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Los hechos nos delatan. Podremos hilvanar un discurso, el que sea, pero los hechos nos acaban delatando. Y en estas líneas me refiero a hechos simples, pero diáfanos y cotidianos. En nuestra  relación con la vida, los hechos del día a día delatan nuestra mentalidad. Es algo íntimo, profundo, que está más allá de los reglamentos y las normas, de los pros y contras racionales de una decisión.

Nuestra postura visceral hacia la vida no sabría definirla, pero sus consecuencias no son saludables. No me refiero a las realidades individuales, sino a la que emerge desde nuestra mentalidad colectiva, desde nuestra subcultura utilitaria y consumista.

Las expresiones de la vida, o sea, los seres vivos, son consumidos y tratados desde su utilidad, no considerados como co-habitantes de nuestro mismo espacio. Ante cualquier tropiezo entre su existencia y la nuestra, se opta por lo más fácil: la eliminación.

¿Estorba un árbol?, se elimina. ¿Que tiene cientos de años?, se elimina ¿Que son muchos árboles?, se eliminan. ¿Estorba un seto?, se elimina ¿las plantitas de una rotonda ya no dan flores?, se eliminan. ¿Las raíces molestan haciendo una zanja? Se eliminan ¿No había espléndidos macizos de arbustos en la mediana de esta autovía? Se eliminaron. ¿Qué opinas de la cubierta vegetal entre los olivos? Se elimina ¿No ofrecen ventajas al agricultor? Se elimina (¿qué sabrás tu, imbécil?) ¿Molesta la mascota? Se elimina (ah no, perdona, que tenemos corazón: se abandona, se le da una oportunidad). 

¿Hacen falta más ejemplos?

Nuestra mentalidad utilitaria y consumista nos hace unos excelentes eliminadores. No soy de los que opinan que eso es inherente al ser humano. Estoy convencido de que otra educación, otra mentalidad, otra forma de entender la existencia, harían posible que no cayésemos en la vía rápida de la eliminación del ser vivo que nos molesta, sino al contrario, consideraríamos el reto de la conciliación de nuestra vida, con la del resto de organismos, como la postura normal y cotidiana.

Creo que adolecemos, como subcultura, de falta de sensibilidad hacia lo vivo. Insisto, no me refiero a las posturas individuales, que las hay, y no pocas, que reman en un sentido opuesto a lo que pretendo describir en este breve artículo, sino a una forma general de postura ante la expresión de la vida. Estamos instalados en una contradicción permanente, entre nuestra legislación proteccionista, el avance de nuestro conocimiento científico sobre la vida y los seres vivos, el incremento de las propuestas de conservación del medio ambiente, y lo que hacemos finalmente en la mayoría de las ocasiones: la eliminación.

Ahora, después de la retahila de interrogantes del cuarto párrafo, cuya respuesta siempre era la misma, imagine el lector todos los argumentos “sostenibles” que acostumbramos escuchar. Los hechos nos delatan.

Nos urge abandonar esta mentalidad, nacida de una subcultura (y dale con “subcultura”, ¿por qué emplea el autor siempre este término? Respuesta: Creo que la denominación “Civilización Occidental” nos queda grande, visto lo visto en tantos ámbitos) basada en el consumo excesivo, en la modorra del bienestar permanente y en la solución expedita, reflejo de nuestra pereza mental, porque al final quedaremos solos y enfermos (también eliminamos los factores de nuestra salud).

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