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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Alberto ha terminado muy cansado de esta época de elecciones. Pero, lo que más le enfurece es que la fiesta principal de la democracia va a tener aún más continuidad, pues cree que el mejor gobierno es aquel en el que todos ceden y se ponen de acuerdo, lográndose pactos largos de estabilidad política. Dentro de poco, en pleno mes de julio, se van a celebrar unas Generales, en las que el choque ideológico será muy fuerte. En las urnas se dejará claro el tipo de país que quieren los ciudadanos.
Nuestro amigo cree que la polarización política es el gran mal del siglo XXI y, al igual que pasó en los inicios del pasado siglo, puede llegar a modelos de sociedades muy peligrosas. Por eso, reza para que la moderación sea la gran vencedora. Es temprano, acaba de salir el sol de su cuna del cielo. Atrás ha quedado la noche con todos sus misterios. El hombre camina con un libro entre las manos y la gorra protege su cabeza de malos pensamientos. Parece que el día va a ir también de elecciones. Otras, de menor calado, se van a celebrar en la ciudad a finales de verano.
Tiene cita con su sobrino, un profundo conocedor de las cofradías pasionales de la ciudad, y amante de sus tradiciones. El chaval admira a los grandes escritores y poetas costumbristas de la ciudad; a los que ya no están. Los actuales son un caso aparte, que sería necesario un análisis psicológico para determinar su grado de ego y de soberbia, tan altos como el cielo. Ahora bien, su calidad literaria está fuera de toda duda. Sus letras son alta literatura.
Esta nueva disputa, además de ser democrática, es cofrade, por lo que quizá el principio de la participación ciudadana en los asuntos públicos parece que no se hace de la forma que debiera hacerse. Pero abstengámonos, por el bien del sobrino, de meter más la nariz en tal cuestión.
Lo que verdaderamente trae a Quino, así se llama el crío, a dar un paseo con su tío es su preocupación y desencanto por una serie de acontecimientos, que a él le afectan más de la cuenta, por su carácter conciliador.
Al joven le gusta llevarse bien con todo el mundo. Y, últimamente, algunos plenipotenciarios con los que se cruza le han negado su noble saludo. Y esto, Quino, no lo lleva muy bien.
Y todo se debe porque un conocido suyo, un hombre maduro, amante conocedor de las hermandades, va a presentarse como candidato a dirigir la cofradía más señera de Jaén, sin aval que lo respalde, a tumba abierta.
El gran Plenipotenciario ha iniciado la guerra preventiva. Y, con los ataques más rastreros, ha empezado a involucrar a Quino en sus batallas.  «Y al final, en la batalla, piensan en él».
Y, Quinito, está triste, acongojado. Apenas sale. Antes caminaba con frecuencia por la zona del Camarín. La calle Carrera de Jesús es un bello paisaje que deleita los sentidos. Pero, ahora, no se atreve. Teme encontrase, solo, en la vanguardia, en el frente, con algún capitán y cofrade. Su corazón, ciertamente, no lo superaría.
Quino siente mucho amor por su amigo. Está preocupado por él. Sin embargo, es conocedor de su personalidad y sabe que no se va a amilanar.
¡Qué hermoso sería la armonía en estas organizaciones! Pero el poder es muy fuerte.
Alberto acaba de dejar a su sobrino, y cabizbajo regresa calle arriba. Carga con las miradas de los que lo ven pasar. Su forma de andar es muy llamativa. Y esto crea curiosidad.
Se acuerda del año 85, cuando sacó por primera vez al Cristo de los Estudiantes. La fe, la devoción y la inocencia gobernaban su alma.
Cae la noche y las golondrinas duermen al raso, como siempre ha sido.

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