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El halo romántico que la sociedad biempensante concede al antisistema evidencia que la sociedad no percibe que cuando Bécquer troca en Bakunin el lirismo deja paso a la algarada, el sofá-cama de la ultraizquierda, que se siente tan cómoda en el disturbio como la ultraderecha en la ducha. Al fin y al cabo, un facha, por cuanto también persigue imponer por las bravas su mirada hemipléjica, no es más que un antisistema que huele bien.

¿Huele bien Pablo Iglesias?: posiblemente. Lo que le convierte en un facha de izquierdas que quiere conquistar Madrid a la manera de Franco, por la fuerza, único modo posible, dada la tendencia de la capital a defender la libertad cuando la ataca el bonapartismo. La fuerza, claro, es la calle, porque el antisistema precisa de un espacio, la Puerta del Sol, de una estrategia, la barricada, y de un enemigo, que no es la derecha, sino el escaparate.

El escaparate, a la vez atractivo y frágil, condensa las virtudes y defectos de la clase media, a la que la ultraizquierda mete miedo a pedradas para que desemboque en la trinchera de Vox, esto es, para que desaparezca el centro político. Puede que lo consiga y puede que haya escaparates ostentosos, pero está por ver que romper el de Sánchez Romero de la Castellana para saquear una partida de jamones 5J acabara con el hambre en el mundo.

 

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