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Por RAMÓN GUIXÁ TOBAR / Esta es la clave de la disciplina retórica que tanto predicamento tuvo en Grecia y Roma y cuyos preceptos nos fueron transmitidos por clásicos como Cicerón, Aristóteles o Quintiliano. La Retórica, en palabras aristotélicas, es la capacidad para contemplar en cada caso los medios apropiados para persuadir. Para Quintiliano, es el ars bene dicendi, o técnica de hablar bien, pero no solo desde el punto de la belleza, poder persuasorio y precisión de las palabras, sino también desde un criterio moral, pues para nuestro calagurritano —el gran retórico y pedagogo hispanorromano del siglo I—, el rétor debía ser, ante todo, un hombre de bien. Y, aunque el orador ya viene al mundo con las características propias de su especie, estas pueden acrecentarse en el decurso vital ateniéndose a las reglas y preceptivas de tan hoy olvidada disciplina, que ha sido la base de los grandes oradores públicos, y de escritores y poetas que usan su lengua madre para llegar a mente y corazón de sus lectores. Pero también es el sólido fuste de la homilética sagrada; de ese ars praedicandi medieval en la actualidad tan olvidado, descuidado, devaluado, y menospreciado, tan poco enseñado en los seminarios, cuando se trata de una arte y ciencia que puede provocar espasmos en el corazón de los fieles que acceden al templo en busca del consuelo y la verdad de la palabra sagrada. ¡Cuántas gentes han visto la luz y han cambiado de vida a partir de las inspiradas palabras pronunciadas desde un púlpito, o en el curso de una íntima meditación!

Y, ¿por qué escribo tan largo exordio? Pues para conseguir la captatio benevolentiae de mis lectores ya que voy a hablarles del M.I. Sr. Dr. don Francisco Juan Martínez Rojas, Fran para los más cercanos, que son muchedumbre, pues se trata de persona querida, valorada, respetada y amiga de miles de jaeneros de esta diócesis a las que tantos frutos ha ofrendado desde su labor diaria de Vicario General de la Diócesis, amén de Deán de la S.I. Catedral.

Y comienza mi narratio que será debidamente fundamentada con una argumentatio, espero que convincente. Fran ya no ejerce el cargo, pues nuestro nuevo obispo, recién llegado desde la ciudad departamental —la tierra de mi mujer; mediterráneo y amado solar histórico al que me siento ligado desde hace años—, ha nombrado a su nuevo equipo de gobierno diocesano, como es legítimo que así sea. Pero eso no quita para que, a mí, y a tantos jaeneros, nos apene infinitamente su marcha por el inmenso bien, eficacia, enjundia, orden y transparencia que le ha hecho a la Iglesia de Jaén en el desempeño de su labor. Poco puedo decir de este hombre que no sea ya conocido de todos. Pero recalcaré algunos aspectos de su personalidad, siempre desde mi óptica que está tamizada por el aprecio, la amistad y la admiración. Fran es hombre lúcido, poseedor de esa notable inteligencia natural con la que Dios dota a alguna de sus criaturas y con la que ya se arriba a este mundo —no hay más que recordar la parábola de los talentos, tan despreciada por gentes de medio pelo—. Pero lejos de dilapidar tal don, no ha hecho otra cosa que acrecentarlo lo largo de su existencia; desarrollarlo, enriquecerlo, ponerlo de manifiesto al servicio de la Iglesia de Cristo, de sus amigos que somos legión, de sus feligreses catedralicios de Jaén y Baeza, de sus alumnos del Seminario y de todos quienes han tenido la suerte de conocerlo y tratarlo. Doctor en Historia de la Iglesia por la Pontificia Universidad Gregoriana. Diplomado en Archivística por la Escuela Vaticana de Diplomática y Archivística, además de Diplomado en Arqueología Cristiana, por el Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, de Roma. Canónigo Archivero Diocesano desde el 28 de junio de 2002, actividad que aprendió a amar de la mano del recordado y entrañable baezano José Melgares, quien fuera su profesor en el Instituto Virgen del Carmen. Delegado Episcopal de Patrimonio y Relaciones Culturales… y tantas otras ocupaciones, investigadoras y docentes, que resulta prolijo relatar.

El divino don de la oratoria

Fran posee en grado sumo el valioso don de la oratoria. Cuando me consta que va a ser el sacerdote celebrante, el alter Christus —actúa en ese momento in persona Christi—, procuro asistir al culto, porque sé que no me va a defraudar su forma solemne, fidelísima y segura de oficiar, y su palabra inspirada. Jamás una homilía de Fran ha pasado desapercibida para mí. Siempre contienen sus prédicas algo que me enseña y me deleita —docere et delectare, como prescribían los clásicos—, pero, por otra parte, me conmueve profundamente; me renueva por dentro, me acerca a Dios, que ese es el fin de la oratoria sagrada. Además de hacerme pensar y enriquecerme en la fe con sus sabios y persuasivos argumentos. Porque estoy ya muy hastiado de tanta homilía, monótona, desabrida, sin haber sido preparada —que ese es aspecto crucial—, de tanto discurso plano, insulso, sin un solo elemento que capte tu atención, de tanta lista de lugares comunes, de mantras de moda, recitados con desgana y abulia. De tanto tener que desconectar inconscientemente por no ser capaz de seguir con atención el curso de paupérrima facundia, con honrosas excepciones, que las hay, y notables, pero considerando que los preceptos retóricos ha largo tiempo que no se enseñan a los que van a ser ordenados, cuando son fuente primordial de la que debe beber el sacerdote para que pueda hacernos reflexionar con provecho acerca de los misterios sagrados. Por otra parte, las homilías de Fran son un prodigio de fe, honda y directa, de inmensa sabiduría bíblica, de vasta cultura humanística y filológica, de espontaneidad y claridad de ideas, de capacidad de síntesis unida a una portentosa relación de universos distintos, relacionados y armonizados con maestría, de elegancia y buen estilo sintáctico, de amplitud léxica, de correcta pronunciación, de tono adecuado, nada acalorado, sino firme y claro, directo; porque prae-dicare deriva de dicare, que no significa otra cosa que decir con fuerza, proclamar con autoridad las verdades y misterios de la fe. Fran es convincente en cada frase, revelador en cada circunstancia; fuente de sana doctrina en estos confusos tiempos eclesiales en tantas ocasiones filo arrianos y filo pelagianos —a veces sostenida y verdaderamente heréticos—. Sus palabras inciden en un natural y revelador abordaje de temas sobre los que los curas ya no predican, como los escatológicos; la muerte y los siguientes pasos del alma, el purgatorio y el infierno, conceptos parece que ya superados por la moderna teología que quiere hacernos pensar, en contra de tanta perícopa evangélica que asegura lo contrario, que todo el mundo se salva sin problema alguno —no hay más que ver la misas de exequias, para comprender que el ya fallecido, prodigioso dechado de virtudes, está sin duda en el cielo gozando de la presencia divina, puesto que el juicio ya ha sido trazado en su funeral por un tribunal humano— . Pero existe el Infierno, de eso no hay duda, de él habló Jesús de manera directa en variadas ocasiones —trece veces en el evangelio de Mateo, cuatro en el de Lucas una en Marcos y otra en Juan, amén de incontables referencias indirectas. Y existe el Purgatorio, y por él pasaremos muchedumbres —quiero pensar que no me condenaré; en mi libre decisión está—, pues al Paraíso directamente solo acceden los verdaderamente santos y los mártires por su fe. A los demás, si Dios quiere concedernos su salvación eterna, nos espera un tiempo por encima del Tiempo, en yermo paraje pleno de hiriente oscuridad y dolientes soledades, lugar de purificación de nuestras faltas terrestres que son mucho mayores de las que nuestra laxa conciencia, y mucho más en esta época donde el concepto de pecado se ha esfumado, nos permite adivinar. Fran nos convence ampliamente de cuanto quiere decir, pues posee en grado sumo las tres cualidades que Aristóteles exigía a un orador: prestigio, dignidad y honorabilidad, capaces de despertar en los oyentes pasión y entusiasmo.

Fran es hombre culto con titulaciones académicas conseguidas con brillantez y solvencia. Persona de múltiples lecturas, de estudios tenaces favorecidos por su clara y brillante inteligencia, de conocimientos variopintos, y profundos, —en este tiempo, memo y clónico, de superficial cultura wikipédica, de recitado de salmodias supuestamente reveladoras, pero que resultan de una vacuidad más que notable—, de virtudes diversas que pone al servicio de su misión sacerdotal y humana. Una verdadera enciclopedia viviente de conversación sabrosa y afable, pero siempre docta y caladera, que enseña aun cuando no pretende hacerlo. Y, además, tantas veces divertida, porque, por si fuera poco, goza de un excelente, mordaz e irónico sentido del humor, propio de personas brillantes, de aquellas que poseen una mente vertiginosa para captar conceptos, para parodiar la realidad, o para responder a agresivos y falaces interlocutores que quieren hacer una gracia a su costa, saliendo escaldados de inmediato de tan audaz intento.

Ningún día sin Bach

Fran es un melómano impenitente, seguidor de Bach cada día, Nulla dies sine Bach proclama su perfil de wasap. De ello hemos hablado en multitud de ocasiones pues con él comparto tal declarada pasión por el Kantor de Leipzig, el músico más grande que ha dado la Historia, y sin cuya presencia en su momento histórico, la música no sería la que fue después de su muerte. Por eso participo de su devoción por sus Pasiones, obras excelsas, evangelios musicales de la fe y el espíritu que conmueven el alma. Por su portentosa y turbadora Misa en si menor. Por el inefable Clave bien temperado, sublime y monumental compendio armónico del que comparamos versiones de intérpretes privilegiados. Por sus envolventes y abisales suites de cello, o de violín. Por sus partitas para clave, o para flauta. Por sus suites francesas e inglesas, que se concibieron como ejercicios de teclado para sus hijos y otros estudiantes, cuando son gigantescas obras de arte. Por su colosal obra organística que habla de una excepcional maestría con este instrumento eclesiástico por derecho propio, pese a la moderna irrupción vaticano segundista de guitarras, bongos, mema cartelería, coplas de absoluta simpleza y globos de colores que inundan el presbiterio y amenizan el culto, que por supuesto es un encuentro humano, una reunión de amigos, y no la renovación del sacrificio del Calvario en cuyo transcurso se produce la Transubstanciación, de las especies eucarísticas en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, misterio inconcebible en el que ya muchos católicos y variados y progresistas jerarcas apenas creen en pleno proceso de protestantización de nuestra Iglesia, de devaluación de su Tradición secular. Por el mundo apasionante, hondo, diverso, espiritual y sobrecogedor de sus cantatas religiosas y profanas, de las que hay todo un ciclo de Leipzig desgraciadamente perdido. Un universo musical y religioso que nos arrebata y hace fijar en la mente, para siempre, números imborrables como el 51 de su angelical cantata para soprano, o la prodigiosa 21, la 78 —¡ese dúo sublime de soprano y contralto!—, o quizá la 4, de un estilo arcaico, pero bellísimo, o la 140 con su portentoso coro inicial. O, ¿por qué no? la 12 que le sirvió de prueba para acceder a su puesto de Konzertmeister en Weimar… O la 106, el conmovedor Actus Tragicus, una estremecedora y delicada cantata funeral… O su vibrante Magnificat. O el delicioso Oratorio de Navidad que nos acompaña e ilumina en esos días entrañables en que conmemoramos que el Hijo de Dios, prodigiosamente encarnado en el seno de una virgen galilea, naciera en Belén de Judá para que pudiéramos mirarlo cara a cara. Sin hablar de la audacia de sus obras finales como el Arte de la Fuga, o la Ofrenda Musical donde reina un universo trascendente, osado, matemático, metafísico e indescifrable, preñado de serenidad, hondura, ilimitado misterio que nos envuelve y anonada.

Porque Bach, como dijo de él Robert Schumann es el único músico que ha existido de quien los demás podríamos sacar algo nuevo. Todo ocurre, todo es posible en Bach, pensaba Anton Webern. Y, Claude Debussy, el músico impresionista francés, creador de un universo sonoro nuevo y delicado, decía que Bach es el amado Dios de la música, a quien todos los compositores deberían elevar una oración antes de ponerse a trabajar para que los salve de la mediocridad, enfermedad que hace amplia presa en el tiempo que nos ha tocado vivir.

Conozco su habitación de trabajo, su perfecta y medida forma de trabajar, su aparentemente caótico orden perfecto; pues más que anarquía se trata tan solo de falta de espacio para situar tanto libro, tanto folio, tanto apunte, tanto cartapacio, tanta referencia, tanta música, tantos escritos, tanta pasión vital e investigadora, que también ocupa lugar y en grado sumo. Aunque su mente, viajera del tiempo y el espacio, sabe ubicar cada objeto en el lugar y momento preciso. Y sé que la música forma parte de su cotidianeidad. Trabaja con Bach a diario, porque piensa como tantos otros que no existe un día que pueda vivirse sin la compañía de la música del genio de Eisenach, pues no sería posible la existencia, el estudio, la lectura, o el trabajo investigador ajeno al acompañamiento consolador, abisal, apacible, sereno, pero vibrante y revelador, de su música inmortal y definitiva, que, para mí, sin lugar a duda, es también Palabra de Dios

La Catedral es Jaén

De su labor como Deán-Presidente del Excmo. Cabildo Catedral, tan solo puedo decir que he comprobado sus frutos muy de cerca. Su detallado conocimiento de nuestra joya jaenera, su amor por lo que significa, su lucha cotidiana por su adecuada conservación y promoción, su eficaz gestión y ordenación del trabajo capitular, sus dotes innatas de gestión de un grupo humano, su pasión por su labor archivera, su defensa de lo que significa para la ciudad tal portentoso espacio sagrado, su concepto alguna vez expresado de que culto y cultura tienen una misma raíz —es el participio de perfecto del verbo latino colere con significado de cultivar, educar o instruir—, y así lo ha aplicado en la gestión del Templo Mayor, y su cariño leal hacia la Hermandad de la Buena Muerte me hacen vocear que sería una verdadera pérdida que también abandonara el cargo de Deán. Me consta que ya existen voces autorizadas que reclaman su presencia al frente de tan distinguida Corporación por otro largo período, para que nuestra catedral y su gobierno mantenga el tono de vitalidad, eficacia, solvencia, buen hacer y distinción que ha ostentado desde que fuera investido del cargo hace ahora quince años.

Y ¿qué puedo decir sobre sus cualidades que le harían ser un gran obispo para la Iglesia española? Los tiempos son distintos. Se buscan otros perfiles más adecuados para primaveras sin flores y salidas e inocuas hacia parte alguna que no sea la decadencia pertinaz, baste comprobar las desoladoras estadísticas de vocaciones, asistencia a cultos, administración de sacramentos y otras menudencias para constatarlo. La envidia y mezquindad humana de ciertos taimados acusadores, la búsqueda de líneas “políticamente correctas”, además de una definitiva ceguera se encarga del resto. Pero pienso honestamente que, en tiempos de tal decadencia, y esto es irrefutable; no hay más que contemplar el aforo cotidiano de los templos, el número de matrimonios y bautizos, y la pérdida paulatina de fe camuflada en un sentimentalismo tantas veces vacío y ridículo, para comprender, que es una gran pérdida para la Iglesia de Cristo que Fran no alcance la ordenación episcopal. Un verdadero desperdicio de una serie de cualidades que en estos tiempos serían básicas para el renacer del pulso eclesial de la Diócesis que pudiera pastorear, vitalidad a veces hoy tan anonadada, tan buenista, tan en boba y estéril sintonía con el mundo, tan envuelta en celofanes de corrección ideológica de moda. Creo, y es mi humilde, pero firme opinión, que es un imperdonable error, de los que deciden ese tema, pues leyenda urbana es que sea el Espíritu Santo quien rija tal elección. Son nombramientos humanos, y nada más que humanos, aunque por supuesto sea el Espíritu, por causas inescrutables para nuestra mente, el que después permita elecciones varias, algunas poco recomendables —baste consultar un manual de Historia de la Iglesia para comprobarlo—, pero los caminos de Dios nunca serán claros para nuestra limitada mirada, aunque no dudo que algún día podremos comprenderlo.

Fran, el amigo cercano

Y después está el Fran cercano, cariñoso, humilde pese a su grandeza intelectual y humana, amigo fiel de sus amigos, que puede hablarte con sinceridad sobre asuntos cotidianos. El Fran que tiene un alto concepto de la amistad y por eso sufre cuando contempla ciertos comportamientos de quienes antes habían sido cercanos a él. El Fran siempre afable de gesto abierto, de sonrisa amplia y espontánea que desde luego no esconde un gesto de socarronería en ocasiones que no pasa desapercibido para el que bien lo conoce.

Ahora se recupera de una reciente operación quirúrgica que en absoluto ha menguado su pasión vital y capacidad de trabajo pues ya está de nuevo al pie del cañón y con la mente repleta de nuevos proyectos. Quizá un año de estudio e investigación en las riberas tiberinas, para volver de nuevo a esta tierra, Ítaca que lo añorará en su ausencia

Llega la conclusio de este atrevimiento oratorio. He escrito este artículo espontáneamente para expresar lo que me parecen las cualidades humanas y espirituales, docentes, humanistas e investigadoras, pastorales y de gestión, de este sacerdote ejemplar, de este hombre que, pese a ser muy conocido y valorado, pese a tener en su poder la medalla de Andalucía junto a otras relevantes distinciones, todavía no ha dado de sí todo lo que Dios puso en su corazón y en su mente. Son palabras agradecidas por todo cuanto ha hecho, por todo lo que aún le queda por hacer. Reconocido cordialmente por sus palabras en momentos oportunos, por su oratoria caladera en el ambón que tanto me hace reflexionar y me colma de fe y consuelo. Deudor de su amistad y de sus valores humanos que le han hecho depositario de tanto afecto y reconocimiento del que goza en esta tierra. Y en la esperanza de que algún día los que deciden tales asuntos sepan comprender que personas de su calado deben ser objeto de un reconocimiento tan necesario en tiempos difíciles para la Iglesia. Porque no abundan los que sean como él.

Mi conclusio es clara. Hoy es el cumpleaños de Fran. Mi sencillo regalo son estas líneas apresuradas. Con ellas quiero agradecer su labor ingente, no siempre valorada y bien reconocida por algunos. Gracias por tu amistad y tu presencia. Gracias por el ejercicio de tu vocación sacerdotal que tanto bien nos hace, y tanto nos conforta en la fe que se mantiene incólume a causa de sacerdotes de Cristo como tú. Lo asegura con firmeza y fe fecunda e inexpugnable alguien que ahora, en tiempos tenebrosos y confusos, pone fin a este escrito mientras suenan los últimos compases del grandioso coro inicial de la cantata 50 —de la que solo se conserva desgraciadamente este movimiento— quizá dedicada a san Miguel Arcángel, el Príncipe de las Milicias Celestiales, con letra tomada del Apocalipsis (12, 10):

Ahora han llegado la salvación, la fuerza, el reino, y el poder de Nuestro Dios,

su Ungido, pues ha sido rechazado el que nos acusaba día y noche ante Dios.

Aunque en estos tiempos nos parezca que el reino de las sombras pueda oscurecer la luz divina, la victoria final está asegurada. El sacrificio de Cristo en la cruz, que se renueva a diario en todos los altares del mundo, venció a la muerte y al Mal para siempre. Fran lo anuncia con su verbo cálido e inspirado desde el atril, Bach adorna con sus compases celeste la Palabra inspirada que oyó el vidente de Patmos, y nosotros así lo creemos y nos sentimos confortados por ello. Laus Deo.

Foto: Fran, con el autor del artículo, el día en que fue designado Deán del Cabildo de la Santa Iglesia Catedral, junto a una representación de la Hermandad de la Buena Muerte.

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