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Por IGNACIO VILLAR MOLINA / El dinero es un medio de intercambio a través del cual adquirimos bienes y servicios, o con el que usamos para el pago de las obligaciones. Todos los días asociamos un precio a los objetos de acuerdo con su valor intrínseco y a otros factores, como su disponibilidad (oferta) y las necesidades de los ciudadanos (demanda). En la actualidad el dinero fiduciario físico emitido por los bancos centrales convive con el dinero digital. Estas instituciones controlan el sistema monetario con el fin de que el  dinero en circulación en su área económica sea el adecuado para mantener la estabilidad de precios y crear las condiciones óptimas para equilibrar la actividad económica que propicie la creación de empleo.  

Dentro de la denominación de dinero digital, entendiendo este como la posibilidad de hacer operaciones monetarias sin utilizar una moneda tangible, están incluidas las tarjetas de crédito y de débito porque implementan a todos los efectos una digitalización de la moneda tangible ya que los pagos realizados con ellas se basan en la relación de confianza entre comprador, vendedor, y banco o entidad comercial emisora. Así el dinero digital también es medido por los bancos centrales a través del dinero circulante, lo que permite afirmar que, actualmente, este tipo de efectivo es usado a tasas más altas que las monedas tangibles. Este veloz cambio de los sistemas monetarios y medios de pago ha sembrado la duda general de si, en un futuro más o menos próximo, la actividad económica podría prescindir del dinero efectivo.

Desde que en 1958 American Express revolucionó los medios de pago creando la primera tarjeta de crédito, el mundo de los medios de pago ha sufrido una profunda transformación. Este sistema de pago se introdujo en España en 1960, pero no se popularizó hasta los años setenta, cuando los bancos comerciales empezaron a emitir sus propias tarjetas, dando lugar a una carrera evolutiva de los medios de pago que al día de hoy nos permite saldar las transacciones comerciales incluso prescindiendo de las tarjetas.

Por otro lado, la pandemia de la COVID-19 impactó en muchos aspectos en la actividad humana y, de una forma clara, en el impulso de los medios de pago digitales. El confinamiento estricto no podía evitar que las familias debieran seguir comprando artículos para cubrir sus necesidades de todo tipo, y las prevenciones dictadas sobre el riesgo que podía suponer la manipulación del efectivo impulsó el uso de las tarjetas y el uso  general del comercio online y los pagos digitales. En este contexto resulta pertinente plantear si nos estamos encaminando, en diferentes etapas progresivas, a un nuevo sistema que desemboque en una economía sin efectivo, es decir, un sistema de pagos digitales que conlleve la eliminación total de los billetes, monedas, cheques, pagarés y tarjetas.

A estas alturas la penetración de esta  tendencia en los diferentes países es muy desigual. Mientras algunos como Noruega o Suecia han conseguido reducir la utilización del efectivo a cotas prácticamente testimoniales, otros, como España, todavía mantienen un nivel superior de utilización del efectivo sobre los medios digitales. Aunque esta forma de pago puede resultar más cómoda y más rápida, sobre todo en cuantías de cierta consideración, no parecen ser los más adecuados para todo el mundo porque no todos los ciudadanos disponen de un dispositivo móvil ni tienen los suficientes conocimientos para realizar pagos vía digital o, incluso, para la simple utilización de las tarjetas de crédito o débito.

Esta  conclusión ha sido refrendada por un reciente estudio del Banco de España relativo al uso del efectivo y otros medios de pago en 2022, en comparación con 2019, ya que ratifica que los consumidores en sus pagos no recurrentes –compras en comercios físicos, compras online y pagos entre particulares-, así como en sus pagos recurrentes –alquiler, hipoteca, recibos del hogar o impuestos, entre otros- todavía utilizan más el efectivo que otros medios de pago, así concreta que el  porcentaje de esta opción asciende al 66%, frente al 83% en 2019, mientras que la utilización de otros medios: tarjeta, móvil u otras opciones sólo alcanzan el 34%, con especial elección de las tarjetas que son usadas en el  28%. Así mismo pone de relieve que la media de pagos en efectivo es de 22.6 euros y en tarjetas de 30 euros, lo que corrobora que este medio de pago electrónico es empleado en pagos de mayor cuantía.

Otro aspecto que es destacado en el informe del banco central español es el relativo a la influencia que se le reconoce a la edad de las personas que utilizan unos u otros medios de pago. Así confirma que son los mayores de 60 años, junto a los menores de 25, los segmentos que más optan por pagar en efectivo, siendo los comprendidos entre los 25 y los 60 los que más utilizan medios digitales con especial inclinación a los nuevos más recientes como el Móvil, Bizum, Clic to Pay, monederos electrónicos, como Pay Pal, etc…, aparte de las tarjetas de crédito y débito.

Sin el avance progresivo de las transacciones online y el cambio de los hábitos de los consumidores han determinado una transformación de las diversas opciones de abonar nuestras compras y obligaciones, quizás, aunque de forma menos contundente, los consumidores también pueden verse influenciados por las ventajas o inconvenientes que se derivan de la utilización de una u otra forma de pago.

No cabe duda de que la utilización del efectivo preserva y protege nuestra privacidad en contraposición al uso de los medios digitales cuya estela puede ser puntualmente conocida por entidades financieras o compañías emisoras, u otras instituciones oficiales. Por otro lado en el aspecto puramente psicológico parece que el hecho de pagar con efectivo nos frena a la hora de efectuar las compras y, especialmente, las compras compulsivas más estimuladas por el uso más rápido y cómodo que pueden generar el uso de las tarjetas. En este mismo sentido el uso de  las tarjetas de crédito, especialmente las denominadas revolving, pueden conllevar el riesgo de que un uso irreflexivo del pago aplazado desemboque en situaciones indeseadas por haber rebasado los límites de las posibilidades de pago del titular, además de generar más gasto por comisiones e intereses.

En conclusión, el avance de la utilización de los medios de pago digitales es irreversible y su penetración en nuestros hábitos de pago parece progresivo en detrimento del uso del efectivo. La próxima emisión de monedas digitales por parte de los bancos centrales, como respuesta a las criptomonedas y la inminente regulación de estas, convergerán para activar más el freno del uso del efectivo, aunque eso sea en detrimento de nuestra libertad y privacidad, lo que, por otra parte, tiene el aspecto positivo de que puede contribuir a frenar el fraude fiscal en sus diversas versiones.     

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