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Perdón, el título se queda corto para lo que quiero señalar: la división y la crispación se consolidan como forma de relación social. ¿No lo han notado? ¿no lo han sufrido?

Ambas, división y crispación contribuyen al enfrentamiento, y esa es la realidad instalada en nuestra sociedad. Se vive en estado de enfrentamiento continuo, acompañado generalmente de malos modos, menosprecio, insultos o directamente difamación. ¿Han visto ustedes esas películas en las que un misterioso virus transforma a los seres humanos normales y corrientes en espeluznantes zombies? Pues salvando las distancias, algo parecido ocurre en nuestra sociedad, en la que un agente invisible en nuestra atmósfera psicológica contamina nuestras relaciones sociales, provocando la propensión al enfrentamiento caníbal.

Hay que estar muy atento, cada cual consigo mismo, para evitar que penetre en nuestro espacio personal, entre y con los nuestros. Las redes sociales se han convertido en un auténtico estercolero, donde se vomita y se defeca con total impudicia, unas veces bajo el escondite de un nombre impersonal y otras muchas, con la propia identidad; y en la vida “real” se reproduce también esta división con crispación. La crítica ácida hacia cualquiera, acompañada de ausencia total de autocrítica; la difamación, esa losa tan difícil de levantar; la maledicencia fácil y soez, que rápidamente descalifica a cualquiera; los modales agresivos, impositivos y verdaderamente fascistoides; la broma injuriosa e hiriente, dicha para provocar las sonrisas bobaliconas de los afines; todas estas son las “armas” del enfrentamiento, que dejan dolorosa huella en la víctima, y un oscuro estado de ánimo y oprobio en el que las utiliza.

Cualquier escenario y cualquier causa es válida para introducir la división con crispación. No hace falta malgastar palabras en poner ejemplos, porque seguramente usted que me lee, hoy mismo tiene un mal rato por un enfrentamiento reciente.

¿Qué podemos hacer? En primer lugar detener esa tendencia al enfrentamiento crispado en nosotros, no reproducirlo con otros. En general esta regla es de una efectividad contundente, porque  lo frecuente es que una persona reproduzca con un tercero, el comportamiento que ha sufrido por parte de otra persona; pero si no lo hace, la cadena se extingue.

No estoy apelando a que no haya diferencias, sino al modo de resolverlas. La existencia de diferencias es positiva, es lo que produce el movimiento y el desarrollo. Las diferencias de criterio, de perspectiva, de valoración, son fecundas porque cuando se canalizan adecuadamente dan lugar a situaciones enriquecidas y mejores. Lo ponzoñoso y paralizante es el enfrentamiento descrito.

Deberíamos poder reconocer no sólo lo que nos diferencia, sino también lo que nos une, porque sólo cuando somos conscientes de esa unidad, podemos abordar las diferencias desde una actitud constructiva.

Los seres humanos tenemos muchas cosas en común: algunas nos separan y otras nos unen. Hay que poder indagar cual es cada una, para contener las primeras y promover las segundas. Sólo desde  esa posición en común, pueden encontrarse soluciones a problemas, para los que cada cual puede partir de posiciones diferentes.

La forma de relación social predominante debería ser aquella que provoque en nosotros, sin renunciar a las diferencias, respuestas de respeto, alegría, consideración, satisfacción, entusiasmo, confianza, y tantas otras diferentes de los malos ratos y berrinches. Pero nunca la división y crispación, que deforman las buenas intenciones, hasta convertirlas en iniciativas de revancha.

 

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