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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / El mes amarillo por excelencia ha expirado y el cielo alumbra diciembre. El invierno anticipado se ve en el humo que sale de las chimeneas, en la lluvia que limpia las calles de malas conciencias, en la nieve que reposa en las montañas…

Es esta época, un espacio adecuado para el ejercicio de cualquier tipo de arte, ya sea de forma práctica, (dejamos este mandato a los profesionales), o teórica, en la que el iniciado profundiza en los conocimientos de la música, de la literatura, del cine, de la pintura…

Hablar de la obra de un pintor (el cuadro lo tienen en la parte superior de la publicación), supone también divagar sobre su naturaleza, de cómo su mente se sumerge en el océano de la creatividad. En este caso que nos ocupa, el artista sigue pintando y todavía no ha llegado a su madurez creativa. Sin embargo, su producción pictórica dice todo lo contrario.

La profundidad de su obra es directamente proporcional a su grado de sensibilidad. Él, antes que pintor, se considera humanista. Su amor por el conocimiento, le lleva a transitar por todas las artes que la madre cultura nos regaló. Quizá de no ser pintor, hubiera optado por la música. Es un melómano consumado. Su largo proceso pictórico, siempre va acompañado de alguna melodía.

Conocer la filosofía de un pintor, nos acerca a entender la complejidad de sus creaciones.

Carrillo, siempre, pinta al silencio en el silencio de su estudio. Su puesta en escena solo se ve alterada- y volvemos a la música- por cualquier preludio o interludio de las óperas de Wagner.

Ahora bien, llegar a este nivel de control de la música no es un camino fácil.  Entender la complejidad del genio alemán, te ha exigido antes escuchar otras, prácticamente desde que naces.

La memoria de su estudio guardará eternamente está simbiosis entre la pintura y la música.

El animal más bello, para muchos, es el Toro.  La composición que vemos en el cuadro, es muy atrevida. No vemos al animal descansar plácidamente en la dehesa en la que se ha criado. El autor quiere dar un giro de tuerca más y nos lo muestra fuera del laberinto. No es necesario encontrar al Toro. Carrillo, nos lo enseña en el terreno por el que habitualmente pisamos. Su belleza forma parte de nuestra cotidianidad; si esto no es realismo mágico, preguntémosle a Gabriel García Márquez.

El tono elegido, para dotar de vida al animal, es el negro: el pintor nos dice que el toro está en reposo, pero qué en cualquier momento, puede iniciar una carrera.

La metáfora es un recurso estilístico solo de la literatura; aunque el pintor se la apropia, al enfrentar al animal con una caseta de alta tensión. El peligro de muerte te acecha, pero también te lo puedes encontrar, si no guardas cierta distancia o prudencia.

Con esta obra total, Paco Carrillo, sigue avanzando en su pulso por seguir siendo un pintor de sentimientos.

En esta pintura, se nos muestra la belleza tranquila de uno de los animales más nobles de Iberia.

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