Skip to main content

Por PEDRO MOLINA ALCÁNTARA / Albert Einstein dijo: «El estudio y, en general, la búsqueda de la verdad y la belleza; conforman un área donde podemos seguir siendo niños toda la vida».

Vivimos tiempos convulsos -pandemia, polarización social y política, ahora esta guerra y tantas cosas, además- y debo reconocer que todo ello, añadido a los problemas cotidianos, ha hecho mella en mí. Mi estado de ánimo no pasa por su mejor momento, no lo puedo negar. Son momentos duros, como digo, pero quizá también sean momentos aptos para practicar la introspección y cuestionarnos en profundidad acerca de nuestra esencia y nuestra existencia. En mi caso, como en el de mucha otra gente, ese proceso de introspección, reflexión y cuestionamiento desembocó en la pregunta fundamental, la gran pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida?

El “problema” que nos plantea esta pregunta es que nos redirige a muchas otras y hay que esforzarse por contestar previamente si queremos llevar nuestro proceso de introspección con un mínimo de orden lógico. El sentido de la vida, si es que la vida tiene algún sentido, difícilmente podrá ser desentrañado si no nos preguntamos sobre el origen de la vida y el origen de todo, del Cosmos. ¿Hubo o hay un Ente Creador o una Fuente, Energía, Sustancia o Fuerza Creadora? Si el Universo comenzó con un Gran Estallido según la Teoría del Big Bang, no puedo evitar extraer la conclusión de que tuvo que existir una fuerza motriz que lo provocase ¿Se puede decir que es Dios? Estableciendo una serie de matices, pienso que sí, que Dios existe. Sin embargo, mi idea de Dios creo que se asemeja más a la del filósofo Baruch Spinoza y menos a la de las religiones abrahámicas: con todo respeto, puesto que no solo estoy de acuerdo con la libertad de credo sino que la defiendo como derecho humano fundamental, he de afirmar que no lo veo tanto como un ente todopoderoso, omnisciente, justo e independiente -es decir, que existe al margen de su propia creación- al cual debemos alabar, rezar y rogar; sino como un todo, el Todo.

Si yo no malinterpreto erróneamente a Spinoza, Dios está formado por todas las partículas del Cosmos; y el Cosmos es, considerando como válida la definición del inolvidable divulgador científico Carl Sagan, «todo lo que es o lo que fue, o lo que será alguna vez». Ese Todo entiendo que nos incluye a nosotros mismos y a todos los seres, a todo lo que existe, sea tangible o intangible: desde aquellas partículas subatómicas hasta todo el Universo, pasando por las ideas y por todo lo que conocemos y lo que no conocemos o no percibimos, o ni siquiera imaginamos.

Una vez sentadas las bases de mi concepto de Dios, aunque ellas sean frágiles y rudimentarias -por falta de bagaje intelectual, muy probablemente-, aparece otra pregunta de gran calado: si creo de alguna forma en

Dios, ¿cómo me acerco a Él si no le rezo ni lo alabo -a la manera tradicional- ni le planteo ruegos? Pues entiendo que la mejor manera es profundizando en el conocimiento científico, técnico y humanístico; puesto que podemos concluir que Dios se expresa a través de las leyes que gobiernan el Cosmos, de las cuales es responsable ¡Ah, y también cuidando y mejorando ese Cosmos, por supuesto!

¿Y dónde queda, tras semejante galimatías, la respuesta a la pregunta sobre el sentido de la vida? Pues el sentido de la vida es el que cada persona quiera darle a la suya: el psiquiatra Viktor Frankl, superviviente de diferentes campos de concentración nazi, llegó a la conclusión en su notable obra El hombre en busca de sentido de que los prisioneros que, incluso padeciendo las situaciones más extremas, dotaban a su vida de un sentido profundo; tenían más probabilidades de sobrevivir. No sé hasta qué punto se puede considerar esto como una verdad científica pues me parece envuelto en un halo de misticismo. Sin embargo, me conmueve pensar en ello. Y, precisamente, la clave está en el verbo conmover: citando de nuevo a Sagan, «la contemplación del Cosmos nos conmueve» y «somos la herencia de quince mil millones de años de evolución cósmica, tenemos alternativa: podemos embellecer la vida y conocer mejor el Universo que nos creó, o podemos desperdiciar nuestra herencia de quince mil millones de años en autodestrucción sin sentido». Poco más puedo añadir yo, el sentido de la vida radica en contribuir a la belleza del Cosmos, cultivando el conocimiento y la imaginación con la curiosidad propia de la niñez, aportando nuestro granito de arena para que las cosas sean mejores y viviendo de la forma más armoniosa y amistosa que podamos con nuestro entorno y con las demás personas. El sentido de la vida se alcanza humanizándonos.

Foto; Revista Más Sana. 

Dejar un comentario