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El mismo día a finales de enero que se materializaba la salida de Gran Bretaña de la UE, y se nos informaba con todo lujo de detalles sobre los males que se le avecinaban a la economía inglesa debido al brexit, el sector agrícola del país y en particular Jaén y Extremadura iniciaba un clamor en las carreteras por los bajos precios y la caída de los ingresos. La respuesta del ministro de Agricultura ante la demanda de precios justos no tardó en llegar. «No se puede. La UE no lo permite». Era también el mismo día de enero que en el primer noticiario radiofónico de la mañana se recordaba el incremento millonario obtenido en el último ejercicio por los gigantes tecnológicos, (un 23% en el último ejercicio, precedido del 45% el año anterior), a los que sin embargo iba a ser difícil, cobrarle impuestos acordes a cambio.

Pocos días después sucedió en uno de esos dinámicos debates televisivos en los que se habla mucho y animadamente, pero sin que casi nunca quede una conclusión y mucho menos una que pueda ayudar a un hipotético interés colectivo a articular esfuerzos comunes para llegar a alguna meta. En un momento del debate un experto fue requerido para opinar sobre las problemáticas que afectan  a los productos agrícolas, entre ellos el aceite, después de que varias jornadas de movilización entre enero y febrero hayan logrado poner esta dormida problemática en la agenda pública. Según su diagnóstico, buena parte del problema tendría que ver con la importación a bajo precio de productos procedentes de otros países, desde la naranja de Sudáfrica hasta el aceite del Magreb, incluso China y la orientación neoliberal de la Comisión más preocupada en lograr acuerdos comerciales con terceros países para proteger las exportaciones industriales de Alemania y su área de influencia, que de la agricultura comunitaria.

El diagnóstico quedó sobre la mesa entre toda la agitación del debate, sin que suscitara ningún comentario. Así las cosas, al menos cabe preguntarse… Después del largo proceso que llevó al desmontaje de buena parte de las estructuras productivas del país ¿quién protegerá ahora al sector agrícola?

Desde marzo de 2018, la guerra comercial abierta entre China y EEUU, seguida del Brexit, anuncia para algunos análisis el final de la globalización[1] En cualquier caso lo cierto es que mientras los dogmas del neoliberalismo mundializado sin fronteras, es puesto en cuestión de facto día a día por los protagonistas principales de la globalización. (China estableciendo aranceles a los productos de  EEUU y viceversa y este último al aceite español), una telaraña de fondos de inversión,  cadenas comerciales acaparadoras del mercado operan a escala global, amparados en la lógica de la desregulación, destruyendo tejido económico, territorios y derechos sociales. Cuando se impide la intervención para el control de precios, se está dejando en desventaja frente a las mafias globales, a quienes viven del campo, pero su onda expansiva se extiende al conjunto de la clases populares. Se arriesga la pervivencia de territorios enteros que quedan expuestos al abandono y a la larga más fácilmente asequibles a los fondos de capital especulativo.

Se anuncia que países como China, planean llegar hasta 59 millones de olivos en los próximos años, toneladas de aceite compitiendo en el mercado global, seguramente de peor calidad pero también a bajos costes[2]. En perspectiva poética podría pensarse que el olivo ha iniciado en esta época una especie de camino inverso al que hace siglos recorrieron las naranjas desde el sudeste asiático hacia el Mediterráneo. Pero la cosa no va de literatura. Es el «todo low-cost», como nuestros salarios. Quienes culpan a la subida del salario mínimo de los problemas del campo, deberían caer en la cuenta de que en un modelo productivo de bajos salarios, también en las opciones de compra de los asalariados, los precios de los productos agrícolas competirán a la baja en el libre mercado sin fronteras y sin protección social. Pero esta es solamente una parte del problema, el dumping amenaza a cualquier sector productivo. Y su impacto alcanza a la seguridad alimentaria de los territorios, cuyas poblaciones dependen cada vez más de la estrategia de las multinacionales. El impacto para la agricultura seguramente va más allá de los precios y los problemas para los agricultores. Se trata también de la pérdida de diversidad agrícola, de la pervivencia del olivar tradicional, de la pérdida de control de toda la cadena desde la producción de las semillas a la distribución de los alimentos, lo que convierte a los territorios y su poblaciones en cada vez más vulnerables en un escenario global inestable, desde el punto de vista social, económico y ambientalmente incierto.

Sergio Molino, autor de La España vacía, recuerda que en buena parte de España la agricultura y la ganadería orientada al consumo local son ya marginales respecto a la agricultura ligada a las cadenas de distribución que está prácticamente generalizada, cosa que aún no ocurre, a ese nivel de [3]intensidad,  en otros países europeos. La propia política de la PAC ha beneficiado más a grandes propietarios ociosos aunque no cultivasen la tierra que a la propia producción. Aunque suene a escenarios lejanos, cabe observar que la ruina de la agricultura enraizada en el territorio de los países y la pérdida de su diversidad agrícola, no es algo nuevo en el escenario mundial cambiante, son procesos que se han vivido hace décadas en otros lugares del planeta y contextos históricos diferenciados, con consecuencias nefastas  ¿A qué futuro nos lleva el silencioso acaparamiento en curso de tierras de cultivo que en la actualidad llevan a cabo los fondos de inversión?

En términos generales la estrategia de la Comisión europea en materia de agricultura iría incluso a contrapelo de las advertencias que figuran en informes para otros territorios, de organismos como la misma FAO que advierte: “La agricultura a pequeña escala son los inversores de primera línea para la agricultura a nivel mundial y deben ser tratados en consecuencia. Necesitan recibir un mayor apoyo para sacar el máximo partido a las grandes inversiones que cada día hacen para producir nuestros alimentos. Se trata de una cuestión clave para hacer frente a la pobreza y garantizar la seguridad alimentaria a nivel mundial a medida que el cambio climático se agrava”.[4]

No se trata ya de una cuestión ideológica de ecologistas caprichosos. Los problemas ecológicos son reales. Los límites del planeta se agotan y se necesitan también modelos agrícolas y ganaderos sostenibles, algo incompatible con los modelos de agricultura súper intensiva de bajos precios y salarios, monopolizada por los grandes fondos. Hacer las paces con el planeta, incorporar los principios de la economía circular y reconstruir una producción de alimentos agroecológica y sustentable. Por utópico que suene, esa es también una vía para desenganchar de la tiranía de las multinacionales y de un modelo territorial excluyente y periférico al que se  condenan a las personas que viven en provincias como la nuestra.

En territorios como Jaén la incertidumbre viene a agravar un contexto económico ya frágil que  se expresa en una población menguante, en más de 33.000 habitantes, y en 2019 figuraba a la cabeza de las provincia del sur que más población pierden. Según los datos de la Agencia Tributaria, tiene una de las renta salariares más bajas del país. No se trata esta de una coyuntura de perfil local solamente. Estaríamos más bien ante una recomposición que, como ha descrito el geógrafo francés Cristophe Guilluy[5] se repite a escala global y en términos generales afecta a aquellos territorios alejados de las grandes áreas metropolitanas, los que desde finales de los años 90 pierden empleo, población y se debilitan económicamente.

El olivo desde antiguo ha sido para muchas culturas del Mediterráneo,  un árbol rodeado de mitos y simbología ligadas a las tradiciones de sus habitantes. Una de las muchas leyendas que ha inspirado, atribuyen su  origen a la confrontación entre una diosa, Palas Atenea y Poseidón, que competían por ofrecer el bien más preciado a los ciudadanos helenos. En el litigio Poseidón clavó su tridente en una roca de la que surgió un manantial de agua salada, como correspondía al poderoso dios de los océanos, con lo que provocó la ruina de las cosechas y la consiguiente protesta de los helenos, mientras tanto Atenea hizo brotar el olivo a las puertas de La Acrópolis. Eran tiempos de mayorías femeninas en el Olimpo, así que un tribunal divino resolvió el litigo en favor de Palas Atenea declarando su regalo como el más valioso, habida cuenta de que el líquido obtenido de su fruto ofrecería alimento, alivio para las heridas y luz capaz de iluminar las noches.

Finalizada ya la segunda década del tercer milenio, el dilema que abordan los territorios como Jaén, con la crisis de la globalización y el medioambiente, como marco de fondo, reactualiza de alguna manera los términos simbólicos de aquella antigua metáfora olivarera. La opción entre un modelo sostenible, en paz con el planeta, ligado al territorio, centrado en la vida y el bienestar de las personas donde el olivar tradicional y quienes lo trabajan tenga su lugar o, la tiranía global de las multinacionales, los fondos de inversión sin fronteras, la ruina ambiental y económica de las cosechas y la despoblación. El brexit ha quedado ya lejos. El tridente apunta ahora hacia la agricultura  y en particular el olivar

 

[1]Monereo- 2019
[2]Diario Jaén, 2016. Rafael Abolafia
[3]Susan George. Enferma anda la tierra-1980
[4]FAO. Estado mundial de la agricultura y la alimentación.
[5] GuilluyNo society. El fin de la clase media occidental. Taurus  2019

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