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En el Mundial de Argentina un centrocampista bético de la selección española desaprovechó una ocasión a puerta vacía para ganar a Brasil. Desde entonces es de mal gusto hablar ante Cardeñosa, no ya de un gol cantado, sino siquiera de la chica de Ipanema. Por lo mismo, hay que tener muy poco tacto para hablar ante un comunista, no ya de Siberia, sino del IPC, dada la relación íntima del plan quinquenal con el año del hambre.

Pongo como ejemplo cercano la sovietización de mi frigorífico: el congelador ya no recuerda cuál es su función y la parrilla de las verduras llora la sensible pérdida, va para un año, de la col rizada. La zona de la carne la patrocina Gandhi. Y del mero sé porque leo en la Biblia lo de la multiplicación de los peces. Puede que me lo merezca, no digo que no, pero también puede que sufra ese efecto colateral de la democracia sobre el que ironizó Borges.

Borges definió la democracia como un abuso de la estadística. Borges miraba al mundo con la suficiencia del que sabe que un tonto con un lápiz jamás escribirá El Aleph, pero también con el escepticismo del que sabe que un lápiz en manos de un tonto marcará siempre la casilla de Perón. Y, aunque era conservador, al escritor argentino no le disgustaba que votaran los progresistas, sino los estúpidos, esto es, las ovejas que garantizan el puesto vitalicio al matarife.

 

 

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