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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Parecía que las rosas, no iban a florecer. Sin embargo, el agua que alguien misterioso les proporcionaba todos los días y su espíritu, obcecado en seguir mirando al sol, produjeron el milagro: el rosal, después de mucho tiempo, revivía.

Su historia es similar a la de Carlos, su recorrido: desde la oscuridad, a la belleza y desahogo de la luz.

Carlos y el rosal son los estímulos, las piezas que vamos a utilizar, en este escrito, para reconocer el trabajo de unos ángeles de tierra, que todas las mañanas, abandonan sus anhelos, sus preocupaciones, en el cajón del ¨Después me ocuparé¨

La jornada, de doce horas, maratoniana, transcurre en una sala, a la que le antecede un pasillo blanco, sin ningún tipo de decoración. Es largo, cuando lo transitas la primera vez, crees que puede ser un sendero directo al cielo. El ánimo del que lo cruza cae en un abismo.

Pero, antes de finalizar la caída, ellas y ellos te recogen; te acunan con las esperanzas más hermosas y comienzas de nuevo a vivir, a creer en que tu fortaleza y sus cuidados te llevaran victorioso a la meta de una carrera en la que pensabas que nunca ibas a participar.

¨ No se preocupe, todo va a salir bien¨- te dicen.

¨ Los métodos de curación están muy avanzados, no se preocupe¨- te animan.

Además, de sanitarios, son esposos, amigos, compañeros. Tu vida ya forma parte de las suyas, en su corazón vives las 24 horas del día, eres su familia, para siempre.

No existe en sus razonamientos ni decisiones, el principio de jerarquía. La mesa, en la que se reúnen, es redonda, de modo que todos ocupan un puesto de igualdad. Aquí, analizan los estados emocionales de sus amigos, para que el tratamiento sea más llevadero.

En un rincón, existe una luz que solo ven ellos. Es un santuario, en el que las esperanzas y los buenos deseos se van acumulando, hasta que salen libres y curan el cuerpo y alma del enfermo.

No tengas miedo, querido amigo, si alguna vez tienes que cruzar el umbral, no arrojes la esperanza por la borda del pensamiento. Sé benévolo, contigo, y déjate llevar por sus alas.

Lo seguro, ciertamente, no existe; pero el amor, que Jesús predicaba, se hace realidad entre estás paredes.

Son los guardianes de tu futuro. Sus nombres, no son necesarios, sus obras, mucho.

Ahora, en estos tiempos de reconocimiento y honores, cuando la llama de la vanidad se enciende y clarea por las redes sociales, ellos siguen su camino en silencio, elevando solo sus ojos para ver las risas de sus pacientes.

Su voz de aliento es la cura de una sociedad, que no sabe cuándo abandonó el amor y la empatía hacía los demás.

Vuelven los vencejos a volar bajo, pronto emigrarán a las tierras de su invierno; el tuyo ya se olvidó, se curó.

A los trabajadores del Hospital de Dia, de Oncología, de la ciudad de Jaén; y especialmente a Natalia.

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