontramos, fruto del resultado de las urnas, que han facilitado a los partidos nacionalistas catalanes una posición determinante en la conformación del nuevo Gobierno, a buen seguro nos está llevando a muchos a pensar en la idea de España. Y en fin, a proponer que como tantas veces en lo personal, quizás en lo social todo sería más fácil si se acepta la realidad (eso sí, bien es cierto que esa visión de la realidad es la que considera honestamente el que escribe, aunque igualmente acepta y es un mal que por su carencia vuelve a estropear muchas cosas, que sean ciertas otras interpretaciones, no tirar por tierra la opinión del otro).

El debate pues no es nuevo, por lo que la principal propuesta de estas líneas es desdramatizar lo que está ocurriendo en el presente, y por tanto, quitarle carga demagógica, apocalíptica, partidista o fanática, la de la vuelta a las dos Españas -incluso las del tan manido lenguaje guerracivilista y a los símbolos imperiales a los que se recurre en la dialéctica cada vez que hay una crisis en este país-, respecto a lo que nuestra evolución política y sociológica está demostrando que tienen que quedar definitivamente atrás.

En contra de lo que muchos quisieran, nuestro Estado no es una realidad de Derecho estática. Hoy lo es autonómico; antes lo fue unitario; antes republicano con nacionalidades históricas en ciernes; e incluso antes tuvo atisbos federalistas en distintos territorios; y antes de ser absolutista, ni fue Estado, pues sobre la Península Ibérica coexistían diversos reinos, que igual se aliaban en la lucha contra el enemigo que andaban a la gresca entre ellos.

Y en fin hoy, asistimos a una tensión territorial, que la experiencia ha demostrado que no se puede resolver con la política del avestruz, o denostando, insultando y ninguneando a una parte muy importante de los dirigentes nacionales, pero sobre todo de responsables y de la ciudadanía catalanes; ni por la vía coercitiva, judicial, penal y policial (aplicando el artículo 155 de la Constitución), pues ello alimenta la victimización, a la vez que hace persistir el sentimiento de incomprensión ante el anhelo del reconocimiento de una reivindicación (de quienes somos conciudadanos). De lo ocurrido de aquí para atrás, eso sí, no cabe duda de que los desbloqueos a la situación deberán tener marchamo jurídico y constitucional. Y en adelante, no queda más que una dialéctica entre la necesaria confrontación, sí, pero con el objetivo de la procura de mantener una convivencia en común. Una aparente contradicción que se puede explicar más abajo.

No nos ocupamos aquí de profundizar en la valoración de una ley de amnistía, ni de la exigencia que tenemos en presencia de un referéndum, que son realidades a las que nuevamente asistimos y que hace apenas un año nos resultarían poco probables. Por cierto, apuntar sí dos aspectos, en el caso del referéndum que nos ayudarían de nuevo a desdramatizar. De un lado, el que los mismos estudios demoscópicos incluso de los institutos autonómicos vascos y catalanes, van restando apoyo en el fiel del cincuenta por ciento al independentismo. De otro, hay experiencias en Europa, como la votación por la independencia de Escocia en 2014, pactada entre el Gobierno británico y el de la región de Escocia (que antes fuera un reino, como Cataluña fue un condado y luego reino con Aragón), que por cierto a día de hoy vuelve a reivindicarse, pero que hace apenas diez años tuvo como resultado el no. Y ello también se lo curraron las fuerzas estatales, entre otros el primer ministro británico David Cameron. En algún seminario suelen mostrarse vídeos en los que éste centró su campaña en un punto emocional, en el que apelaba a la convivencia y al sentido de pertenencia, que le hizo ganar.

Al pensar en la idea de España buscamos referentes en quienes dijeron que le dolía, en quienes les han dedicado mucha reflexión y seni. Y cómo no, ahí emerge la figura de Miguel de Unamuno, porque los cuellos de botella y las posturas en presencia en la primera mitad del siglo XX son muy parecidos a los actuales.

En ese sentido, llaman poderosamente la atención los contenidos del seminario “La utopía liberal y la idea de “Tercera España”. Elaboración de un concepto histórico”, celebrado en Madrid a primeros del pasado mes de junio y que puede aún visionarse en el canal de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). ¡La actualidad, el seguimiento y las reseñas por la oportunidad de esta cita se hubiesen multiplicado apenas cinco meses después, tal día como hoy, a la vista de los condicionantes surgidos tras las últimas elecciones generales!.

Venimos a describir que en el desbloqueo de la gobernabilidad de España, de esta situación de necesidad de buscar “encaje” a la insistimos, realidad catalana, es ineludible admitir el conflicto, el enfrentamiento y la contradicción a la que nos referíamos más arriba, es decir, reconocer la legitimidad del otro, entre otras cosas también, surgida de las urnas.

Traemos a colación ese argumento y esas jornadas, en particular por la referencia en una de sus sesiones a “La idea de España en Miguel de Unamuno”, por parte de Cristina Erquiaga, doctora por la Universidad de Salamanca con una tesis doctoral sobre el autor del artículo “La crisis del patriotismo español”, publicado en Nuestro Tiempo, nada menos que en 1905. En ese texto y en otros pasajes recuerda Erquiaga que dice Unamuno: “Hay que luchar y luchar de veras y buscar sobre la lucha, y merced a ella, la solidaridad que a los combatientes une. Se entienden mejor las personas y a los pueblos, y están más cerca de llegar a un cordial acuerdo, cuando luchan leal y sinceramente entre sí. Y es indudable que harían un grandísimo servicio a la causa del progreso de España, a la de su cultura, y se la harían muy grande a sí mismos, si tanto catalanes, como castellanos, vascos, gallegos, etc., mostrasen su oposición a todo lo que les repugna en el modo de ser de los otros y procurara cada una de las castas imponer a los demás su concepción y su sentimiento de la vida”. Y añade que “El deber patriótico de los catalanes, como españoles, consiste en catalanizar a España, en imponer a los demás españoles su concepto y sentimiento de la patria común y de lo que debe ser ésta”. Insistimos respecto a esto último en desdramatizar sus bizarras palabras, pues el punto de vista de Unamuno es el mismo que cuando propuso que España debía “españolizar a Europa”.

La afirmación de Unamuno es liberal en cuanto que legitima la dignidad del individuo para reivindicar su posición. Pero decimos que también es progresista, por lo que supone fomentar el debate de ideas y porque entraña en definitiva, que la consecuencia de la confrontación es el cambio y el progreso.

Nos falta quizás algo más para entender la gravedad de la afirmación de Unamuno, desgranar la semiótica de lo que quiere decir cuando propone que hay que “imponer a los demás su concepción”, lo que a muchos nos echa para atrás o nos estropea el argumento al que hemos echado mano, pues más bien pareciera, por ejemplo que no viene al caso, el obligado proselitismo que impone el islamismo en lo religioso (sí hacemos un paréntesis para achacar al fanatismo parte de la culpa del conflicto hoy en Oriente Próximo, a la vez que tenemos un recuerdo a la víctimas civiles de ambos bandos).

En una interpretación casi antropológica, Unamuno eleva la necesidad de la contradicción desde lo íntimo y personal a lo social. Durante la vida del escritor, éste se debatió entre el existencialismo y la contingencia, la lucha entre la eternidad y la finitud. Y en medio de ello, reitera que hay que alentar el enfrentamiento, pues lo contrario nos hace pararnos, y eso no permite evolucionar, viene a describir Erquiaga. Insistimos en que es difícil la lectura y aceptar el argumento reflejado en su obra “Del sentimiento trágico de la vida” cuando afirma: “Para dominar al prójimo hay que conocerlo y quererlo. Tratando de imponerle mis ideas es como recibo las suyas”. Y dice que “amar al prójimo” es “querer borrar la divisoria entre él y yo, suprimir el mal”.

Así que no es nada fácil, pero hay que, como se suele enunciar, explorar todas las vías, confiar en que nadie pondrá al país en almoneda, que se actuará con luces largas, sin cortoplacismos y desde el Estado de Derecho. Pero ello debe partir de un reconocimiento maduro y de respeto entre compatriotas.

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